Negocios centenarios en Granada

El Anticuario Ruiz Linares, una cueva del tesoro en Granada

La historia de este histórico comercio de la capital granadina se remonta al año 1883, cuando el bisabuelo de Fernando Carnicero -actual regente del negocio familiar y miembro de la cuarta generación-, montó junto a su hermano una pequeña tienda de artesanía y antigüedades en la Cuesta de Gomérez. Poco después, se trasladaron al recinto de la Alhambra con la intención de atender a los turistas, cuya demanda hizo que la artesanía pasara a un segundo plano y los souvenirs se convirtieran en los protagonistas. Fue tal el éxito del puesto, abierto aún a día de hoy, que en los años sesenta decidieron ampliar su oferta con una pequeña sucursal en el centro de la ciudad. Nació así el Anticuario Ruiz Linares.

El local número uno de los coleccionistas habría pertenecido anteriormente a La Victoria, una tienda conocida por sus regalos de calidad, con muchos objetos importados de Francia y artículos del hogar de lujo. Fernando cuenta que cuando su familia decidió abrir el anticuario aquí, «mantuvieron la esencia de lo que había e incluyeron sus ya popularmente conocidos souvenirs y antigüedades». Sin embargo, hace unos treinta años, la familia se dividió. «Mis primos se quedaron con la tienda de la Alhambra, que se ha centrado por completo en el turismo, y nosotros abandonamos todo lo turístico y vendemos solo antigüedades», explica el director de este espacio.

A estas alturas, son años y años de experiencia los que Fernando acumula a sus espaldas. Tantos, que ha podido comprobar a la perfección qué tipo de personas se interesan realmente por los tesoros de Ruiz Linares: «Tenemos compradores locales, nacionales, internacionales… Algunos expertos y otros aficionados que vuelven porque les ha gustado lo que han encontrado aquí». Y también turistas, evidentemente, aunque «con el inconveniente de que no vienen preparados para comprar una antigüedad, que, en muchas ocasiones, tiene un tamaño grande», apunta.

Al principio, el público era muy reducido. Las antigüedades eran algo que compraban y consumían unos pocos, con un nivel adquisitivo y cultural que cualquiera no podía permitirse. Hasta que, en los años ochenta, «se puso de moda». «La gente joven también quería tener antigüedades en su casa, era algo que se veía bien», advierte Fernando. Aunque la situación no tardó demasiado en cambiar porque, en los 90, se generalizó otro tipo de decoración y apareció la tendencia del minimalismo. Afortunadamente para quienes se dedican a esto, el director de Ruiz Linares afirma que «siempre hay coleccionistas muy concretos, de cerámica, de azulejos, que vienen expresamente aquí, a ver si encuentran lo que están buscando o, quizás, algo que les sorprenda».

Porque sorprendente es, cuanto menos, la vida de anticuario. «Cada día es distinto. Nunca sabes qué te vas a encontrar o de qué te vas a desprender y eso es muy emocionante», reconoce Fernando, que además de vender maravillas también se dedica a buscarlas y comprarlas. Para él, trabajar en esto conlleva un gran aliciente: «Ha habido objetos que me ha costado mucho vender por lo especiales que eran, pero así funciona». «Vendes algo pensando que nunca vas a encontrar nada mejor, pero -relata-, cuando menos te lo esperas, llega a tus manos un nuevo tesoro».