El misterio del estrés de las plantas se resuelve en Granada
Con Ciencia y Salud ·
El equipo, liderado por Matilde Barón, utiliza cámaras térmicas para detectar posibles infecciones y evitar que las cosechas se destruyanLa cara de Bill Clinton era un poema. Cuando aún ejercía como presidente de los Estados Unidos, un grupo de científicos le pidió, durante ... un debate del estado de la nación, un millón de dólares para estudiar el estrés de las plantas. Su rostro todavía se recuerda: se quedó vegetal. «¿Un millón de dólares? ¿Estrés de las plantas? ¿Están de broma?», debió pensar. Lo que todavía no sabía el bueno de Clinton es que le estaban hablando de un asunto fundamental para la vida en La Tierra. Veinte años después de aquel episodio, tres seres vivos hablan del tema en la Estación Experimental del Zaidín (EEZ). Uno hace preguntas, otro las responde y, el tercero, disfruta del aire fresco que remueve sus hojas. Y sí: los tres se pueden estresar.
«La gente no se da cuenta de la importancia que tienen las plantas. Sin ellas no respiraríamos, nos alimentan y nos dan fibra, equilibran el ecosistema, nos visten...» Matilde Barón, investigadora del CSIC y directora de la Estación Experimental del Zaidín, habla con pasión sobre uno de los temas que mueven su día a día: el estrés vegetal. «La gente no está familiarizada con la idea. Y todos los seres vivos se estresan». Entendemos por estrés la reacción de un organismo vivo a una demanda externa que está muy por encima de sus posibilidades de adaptación. «La mayoría de los organismos vivos estamos adaptados a vivir de una determinada forma, lo que llamamos 'zona de confort'. Y cuando nos sacan de esa zona sufrimos estrés», dice Barón.
Los expertos dicen que, ante el estrés, hay dos opciones: luchar o huir. Las plantas, lo de huir, lo tienen complicado. «Las plantas desarrollan mecanismos de defensa 'in situ'. Según esos mecanismos, puedes superar o no el estrés». Pero, ¿por qué es tan importante detectar si una planta está sufriendo estrés? El equipo que dirige Matilde Barón es una suerte de CSI del estrés vegetal. El trabajo de Marisa Pérez, Mónica Pineda e Inma Martín consiste en encontrar, lo antes posible, síntomas de estrés en las plantas que, a la larga, pudieran tener consecuencias directas sobre un cultivo o sobre la misma especie.
El caso de estrés en la otra Alhambra
¿Qué significa para las plantas? Esta anécdota la cuentan en la Escuela de Estudios Árabes. Resulta que los Emiratos Árabes han hecho una copia de La Alhambra. Allí, la temperatura en verano es de 50 grados. Una de las plantas fundamentales de La Alhambra es el mirto.Y, con el calor, se morían. «Un ejemplo muy claro de estrés por temperatura», cuenta Barón. «Buscaron una planta australiana, que se parecía al mirto, y estaba adaptada a esas condiciones».
Almuñécar
«Nuestra línea de trabajo es el estrés provocado por patógenos –virus, bacterias, hongos–. Cuando enfermamos, tenemos una infección, estamos estresados y nuestro cuerpo responde. Las plantas también», describe la investigadora. En los últimos años han trabajado con un virus que asolaba las cosechas de pimientos de Almería y con bacterias que producen podredumbre. El último 'misterio' resuelto ha sido en Almuñécar, en cultivos de aguacate: «El aguacate sufre de la infección de un hongo que se llama 'Rosellinia Necatrix'. Es un hongo que se agazapa en las raíces de los aguacates y, al principio, no ves nada. Hasta que, de pronto, se marchita. Lo que hicimos fue trabajar con drones y con cámaras especiales para volar sobre la zona y poder detectar áreas con infecciones; áreas con plantas estresadas».
«Las plantas no se quejan como nosotros, pero también gritan y los científicos entendemos su lenguaje»
¿Por qué drones? La explicación de Barón es muy interesante: «Lo importante es detectar el estrés, que es la señal que nos indicará que hay un problema antes de que sea fatal. Las plantas no se quejan como nosotros, pero también gritan y los científicos entendemos su lenguaje. Producen sustancias que son como un grito y cuando se estresan se ponen febriles y sintetizan aspirina. Las plantas tienen poros, los estomas, por los que desprenden oxígeno y transpiran. Cuando la planta se da cuenta de que la están infectando, cierra los estomas y no transpira. Entonces, les sube la temperatura». Ahí es donde entran las cámaras termales y los drones. Con la tecnología, el equipo de Barón puede estudiar en el laboratorio por dónde entra el virus gracias a la detección de esa subida de temperatura. Y, en el caso de Almuñécar, que era un cultivo grande, utilizaron el dron para construir un mapa termal en el que, mediante una escala de colores, pudieran determinar qué zonas podrían estar estresadas por la bacteria.
«Lo que nos interesa es hacer un diagnóstico presintomático. Si ya se ve el efecto, llegamos tarde. En el caso de patógenos conviene actuar cuanto antes». Su próximo reto, por cierto, es mayúsculo: Xylella, la bacteria que está arrasando los campos. Lo que le pasó a Bill Clinton le podría pasar a cualquiera. ¿Invertir grandes cantidades de dinero en investigar el estrés de las plantas? Una duda razonable para la que, además de la científica, hay una respuesta económica. «Pregúntale a un agricultor –propone Barón– si le interesa que busquemos una solución para prevenir el daño de una bacteria que se está cargando olivos y almendros por todo el Mediterráneo. Y todo gracias a la detección del estrés. El estrés por patógenos produce pérdidas económicas brutales en las cosechas».
Cambio climático
Además, añade la directora de la estación, conviene estudiar las plantas y su estrés en el contexto del cambio climático. «Van a aparecer nuevas plagas y hay que estar preparados. Habrá insectos y patógenos que optarán por otras condiciones climáticas que no son las actuales». Por todo esto, Barón subraya que hay que convencer a la gente de que la investigación básica o previa es muy valiosa. «Todo el mundo pregunta por la aplicación de las cosas, pero sin un trabajo previo no se llega a tiempo a los problemas». Es como cuando le preguntaron a al físico Faraday para qué servía su último descubrimiento y respondió que no lo sabía pero, estaba seguro, en el futuro se pagarían impuestos por él. «Si no hay un trabajo previo de investigación, no se llega a tiempo a la solución. Cuando el chapapote enviamos a un equipo de aquí porque habían trabajado previamente con bacterias que pueden comerse los hidrocarburos».
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