Patrimonio de Granada
La espada bendita del Gran CapitánLa iglesia de San Jerónimo exhibirá 'sine die' una réplica del Estoque concedido a Gonzalo Fernández de Córdoba por el papa Alejandro VI en 1497
Pesa casi cuatro kilos y mide un metro y medio. La réplica del Estoque Bendito del Gran Capitán, realizada en Toledo por el gran maestro espadero Antonio Arellano, ya se encuentra en el Monasterio de San Jerónimo, en cuyo altar mayor yacen los restos del mayor general que jamás han tenido los ejércitos españoles, Gonzalo de Aguilar Fernández de Córdoba. La pieza, realizada en acero, sustituirá en los próximos días a la tizona del Cid Campeador –también una copia– que podemos ver desde hace décadas incrustada en la pintura de Juan de Medina en uno de los laterales del altar mayor de la iglesia de San Jerónimo. Un mural, fechado entre 1729 y 1733, en el que vemos al papa Alejandro VI otorgando el Estoque al Gran Capitán, arrodillado y rodeado de los caballeros de su séquito y de la curia vaticana en 1497, tras la liberación del puerto de Ostia, en Italia.
«Hemos huido de los falsos históricos», comenta Hugo Vázquez Bravo, presidente de la Asociación Española de Amigos del Gran Capitán. «En función de los datos que conocemos –agrega– hemos buscado la mayor similitud». No se han incluido, por ejemplo, detalles decorativos como los escudos papales, ya que el arma se exhibirá a unos quince metros de altura. Todo el proceso de realización del estoque se ha prolongado durante unos seis meses, dos de ellos de forjado en el taller de Toledo.
Este Estoque tenía un carácter protocolario. Era entregado por el Vaticano a los jefes de Estado o militares de más alto rango por su defensa de la cristiandad durante el periodo del Renacimiento y las primeras décadas de la Edad Moderna. «Al Gran Capitán no solo le dieron el Estoque, sino los otros dos grandes reconocimientos que otorgaba el Papado, la Rosa de Oro y el Capelo Bendito», explica Hugo Vázquez, quien subraya que Gonzalo Fernández de Córdoba es la única persona que tiene las tres condecoraciones, «lo que evidencia la enorme relevancia del personaje».
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Se conservan tan solo tres espadas del Gran Capitán, «que debió tener más de cien». Una de ellas está en posesión de sus descendientes y tiene forma de 'gladius' romano. La otra sí es de combate y está en la Armería Real de Madrid. La empuñadura, de patillas y pitones, se prende con una sola mano. El Gran Capitán pidió que el pomo tuviera la medalla de la Batalla de Ceriñola (1503), su mayor gesta durante la Guerra de Nápoles contra los franceses –dirigió a unos once mil soldados–. Mucho tiempo después del fallecimiento del Gran Capitán, la Corona le incorporó tela de raso con las insignias de la Casa de Borbón para ceremonias como el nombramiento del Príncipe de Asturias y la concesión del Toisón de Oro. El tercer 'acero' es el Estoque Bendito de Alejandro VI, el que ya se encuentra en el Monasterio de San Jerónimo.
Y tiene todo el sentido del mundo que esté ahí. En la cripta hay una urna depositada el 26 de abril de 1857 por orden de Isabel II por Ramón Laines y José Fuster, dos destacados miembros de la Academia de las Nobles Artes. Mucho se ha hablado de si los cadáveres que hay en San Jerónimo son del Gran Capitán y su esposa María Manrique de Lara. «La respuesta es rotundamente sí», asevera Joaquín Martínez, portavoz del Monasterio de San Jerónimo, quien desmiente que los profanaran las tropas napoleónicas durante la ocupación. «Los escritos del cabildo de la Capilla Real dicen que entre 1835 y 1842, hasta que se devuelve el Monasterio a la Diócesis, hubo mucho abandono y los granadinos expoliaron huesos y telas», asegura Martínez. De ahí que Isabel II mandara que se entrara en el enterramiento para comprobar si persistían las osamentas.Y sí, sí estaban.
Convento de las Carmelitas
En este punto conviene recordar que el Gran Capitán falleció en su residencia de Granada, lo que hoy día es el Convento de las Carmelitas Descalzas, el 2 de diciembre 1515 –todos los años se celebra este día una misa conmemorativa en el Monasterio–. Lo hizo tras padecer durante doce años las fiebres quartanas (malaria) contraídas en la batalla de Garellano, en Nápoles. En el testamento, rubricado horas antes de su óbito, dejó dicho que lo sepultaran en San Jerónimo o donde dijera María Manrique. Y así se hizo.
Gonzalo Fernández de Córdoba nunca fue de la cuerda de Fernando de Aragón, que lo depuso en 1507 so pretexto de una mala gestión de las cuentas durante la campaña de Nápoles. Lo condenó al confinamiento en la Península Ibérica. Durante estos años sí realizó multitud de viajes diplomáticos a ciudades como Santiago de Compostela o Burgos, aunque su principal ocupación fue la corregiduría de Loja, a la que se trasladaba desde Granada con frecuencia a lomos de su caballo –había unos sesenta kilómetros de distancia–. Allí también tenía una casa. Y ejerció como alcalde. Mandó construir, por ejemplo, el Puente del Gran Capitán.
Nunca fue retratado, aunque escritores como Gonzalo Fernández de Oviedo destacan su carácter afable, su buen parecido y su carácter conversador. Su alma habita en el Monasterio de San Jerónimo. Y ahora su espada también.
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