

«Nos vacunaron y nos creíamos superhéroes»
Confinamiento ·
Bomberos y policías patrullaban calles vacías mientras los hosteleros dejaban la barra con la incertidumbre de qué pasaría con sus negociosSecciones
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Confinamiento ·
Bomberos y policías patrullaban calles vacías mientras los hosteleros dejaban la barra con la incertidumbre de qué pasaría con sus negociosEl 13 de marzo de 2020 aún no se había decretado el estado de alarma, pero los bares y restaurantes de Granada empezaron a bajar ... la persiana. La incertidumbre se abrió paso, entre otros, en la taberna Granados. Era fin de semana, pero su propietaria, Gracia Castro, cerró sin pensárselo dos veces. Tenía la esperanza de que así todo acabaría antes y, tal vez, podría llegar a la Semana Santa. Total, iban a ser dos semanas. Pero los contagios estaban disparados y, en la noche del día 14, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, confirmó toda sospecha. Se ordenó el confinamiento domiciliario y el cierre de la hostelería. El país entero quedó sometido al coronavirus.
«Aquel día, yo estaba en la zona del Rosario Varela. En la plaza de Mariana Pineda vi, en La esquinita de Javi, a todo el personal uniformado y de pie y el local vacío. Me impactó muchísimo», admite Gracia Castro. Los hosteleros, acostumbrados a un ritmo frenético, cambiaron la barra por el sofá, que ocuparon «con mucha incertidumbre». «No sabíamos si tendríamos ayudas y nos preocupaba cómo pagar los alquileres. En casa, lo veíamos como una película. En la televisión iban diciendo los números de fallecidos. Al principio asusta y, luego, lo vas normalizando. 'Ya saldremos, ya cerraré', pensaba. Pero había que gestionar los ERTEs», señala la propietaria de la taberna Granados, que estuvo «en contacto constante» con sus trabajadores.
Francisca Urbano
Policía local
Los primeros días aún había quien estaba en la calle tranquilamente. La Policía Local de Granada jugó un papel importante. «Teníamos que evitar que la gente saliera de casa y no sabíamos qué medidas se iban a adoptar en tema de seguridad y movilidad de personas. Como había muchos mayores solos, nos organizamos y les llevábamos la compra y los medicamentos que necesitaban», señala Francisca Urbano, miembro del cuerpo. Subraya que conforme fue pasando el tiempo se relajaron las medidas y también la ciudadanía, «cansada de la mascarilla y de no socializar lo suficiente».
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En un estado de emergencia sin precedentes, Bomberos de Granada, servicio esencial para la ciudad, tuvo que reinventarse. Aunque la gente estaba en casa, podía darse un incendio u otros incidentes. «Tenía que mantener una dotación mínima de 25 efectivos para toda Granada. Un proceso febril era suficiente para no trabajar y en caso de contagio, debían pasar quince días para volver. Era muy complicado, así que decidimos hacer guardias de tres días», explica el jefe, Gustavo Molina. De esta manera, «había menos relevo y unos periodos de descanso suficientes para padecer y superar un contagio».
Una vez por semana, la propietaria de la taberna Granados salía a comprar. Era entonces cuando «cogía más psicosis». «Veía a la gente desinfectando los productos del supermercado en el coche y cargada de lejía. Mi marido, que trabajaba en Renfe, fue destinado a Madrid días antes. Cuando volvió, también compré lejía para desinfectar la ropa. Había estado en el foco», dice. Cuando salía, le sorprendía ver Granada vacía; «tan limpia, porque está clarísimo que somos los humanos los que ensuciamos; tan verde, porque llovió como nunca». De hecho, fueron los días con menos contaminación registrada.
El confinamiento se extendió dos meses. El 2 de mayo de 2020 se inició la desescalada. Después, llegó la segunda ola. La hostelería quedó muy mal parada. «Podía abrir la terraza solo con tres mesas. Para eso, tenía que sacar del ERTE a una persona de cocina y a otra para barra. No compensaba. Pedimos más espacio para abrir las seis», comparte. Surgieron entonces los bares clandestinos, pero a ella no le preocupaba. Su clientela es «muy civilizada», aunque el fumar sí se convirtió en «conflicto». «Nos vacunaron y nos creíamos superhéroes», opina. Al margen de su profesión, lo que más le marcó fue no poder ver a su nieto recién nacido.
Francisca Urbano
El contacto, aunque fuera por videollamada, con los seres queridos se volvió fundamental. En tiempos tan convulsos, las pérdidas dolieron especialmente. Francisca Urbano lo vivió en sus propias carnes. En aquellos meses de patrullar calles vacías, «varios familiares que tenían alguna enfermedad y se habían contagiado de covid fallecieron». «Te preguntas si habrás desinfectado todo bien, si se podría haber evitado, si es culpa tuya. Al principio, fuimos más cumplidores. más responsables, pero no hemos aprendido nada», lamenta esta policía local.
El jefe de Bomberos de Granada acusó especialmente aquellas guardias de tres días fuera de casa. Según Gustavo Molina, los seres humanos, por naturaleza, «tenemos mucha capacidad de adaptación ante las dificultades, pero también mucha facilidad de olvidar». «En la desescalada, recuerdo pasear por Granada. No había Semana Santa, pero estaba todo lleno y me generaba mucha ansiedad. Sentía que íbamos demasiado rápido», confiesa. Recuerdos, vivencias y sensaciones que marcaron un antes y un después en este país, en esta ciudad, la última de Andalucía en retomar la normalidad.
El día 10 de noviembre de 2020, en los hospitales de Granada había 888 personas ingresadas por coronavirus. Diez días más tarde, 136 de ellos se estaban debatiendo entre la vida y la muerte en las unidades de cuidados intensivos. En aquella segunda ola, 34 personas llegaron a morir.
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