La patrulla 'desokupa' del barrio de San Ildefonso
Un grupo de vecinos, de todas las edades y entre los que hay desde profesores a tenderos, han podido desalojar siete casas sin violencia; el secreto: estar unidos y actuar rápido
Sergio González Hueso
Granada
Domingo, 30 de octubre 2022, 00:26
Cuando se habla de un grupo desokupa, uno se imagina a armarios empotrados de cabeza rapada, botas militares y brazos tatuados. Quizá exagere, pero desde ... luego la imagen que esta gente tiene en la calle nada tiene que ver con la que ofrecen a primera vista Luisa, Ángela, Benito, Mari o Antonio, vecinos todos de San Ildefonso y pequeña representación de la red de ayuda vecinal que existe en este barrio desde hace ya algún tiempo para evitar que haya gente colándose en casas que no son suyas.
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Estas personas, aquí con nombres ficticios, no parecen que estén muy en forma (con perdón), tampoco son demasiado jóvenes (con perdón) y desde luego no sacan un duro por hacer lo que hacen; simplemente no quieren, ni más ni menos, tener de vecinos a gente indeseable. Al menos es el concepto que tienen de este tipo de personas tras muchos años de lidia con ellos. «Es que la okupación como se entendía en Europa en los años 80 o 90 ha degenerado por completo. Ya no es un movimiento reivindicativo que hace barrio y protesta por la escasez de vivienda.
Tampoco las personas que entran suelen tener niños pequeños ni están desamparados; hoy los protagonistas de la inmensa mayoría de estos episodios son gente que utilizan estas casas para hacer negocio o desarrollar conductas delictivas», cuenta Benito, uno de estos vecinos que han decidido no quedarse de brazos cruzados. La historia de este grupo surge de forma natural.
Luisa cuenta que antes de la pandemia tuvo lugar una «sucesión de okupaciones y robos» que les hizo reaccionar. Cómo lo hicieron es una consecuencia de la unión que existe entre ellos. Se conocen desde hace años y saben muy bien qué casas están vacías y casi también a quienes pertenecen. Y si no lo sabían, ahora ya... de memoria. Su ámbito de influencia se centra, sobre todo, en la zona conocida comoCercado Bajo de Cartuja, pero también se extiende a otras calles limítrofes como Hornillo de Cartuja o la Placeta de la Cruz. Es un barrio en el que se entremezcla la vida estudiantil y la del vecindario de toda la vida, que son mayores en una gran proporción.
El procedimiento
«Son nuestras casas, nuestro barrio, tenemos que proteger lo que es nuestro», explica la motivación del grupo uno de estos vecinos. Suelen actuar unos ocho, aunque depende del día. Cuentan que están asesorados por un vecino que es abogado y que nunca han tenido ningún momento violento. Si acaso, «solo incómodo», matiza Antonio. Aún así esta gente tiene miedo y prefiere que no se sepa quiénes son por si acaso.
Se organizan en un grupo de guasap.Como se conocen todas las casas que están vacías, al menor atisbo de que alguien ha entrado en una, avisan enseguida para pasar a la acción. Puede ser una persiana a medio abrir, la puerta entornada o ruido por la noche. Cualquier pequeña sospecha se comprueba, y tiene que hacerse enseguida. Una de las claves es actuar antes de que los okupas se establezcan. Cuando esto pasa, ya todo es más difícil.
Lo primero que hacen es llamar al propietario, que si confirma que no es él quien han entrado, lo siguiente es avisar a la Policía Nacional y personarse en la vivienda. Es clave hacerlo en las primeras 48 horas, pues es el tiempo establecido para poder echar a los okupas denunciando que han allanado la morada. Una vez allí, tratan de entrar en la casa con la ayuda del dueño. Y se puede hacer sin vulnerar la ley siempre que la puerta esté abierta o la abra el legítimo propietario con sus propias llaves. Y ya depende de si están o no en la vivienda quienes la han invadido.
«Cuando nos hemos cruzado con ellos les gritamos directamente que se vayan, y cuando nos ven a varios junto a la Policía, lo hacen», cuenta Ángela. Liberada la casa, ya depende del propietario, pero si no está suelen pedir su autorización para cegar las puertas o ventanas con los propios muebles para así evitar que entren de nuevo. Habría que ver a jubiladas o profesores de universidad tapiando puertas o diciendo ¡fuera, fuera! a estas personas. «Es que no hay más remedio», dicen al unísono. «Lo que no podemos permitir es que se rompa la convivencia en este barrio en el que siempre ha reinado la tranquilidad», dicen estas personas, que cuando han triunfado siempre sienten lo mismo:«Un alivio muy grande».
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