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Manuel Espinosa e Irene del Rey, investigadores de la Estación Experimental del Zaidín, trabajando con una muestra de bacterias en el laboratorio J. E. C.

Granada, en busca de la bacteria que frene el hambre en el mundo

Con Ciencia y Salud ·

La Estación Experimental del Zaidín está trabajando con microorganismos que sean capaces de colonizar plantas en suelos 'pobres' para favorecer su crecimiento y protegerlas

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Jueves, 7 de febrero 2019, 00:37

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Dentro de 30 años vamos a ser más de 9.000 millones de personas en el planeta Tierra. Encontrar la manera de alimentar a toda esa población es uno de los grandes retos que tenemos por delante. «Nuestra supervivencia está muy asociada a lo que pasa con microorganismos que no vemos», explica Manuel Espinosa, investigador y responsable de la unidad de Cultura Científica de la Estación Experimental del Zaidín. «Los países pobres no se pueden permitir ciertos lujos como dejar de usar fertilizantes y productos químicos para cultivar; los países ricos, sí. Y debemos usar ese 'lujo' para encontrar alternativas biológicas a los compuestos químicos. Estamos contaminando en exceso».

Ese 'lujo vital' para la supervivencia humana es el que guía el proyecto que coordina Espinosa desde Granada, en colaboración con un grupo de investigadores de la Universidad de Tucumán, Argentina. «Uno de los problemas fundamentales que tenemos es que, debido al cambio climático y a la sobreexplotación de cultivos, nos estamos encontrando cada vez más con suelos que se están empobreciendo y salinizando», algo que va directamente asociado a procesos de desertificación, lo que hace que los suelos sean, básicamente, menos productivos a la hora de cultivar. Así nace el proyecto de Espinosa: «Trabajamos con bacterias capaces de colonizar la raíz de las plantas y de tener un efecto beneficioso, ya sea favorecer su crecimiento o protegerla frente a patógenos».

«Trabajamos con bacterias capaces de colonizar la raíz de las plantas y de tener un efecto beneficioso, ya sea favorecer su crecimiento o protegerla frente a patógenos»

El problema de los suelos pobres es muy acuciante en países de Latinoamérica, por ejemplo. Y, también, en nuestro país. «Es un suelo frecuente en toda la zona sureste de España, suelos secos, como en Almería». Espinosa analiza uno de los casos que han trabajado junto al equipo argentino: «Allí, como el suelo está empobrecido, se están 'comiendo' zonas de bosque o selva de la Amazonia, zonas que son ricas para los cultivos. La idea de todo esto es encontrar la manera de que podamos seguir sacando partido a esos suelos que son pobres o están salinizados por culpa de la sobreexplotación para seguir cultivando en ellos con buen resultado. Y, de paso, ralentizar ese 'comerse' terreno a zonas naturales que deberían estar protegidas».

Espinosa muestra el efecto positivo de las bacterias en algunas pruebas reales
Espinosa muestra el efecto positivo de las bacterias en algunas pruebas reales J. E. C.

Uno de los éxitos del proyecto nació precisamente durante una investigación en las salinas de Santiago del Estero, Argentina. Allí hay algunas plantas que son capaces de sobrevivir al exceso de sal. De esas plantas se extrajeron bacterias capaces de colonizar la raíz de otras plantas y hacerlas resistentes a la salinidad. «Hemos obtenido cepas bacterianas -sobre todo una en concreto- que son capaces, en condiciones de salinidad, de hacer que las plantas tengan un estado fisiológico mejor, crezcan mejor, de manera que podamos cultivarlas en suelos menos óptimos».

¿Se puede cuantificar el beneficio de este proyecto? «Es difícil», responde Espinosa. «Una cosa que sabemos es que no todo sirve para todo. No vamos a encontrar una bacteria maravillosa que pueda resolver el hambre en el mundo. Vamos a encontrar distintas bacterias adaptadas a distintas situaciones y, a lo mejor, somos capaces de crear un cóctel de cepas bacterianas que pueda realmente favorecer el crecimiento de plantas en condiciones adversas». Lo que, de paso, permitiría reducir la adición de fertilizantes de tipo químico, «que es, sin duda, otro gran problema».

«Hay quien ve el planeta Tierra como un solo organismo, porque está todo conectado. Muchas veces podemos encontrar una ayuda vital en cosas que no vemos»

¿Algo tan pequeño puede ser tan poderoso, tan decisivo? «Ayer leía una noticia. Han encontrado una correlación entre los estados de depresión y la presencia o ausencia de dos especies bacterianas en nuestro microbio intestinal. Empieza por ahí y ya te puedes imaginar que hay muchas cosas que dependen de la presencia o ausencia de determinados microorganismos». Y añade: «Todo es una especie de red. Hay quien ve el planeta Tierra como un solo organismo, porque está todo conectado con todo... Sí, da que pensar: muchas veces podemos encontrar una ayuda vital en cosas que no vemos».

Este tipo de proyectos que forman parte de un conglomerado de nuevos cimientos para nuestro planeta necesita de una apuesta social evidente. «Uno de los grandes problemas -analiza Manuel- es que, en los últimos años, los laboratorios tienen cada vez menos gente. Se están vaciando. Y hace falta mucha gente para encontrar cositas pequeñas que pueden terminar haciendo cosas muy grandes».

El diálogo de las plantas

Uno de los fundamentos de la investigación del equipo de Manuel Espinosa es conocer qué mecanismos utilizan las bacterias para establecerse de forma eficiente en la raíz de las plantas. Y viceversa. «Sabemos que las plantas seleccionan las bacterias que se van a relacionar con ellas. Las plantas liberan a través de la raíz distintos compuestos que a los microorganismos que están en el suelo les pueden servir como nutrientes pero, también, algunos pueden ser perjudiciales. Hay bacterias que son capaces de aprovechar los nutrientes y no verse afectado por los perjudiciales. Es como si vas a un restaurante y pides un plato que te apetece mucho. Si lleva algún producto al que eres alérgico, te vas a poner malo. Si no eres alérgico, te irás contentos. Algo así».

El caso es que esa relación que puede llegar a producirse entre planta y bacteria, esa posibilidad de descubrir si son 'amigas' o 'enemigas', puede provocar beneficios para las dos: las bacterias encuentran un lugar donde reproducirse y las plantas reciben protección, en este caso, frente a la salinidad. «Tienen un auténtico diálogo. Nosotros usamos palabras y las plantas usan compuestos químicos, moléculas, que les permiten interactuar».

Un diálogo pequeño, controlado, que avanza en una búsqueda admirable: recuperar nuestra tierra, frenar el cambio climático, luchar contra el hambre. Y todo, desde la Estación Experimental del Zaidín.

¿Bacterias genéticamente tratadas?

En este proyecto en busca de revitalizar suelos empobrecidos, hay dos posibilidades de trabajo: encontrar la bacteria adecuada o, también, trabajar sobre la misma bacteria. «Tenemos herramientas, lo que pasa es que no son cosas que podamos usar -explica Espinosa-. Ahora mismo, la legislación es restrictiva en cuanto a lo que es liberación de organismos modificados genéticamente. Sobre todo en Europa. En Estados Unidos y China, por ejemplo, se sabe que usan maíz y soja modificada genéticamente. Podemos hacer esas manipulaciones, pero las hacemos para ganar conocimiento, para saber cómo funciona el sistema; no porque las vayamos a utilizar en campo».

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