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Laura, Roberto y Odie, con los libros abandonados en el parque. J. E. C. .
De Graná

El círculo de los lectores perdidos de Granada

Alguien ha dejado medio centenar de libros en un banco del parque Tico Medina. Ha puesto una nota en la que se lee: «Lecturas para el verano. Para combatir el calor, la lectura es lo mejor». Solo que, en realidad, si se lee con atención, no pone eso

Lunes, 23 de junio 2025, 00:04

Las familias se reparten por las sombras del Tico Medina, pequeños oasis en mitad del desierto. Hace tanto calor que cuando una niña inconsciente corre a los columpios del parque, su padre sale disparado detrás y la agarra entre sus brazos mientras la zarandea en el aire: «Hija, pero qué haces. ¡¿Qué haces?!». Luego, cuando vuelven moribundos a la sombra, el resto de la familia los abraza y los besa: «No os vayáis más, qué miedo hemos pasado». Laura y Roberto observan la escena desde la mitad izquierda de un banco. La otra mitad está al sol y, además, está ocupada por medio centenar de libros.

Laura trabaja en el Sacromonte, en un hotel. Roberto es guitarrista flamenco. Son amigos y han salido a pasear con Odie, un simpático perro que está deseando meter el hocico en un cubo con agua. «Y quién no», bromea Roberto. Los libros, dicen, llegaron antes que ellos. «Estaban aquí, no sabemos quién los ha dejado. Pero hay una nota». Efectivamente, sobre el montón de novelas hay una hoja que dice así: «Lecturas para el verano. Para combatir el calor, la lectura es lo mejor». En un primer vistazo, aparecen obras de Pérez Galdós, Bécquer, Oscar Wilde, Larra, Dostoievsky, Ortega y Gasset, Pío Baroja, Machado, Borges...

«Es un detalle bonito», dice Laura. «En el Realejo hacen algo parecido y así la gente puede leer o llevarse el que quiera a casa». Roberto asiente por un momento, justo antes de que se le cruce una idea por la cabeza: «Aunque también podría ser una manera cómoda de sacarlos de casa... Hay gente que con tal de no ir a un contenedor...». Reviso la nota que descansa sobre los libros y me fijo en dos cosas: que está escrita a mano con un bolígrafo azul y que la palabra 'lecturas' tiene más letras de la cuenta.

Los libros, con el cartel de las 'lecturras'. J. E. C.

Uno lee 'LECTURAS' así, en mayúsculas, y no se fija que entremedias hay letras repetidas y desperdigadas. Si se lee la palabra completa, con todas las consonantes y vocales añadidas, suena a algo parecido a «lecturras». Es decir, lecturas que dan la turra. Tal vez un mensaje escondido por un supuesto benefactor que, en realidad, como decía Roberto, buscaba la forma de lavarse las manos y la conciencia sin saber que, de una manera torpe y casual, su perversión parecía sacada de un cuento del mismo Borges que deseaba tirar a la basura.

La colección

Las novelas, con ese cuadrado naranja en la portada tan reconocible, pertenecen a la Colección Básica Salvat, una edición que era fácil ver en las casas de los padres. La colección completa estaba compuesta por cien volúmenes que se publicaron entre 1969 y 1971. Yo nunca me desharía de los libros. Si tuviera el espacio, me encantaría tener una biblioteca con 30.000 libros, como la de Umberto Eco. Una casa sin libros es como una casa sin ventanas. Qué angustia me dan los hogares en los que no hay ni un pequeño rincón para las historias... Aunque los libros son más que las historias que contienen. Cuando murieron mis abuelos y vendimos la casa de Lupión, un pueblito de Jaén, rescaté medio centenar de libros: novelas de vaqueros y ediciones antiguas. Qué vuelco pega el corazón cuando encuentras notas escritas a mano en los márgenes o a pie de página. ¿Quién querría tirar eso a la basura? ¿Quién puede?

Rebusco en la montaña de libros del banco y encuentro 'La isla del tesoro', de Robert Louis Stevenson. Paseo por sus páginas y el recuerdo me atraviesa como una ola de calor. El tipo era ancho y bonachón, me recordaba al padre de los 'Gremlins'. Cuando llamaba al timbre, se anunciaba con una voz cantarina: «¡Círculo de Lectores!». Cada mes nos traía un tomo nuevo de Astérix y otro de Tintín, además del catálogo con las novedades. Era esa época en la que todas las familias de Granada –y del mundo conocido– sentamos en el salón de casa al vendedor de las enciclopedias. Después de escuchar su discurso, ningún padre o madre podía negarse a comprar los tomos que fueran necesarios para que sus hijos tuvieran el saber al alcance de la mano.

«Era esa época en la que todas las familias sentamos en el salón de casa al vendedor de las enciclopedias»

Para hacer un trabajo del colegio, sacábamos el tomo correcto y exprimíamos sus conocimientos como si fuéramos los únicos capaces de descubrir aquellas cosas. Una sensación solo equiparable a cuando abrieron la Biblioteca de Andalucía y nos repartíamos por los pasillos para encontrar libros que nos ayudaran a triunfar de una manera única. Sí, ya sé, ya sé. Ahora tenemos todo eso y mucho más en la palma de la mano. Ahora podemos acercarnos a cualquier disciplina o temática en cuestión de segundos. Ahora podemos saberlo todo con una simple pregunta. Y ahora, sin embargo, tan listos que somos, sacamos los libros para quemarlos al sol. Nos quedamos sin oasis. Maldita turra artificial.

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