«Nadie en su sano juicio elegiría vivir de este modo»
Cinco personas sin hogar cuentan a IDEAL su historia
Unas doscientas personas viven en la calle en Granada, según datos de la parroquia Espíritu Santo. Su equipo de voluntarios entrega cada semana un 'menú', ... a veces por partida doble, a quienes duermen a la intemperie. Son cuatro las rutas que recorren: Centro, Caleta, Norte y San Jerónimo. IDEAL los ha acompañado en una de sus jornadas y ha podido conocer de primera mano la historia de cinco personas sin hogar.
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El mapa de la vida bajo el frío de Granada
Juan Duerme desde hace casi un año en la estación de autobuses y busca una habitación en la que poder entrar
«La vida y la mente te cambian cuando llevas más de tres meses en la calle»
Juan duerme en la calle desde hace diez meses. A sus 75 años, el hombre cuenta que pasa el día vagando por la ciudad y que, al caer la noche, emprende el camino de vuelta al banco de metal que utiliza de cama. Lo recubre con una manta para no pasar frío. La imagen se repite a sus espaldas. También unos metros más adelante. La estación de autobuses de convierte en uno de los puntos más concurridos de la ciudad. «La vida y la mente te cambia cuando llevas más de tres meses en la calle», dice.
Se crió en la costa granadina aunque acabó viviendo en la capital. Se ha dedicado toda su vida al campo y a la cocina, la que define como su gran pasión y especialidad. Da algunas indicaciones sobre cómo puede uno convertirse en buen cocinero y narra los recuerdos que aún tiene. Le gusta cocinar para sus amigos y familia, pero dice que se niega a volver a la residencia en la que estaba hasta hace poco menos de un año y que le costaba casi toda su pensión. «Aquello no era vida», cuenta. «Pero esto tampoco», añade en alusión a dormir a la intemperie. Trata de buscar una habitación en la que dormir en Granada, le pesan las noches en la calle. Pero reconoce que no quiere enfrentar ni tener ningún problema de convivencia «a estas alturas».
Juan no abandona su sonrisa ni un segundo. No teme al frío, tampoco al calor. Explica que lo peor es estar día tras día en la calle, con lo que ello supone. Lleva todas sus pertenencias en una mochila que no pierde de vista ni un segundo –no es la primera vez que le roban sus cosas otras personas sin hogar– y guarda algo de comida en una bolsa. Esas son todas sus propiedades.
Recibe con un abrazo a los voluntarios de la parroquia del Espíritu Santo, a quienes recibe semana tras semana y en quienes se apoya desde que empezó a recibir su ayuda.
José Vive en la calle desde hace cuatro meses y busca ayuda para dejar de padecer esta situación
«Esto solo lo entiende aquel que lo vive»
José cubre su rostro con una manta mientras tiende su cuerpo sobre un cartón. Dos cajas frenan –lo que pueden– el frío que hace en la calle. Las adicciones le han empujado a llevar ya cuatro meses en esa situación, pero se promete a sí mismo que en primavera saldrá de esto. «Esto solo lo entiende aquel que lo vive», detalla. Mantiene una lucha interna consigo mismo y piensa en la forma de poder salir de ahí.
Se esconde entre algunos soportales. Su objetivo es pasar desapercibido porque el día a día con otra gente que vive también en la calle está lleno de imprevistos. «Andamos siempre con la manta a cuestas porque si la dejas aquí, te la roban», cuenta. Con suerte, los cartones no se le pierden.
Apenas tiene 60 años. Transmite energía y optimismo en medio de una noche en la que se siente afortunado. «Lo peor llega cuando está el termómetro en negativo», explica. Aunque lleva poco tiempo en esta situación, ha podido sentir en primera línea lo que supone pasar una ola de frío a la intemperie.
No tiene ninguna bolsa en la que guardar su ropa y acoge con una felicidad inmensa el bocadillo de jamón y las zapatillas que los voluntarios de la parroquia del Espíritu Santo le han llevado. «Solo por eso», cuenta, «ha sido ya una buena noche». «No hay palabras para agradecer lo que hacen por nosotros», expresa. Y lo muestra también en su rostro
En su encuentro con los miembros de la iglesia pide unos calcetines y alguna que otra manta. Ellos tratarán de buscarlos y dárselos a la semana siguiente.
Los voluntarios también ayudan a que las personas que lo sufren puedan salir de la drogadicción. Les indican a donde acudir, lo que deben hacer para dar el paso, pero también la importancia de ser constante en el proceso y estar concienciado. «Eso es fundamental», detallan. Les tienden su mano para todo lo que necesitan y les hacen ver que ellos también merecen otra oportunidad.
Jesús Acabó en la calle tras el fallecimiento de su mujer después de cuidarla por una dura enfermedad durante años
«Nadie en su sano juicio elegiría vivir de este modo»
En el callejón en el que duerme Jesús pernoctan tres personas más. Las mantas, los colchones y los cartones se acumulan en un lateral, justo en el acceso de un edificio del Centro. Una caja guarda las pertenencias de dos de ellos, pero solo Jesús se atreve a contar su historia.
