¿Por qué no se hacen colas en Granada?
Crónicas de Graná ·
En Granada no se hacen colas, de hecho, si se forma una, llama la atención casi tanto como un incendioUn joven que viste gorra de béisbol, camiseta ancha y mascarilla negra se acerca a la parada del autobús, en mitad de Camino de Ronda. ... A la izquierda de la marquesina hay un hueco que le permite apoyar la espalda y doblar la pierna hasta alcanzar una postura cómoda. Al momento, saca el móvil y sigue leyendo algo que, aparentemente, había dejado a medias. El freno del bus saca del aislamiento digital al joven, que guarda el teléfono en el bolsillo y avanza hacia la puerta del vehículo. «Perdona», le dicen por detrás. Él se da la vuelta y descubre que hay un puñado de personas con el ceño fruncido. «Te has colado», le advierten. «¿Que me he colado de qué?».
Las paradas de autobús de Granada son como manchas de Rorschach. Unas parecen búnkers de guerra en la que los pasajeros se arremolinan bajo el techado, como pueden. Otras son pinturas de Jackson Pollock, puntitos de colores que han caído como gotas de lluvia. Las hay que se expanden como redes neuronales a lo ancho de la calle, desde la fachada hasta la calzada, y otras en las que parece que la gente se esconde detrás del mapa, como si fueran espías de la Pantera Rosa. De lo que no tienen forma, nunca, es de fila india. ¿Una ordenada cola para esperar al autobús? Un mito.
Cuando los granadinos vuelven de Londres hablan del 'mind the gap', de los avisos pintados en el suelo y de que la gente hace cola para esperar al autobús
Hace años, Antonio, un encargado de una agencia de viajes, escuchaba a un inglés absolutamente desconcertado: «¿Por qué no se hacen colas en Granada? ¡Es muy desordenado!», lamentaba el sir. El encargado no entendía y le preguntó que a qué se refería exactamente. El otro, flemático y cabreado, le insistió: «¡No sé entrar a los sitios!». Al otro lado, cuando los granadinos vuelven de Londres hablan del 'mind the gap', de los avisos pintados en el suelo de 'mira a la derecha' o 'mira a la izquierda' antes de cruzar y de que la gente hace cola para esperar al autobús. Sí, filas: se colocan uno detrás de otro, de manera ordenada, conforme llegan a la parada.
«¿Quién es el último?»
Gran Vía, a media mañana. En la parada que hay un poco más allá de la Catedral. La gente está distribuida por la calle como semillas que caen en la tierra. El autobús se acerca y, sin embargo, no hay ningún caos: entran al bus en un escrupuloso orden de llegada, como si fueran una bandada de pájaros que cambiara de rumbo. Antes de subir, desde la cola que se forma en la misma puerta, una señora responde: «¿Cola? Hijo, yo qué sé, nos hemos puesto y hemos subido al autobús, como todos los días».
El fenómeno de no hacer colas se da también en otro tipo de actividades, por el centro. En un comercio de comida para llevar, cerca de Recogidas, esperan cinco personas fuera -dentro sólo puede haber dos-. «¿Quién es el último?», preguntan al llegar. «¡Yo!», exclama una chica que viene del gimnasio y está al otro lado de la calle. Hay otra mujer apoyada en un coche, un hombre firme en la acera y un chico sentando en un tranco, en una puerta cercana. Y, claro, una señora que está en la misma puerta. La acera del comercio queda libre para que pase cualquiera.
«¿Cola? Hijo, yo qué sé, nos hemos puesto y hemos subido al autobús, como todos los días»
En una charcuteria de Plaza Menorca sucede una imagen similar, pero aquí los clientes se expanden por una de zona de la plaza, en un ordenado caos de «¿quién es el último?». Ferreterías, churrerías, bares... Ninguna cola. O casi. De hecho, si se forma una cola, llama la atención casi tanto como un incendio.
-¿Qué pasa allí? -pregunta un hijo a su madre en el cruce de Puerta Real.
-¡Ni idea! Anda, vámonos -responde la madre.
Era la cola para entrar a correos que ahora, con la nueva normalidad, no se puede entrar y repartirse por dentro como antes, al tuntún. La cola empieza en la puerta del edificio de Correos y llega hasta cerca del quiosco, rodeando la apertura de la rotonda. No tiene la más mínima importancia, es una cola para enviar o recibir cartas. Pero, en Granada, extraña. Una cola bien formada, aquí, parece un estudiado reclamo de márketing. Como en Los Cármenes, cuando se venden los abonos, o en la panadería de Mariana Pineda, en la que todos los días se forma una cola en mitad de la plaza -claro que el pan, encima, está muy bueno-.
«¿Que me he colado de qué?», pregunta indignado el joven, apretándose la gorra de béisbol a la cabeza. Antes de que nadie responda algo más, se da la vuelta y entra en el autobús. El murmullo de desaprobación suena a lamento pero, finalmente, todos suben sin más revuelo. La última en entrar, una chica de pelo largo y zapatillas de colores, le dice a su amiga mientras pisa dentro: «A ver, si es que no hay cola».
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