Pizzas, baño de champán y aquella barbacoa que lo cambió todo
La unión de este vestuario, refrendada durante la temporada, tuvo un punto culminante en la fiesta que se improvisó en Mallorca tras consumarse el ascenso
Rafael Lamelas
Miércoles, 5 de junio 2019, 19:56
La anécdota la cuenta Víctor Díaz, capitán de este Granada, e ilustra lo que ha sido este equipo desde el principio. El sevillano relata ... que, recién empezada la pretemporada, uno de los fichajes de este curso, Rodri Ríos, quiso tener un detalle con el resto de compañeros tras instalarse en su nueva casa, invitando a una barbacoa a quien le apeteciera ir. El delantero, con pasado hispalense, se dirigió al resto con la vaga esperanza de que aparecieran los que ya conocía de antes, como el propio Víctor, y alguno más suelto. Cuál fue su sorpresa cuando allí se presentaron 40 personas, entre futbolistas y parejas. «Eso ya empezaba a dar una muestra de lo que vendría; nunca vi un grupo tan unido», rememora ahora el lateral derecho rojiblanco, cuya renovación está pactada y se oficializará en los próximos días, una vez conquistado el objetivo.
Aunque la tendencia lleve a individualizar el éxito y el fracaso, al final son los equipos los que ganan y pierden, los que ascienden o bajan. Elegir a uno o a unos pocos causantes suele facilitar las explicaciones pertinentes, pero nunca se ajusta a una realidad compleja y amplia. Si cabe, este Granada trasciende aun más cualquier delimitación. Puede que sea un equipo de autor, forjado por el entrenador Diego Martínez bajo unas ideas claras y consolidadas, pero este gallego no habría sido nada sin la pericia de sus ayudantes. Puede que brillaran en el campo Rui Silva, Germán, Fede San Emeterio, Puertas o Vadillo por momentos, y entre otros, aunque al final prevaleció el éxito gremial, colectivo. Más de media Liga en ascenso directo y nunca una derrota por más de un gol de diferencia constituyen algunos de los brutales registros de este Granada ejemplar.
Suena a tópico decir aquello de que cuando las cosas van bien es porque el vestuario está unido, pero es que en el seno nazarí no ha sido sólo una pose, un elemento nutrido meramente por las victorias. Este grupo ha creído en sí mismo, ha aceptado los postulados de su cuerpo técnico y ha trabajado con humildad por cada meta intermedia hasta cruzar la cinta definitiva. La humildad como ingrediente distintivo y la compenetración como nexo que sostuvo la estructura en los escasos malos momentos por los que atravesó la escuadra.
Nada extrañó que algunos de los más entusiastas de Son Moix fueran los que menos han participado, los que incluso ni han jugado hasta ahora ni un solo minuto en Liga. Aarón Escandell, el portero a la sombra de Rui Silva, iba de un lado a otro rociando de champán y cualquier líquido que llegaba a sus manos a cada auxiliar del entrenador, fundiéndose, como todos, en sentidos abrazos con los demás expedicionarios. También Fran Rico, uno de los capitanes, brazalete honorífico que le ha ayudado en su particular batalla contra sus problemas de rodilla. Le distinguieron por su veteranía en el club pero también por sus detalles alrededor para propiciar la armonía. Fue uno de los agitadores de la fiesta que se alargó durante la madrugada en Palma de Mallorca. Allí estaba animando el cotarro Nico Aguirre, simpático y cariñoso con todos, gracioso para convertir la velada en una fecha inolvidable, tal y como se merecía por lo fraguado entre todos en el campo. Que fuera necesario el detalle del Málaga no quitó un ápice de mérito a una plantilla que, ni en sus mejores sueños podía imaginar que llegaría a la última jornada en Segunda división con el salto de categoría ya asegurado por la vía manera directa. El Alcorcón seguramente hará el pasillo de honor a los rojiblancos este sábado, como tributo por su éxito.
Hubo gestos para enmarcar, como cuando Diego Martínez acudió con ayudantes y miembros del servicio médico a la rueda de prensa pospartido, que arrancó con muchísimo retraso por un motivo plenamente justificado. La juerga se alargó sobre el verde, con esos 200 hinchas en la grada como cómplices, entre los que viven en la isla y los consiguieron ir o quedarse tras el aplazamiento decidido el sábado tras el fallecimiento de José Antonio Reyes.
Se manteó al entrenador, al presidente, al director general y hasta a Manolo Lucena, que no podía estar más orgulloso. Él vivió como jugador los otros dos ascensos. Ahora le tocó hacerlo de delegado. Sus palabras, de agradecimiento sincero hacia los chicos, corroboraron el orgullo que siente por ver el escudo de su corazón de nuevo en Primera.
Un hilo granadinista unió a varias generaciones en el estadio balear. De los actuales a Lucena, para derivar hacia veteranos como el consejero Pepe Macanás y el veterano de la entidad Mariano Santos, que contribuyó a aquel cambio de categoría del 68. Como curiosidad, también firmado en Mallorca y sin necesidad de ganar (en su caso, perdieron el encuentro). Todos estuvieron en un local del puerto de Palma y que hizo su particular agosto un martes noche gracias a todos los desplazados por el club y algunos periodistas que se dejaron ver por el lugar.
No hubo cena de gala y sí muchas pizzas que echarse a la boca en el mismo pub, gracias a una rápida gestión. Allí se bailó mucho y se cantó más. Los encargados dejaron que sonara el himno del equipo en varias ocasiones. Los jugadores también rompieron a entonar el «qué bonito es, cuando voy al estadio...» que tan popular se ha vuelto entre las arengas de Los Cármenes. También se silbó el 'Bella Ciao', tema antiguo que ha refrescado una popular serie de televisión y que ensayaron en un vídeo previo al encuentro, en el que, con Vadillo de anfitrión, todos se pasaban el balón de cabeza hasta acabar encestado en un cubo para delirio general.
Las redes sociales particulares de cada futbolista permitieron acceder a lugares poco habituales, como la propia caseta del campo mallorquín o parte de la primera fiesta del ascenso, la que se organizó tras el cierre de la jornada. Desvelaron algunos momentos cachondos y otros entrañables. El resto ya fue en suelo granadino, con su gente, como broche a una campaña perfecta.
Este Granada ha sido, ante todo, un conjunto fuerte. No ha tenido al pichichi; sí al arquero menos goleado, aunque su virtud esté envuelta por unos compañeros que le defendieron como si se dejaran la vida. Rui vuelve a esa Primera española, en la que no llegó a estrenarse. Lo hace con Adrián Ramos, testigos de aquel descalabro del traumático primer ejercicio de John Jiang en la presidencia.
Todo ha sido distinto ahora. Hubo empatía y los egos se echaron a un lado. Nadie quiere marcharse del equipo rojiblanco y es una señal evidente de que algo ha funcionado a la perfección. Seguramente en la élite harán falta bastantes fichajes, de calidad y diferenciales. No todos los héroes del ascenso seguirán, pero todo el que venga ha de encontrarse una base así, que le marque el camino. Para que sigan surgiendo barbacoas improvisadas en la que todos se conozcan mejor, rían y disfruten, y así sentirse que funcionan como uno solo cuando vengan los malos tragos.
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