El hombre supera el medio siglo de vida y lleva algunos años ya en esta situación. Un tiempo suficiente para decir que «nadie en su sano juicio elegiría vivir en la calle». Sus pertenencias más importantes las guarda en una riñonera que no suelta ni un segundo. Lleva puesto un chándal, una sudadera con capucha que le protege el rostro al caer la noche. Reconoce que ha trabajado en todo lo que ha podido, aunque abandonó su empleo cuando su esposa contrajo una dura enfermedad. Relata cómo estuvo día tras día dedicado a su mujer. Tras el fallecimiento de ella, vendió su casa para poder pagar el centro en el que reside su hija, con parálisis cerebral. «Pienso en ellas todos los días», relata.
Dice que vivir en la calle es como estar «en una selva». A los robos se le suman las peleas, una 'convivencia' que hace mella en las personas y que aflora desconfianza e inseguridad. Llegan a establecer alianzas los unos con los otros en busca de protección.
«Es lo primero que hacen al empezar a vivir así», detallan desde la plataforma 'La Calle Mata'. Cuentan que todas las personas sin hogar se conocen, por eso identifican fácilmente cuando hay alguien 'nuevo'.
Los voluntarios de la parroquia Espíritu Santo cuentan como muchos no reconocen al principios que son personas sin hogar, por vergüenza u otras razones. «Los primeros meses son los más duros. Después, a todo se hace el cuerpo», dice Jesús mientras reconoce que «no tiene sentido» pasar vergüenza por esto.
Ángel y su novia Carmen Se conocieron en la calle, donde duermen desde hace meses mientras buscan una casa
«Hoy nos han pagado un hostal, pero mañana volveremos a la calle»
La historia de amor de Ángel y Carmen nació en la calle, donde él duerme desde hace años y ella desde hace meses. «Solo nos tenemos el uno al otro», dicen.
Pasan la noche junto a una sucursal bancaria con la madre de ella, de 60 años de edad. La mujer va en silla de ruedas. Tapada con una manta de pies a cabeza, duerme como puede, con el cuerpo echado a un lado, sin quejarse. La gente se detiene al observar la estampa. Pero no son los únicos que ocupan la calle. Una decena de personas se acumula en la misma zona. Se tumban en bancos, en camas improvisados por ellos mismos con algunas esterillas y unas cuantas mantas. «No tenemos alternativa, faltan recursos para los que estamos en esta situación», añaden.
La pareja espera junto a la fuente de las Batallas la llegada de Gerardo y el resto de voluntarios de la parroquia Espíritu Santo. Cogen la bolsa de comida que han preparado y cuentan el motivo por el que esa noche no dormirán a la intemperie. «Una mujer nos ha pagado la estancia en un hostal, pero mañana volveremos a la calle», cuenta Ángel. Tienen una misma ubicación desde hace tiempo. Ahí guardan mantas y algunas pertenencias. Hasta hace pocos días, también un colchón, pero se lo robaron. «Lo cogieron y echaron a correr», explica.
Buscan una casa desde hace unas semanas que pagarán con una ayuda económica que recibe Carmen, ya que su madre es completamente dependiente de ella. «Necesita de nuestra atención 24 horas», explica. Una estafa la dejó sin ahorros y la llevó a vivir en la calle. No ven el momento de salir de allí. Ese ha sido su objetivo principal desde que empezaron a dormir bajo las estrellas.
Mati Conoce a los compañeros de la parroquia desde hace años y ha vivido en la calle en distintas ciudades de Europa
«Los voluntarios nos cuidan, no sabemos que haríamos sin ellos»
Ricardo y el resto de voluntarios de la parroquia llegan a la parada de Mati cuando el reloj pasa ya de medianoche. La temperatura empieza a descender considerablemente a esas horas. La mujer los espera despierta y acoge de buena gana el bocadillo y el caldo caliente que le entregan y le ayuda a combatir el termómetro en negativo. «¿Quién lo ha preparado?», pregunta. «Debe ser alguien con buena malo, está delicioso», celebra. La imagen se repite semana tras semana.
La mujer agradece la atención y también la visita de los miembros de la parroquia, a quienes conoce desde hace años y a quienes cuenta cómo está y abraza con alegría. «Los voluntarios nos cuidan, no sabemos qué haríamos sin ellos», dice. Lo que le entregan es lo primero que se lleva a la boca en todo el día. Guarda algunos yogures y explica que una vecina de la zona le preparó un arroz días atrás. Se rodea de personas que se preocupan por ella. Desde la parroquia, intentan ofrecer unos alimentos variados con el objetivo de que estas personas reciban diversos nutrientes. También reparten chocolatinas.
Aunque es de Granada, ha pasado muchos años en Inglaterra. Allí creó una familia, pero terminó en la calle por circunstancias que prefiere no contar. Un tiempo después volvió a España. Se comunica con su familia, en Reino Unido, a través de los móviles de Ricardo y los demás voluntarios. Les envía fotos a través de ellos para hacerles saber que está bien. «Ellos son también mi familia», detalla. Pasa los días junto a una caravana donde se protege del frío. Va enfundada en un abrigo y un gorro. También con unos guantes. Ameniza su estancia junto una mesa que se ubica justo delante, donde descansa en un sofá a plena luz de la luna.
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