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En el Colegio Rural de Bérchules no suena el timbre, ni el corretear de los niños en el patio. Las voces de los profesores se ... han vuelto mudas, las tizas ya no rasgan las pizarras y los lápices descansan, intactos, en lo alto de unas mesas apenas usadas. En este colegio de la Alpujarra, igual que en las aulas de Juviles, Alcútar y Torvizcón, parece que no ha llegado aún el inicio del curso escolar. Pero lo hizo. Empezó y, ese mismo día, acabó por la decisión de los padres de protestar por el cierre de unidades para «no dejar morir la educación de calidad» en los centros rurales. Ahora, están en huelga y no piensan parar hasta conseguir que sus pequeños cuenten con los profesores y las aulas que merecen, como han tenido en cursos anteriores.
Gabriela estaba deseando que llegara su primer día de colegio. Su madre tenía todo preparado para ese primer gran momento desde hacía semanas: mochila, fiambrera, ropa. Todo. No faltaba nada, ni siquiera los nervios de esta niña por arrancar sus estudios después del verano. Pero esa ilusión se tuvo que acabar cuando sus padres, como el resto de los alrededor de 130 niños que han dejado de ir a clase en estos centros, tuvieron que tomar la decisión de no llevarlos hasta que no desdoblaran las aulas que se habían recortado y se recuperaran los profesores que se habían perdido. «Han juntado niños de tres años con estudiantes de Primaria de otros ciclos que necesitan que les den su lección adecuadamente para no ir retrasados en comparación con cualquier alumno de otro colegio. Un mismo profesor no puede estar con quince niños en los que hay estudiantes que empiezan a leer con otros que hay que limpiarles los mocos y llevarles al baño. Al final, no pueden atender ni a unos ni a otros», dice María del Pilar. Su hijo necesita un profesor de apoyo debido a que tiene una pequeña discapacidad, «pero han dejado el número de profesores tan reducido que no hay profesor de refuerzo ni de apoyo», indica.
Este pasado viernes, como el resto de los días que han transcurrido desde que el 17 de septiembre se convocase esta huelga indefinida de no asistencia, los pasillos del colegio de Bérchules estaban desiertos. Allí no había nadie. Solo pupitres vacíos y profesores sin saber qué hacer. Tienen que permanecer en sus puestos de trabajo, pero no tienen niños a los que educar, como sucede en el resto de municipios afectados. Por eso, durante la jornada, ocupan el tiempo como mejor se les ocurre: haciendo las pancartas que llevarán a la concentración que han convocado padres, alcaldes y sindicatos para el próximo martes 1 de octubre a las doce de la mañana a las puertas de la delegación de Educación. «Para nosotros es muy frustran esta situación, porque vemos que no se les puede atender adecuadamente a los niños. Nos encontramos con que dos profesores distintos tienen que dar una misma clase a medias para cubrir horas y que en una sola hora hay que dar tres materias distintas para cursos completamente distintos», dice una de las maestras del centro.
Pilar se ha criado en Bérchules. Sus padres son de allí «de toda la vida». Ella nació en ese pueblo y desde pequeña lo tuvo claro: su sueño era criar a sus niños allí para que disfrutaran de lo que la vida de campo le ha dado a ella. Esa tranquilidad de poder salir a la calle sola, sin importar la hora, y conociendo a cada persona que se cruzara en su camino. Esa sensación de tener los mismos amigos desde pequeña y que estuvieran a cada paso de su vida. Y por eso llevó con ilusión a su hijo el primer día de clase. Pero se encontró con que esa realidad no era la que recordaba. «Siempre hemos estado pocos niños en clase, pero eso hacía que la educación fuera incluso mejor porque era personalizada. Pero este año han juntado niños de ciclos muy distintos con niveles completamente diferentes. Además de que no se les puede atender bien, es que el hecho de que los hayan juntado y acaben estando 15 niños en el aula no es legal, porque la ratio cuando son de distintos ciclos es inferior a la que tenemos ahora», relata.
La última hora de granada
Esta lucha no está siendo fácil para las familias, pues ahora empieza la época de mayor trabajo en el campo y tienen que hacer auténticos malabares para atender a sus niños. Muchos de ellos, incluso, han tenido que dejar de ir al trabajo para hacerse cargo de sus pequeños. «Les pones deberes, les enchufas los dibujos, los sacas al parque, pero ya no se te ocurre qué más hacer. Los niños necesitan su rutina, y ya se suben por las paredes sin ir al colegio, pero aguantaremos por su bien», indica Eva, otra madre. «Está siendo muy complicado seguir con la huelga, pero si la dejamos, le estaremos quitando a los niños la oportunidad de una buena educación, y eso no lo vamos a consentir», indica Pilar. Desde la delegación, por su parte, aseguran que la planificación se está ejecutando «de acuerdo a los planes previstos» y la planificación «se ajusta a la norma».
Cada día, al levantarse, Gabriela pregunta si ese día irá a clase. Y la respuesta siempre es la misma: aún no. «Espero poder decirle pronto que sí, que lo hemos conseguido y que puede volver», dice su madre.
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