«Aún no me he encontrado del todo, pero mi hijo y yo somos libres y estamos vivos»
Una granadina relata las humillaciones y agresiones que sufrió por parte de su ex y anima a más víctimas a denunciar
La primera agresión que sufrió Ana, nombre ficticio, fue a los seis meses de noviazgo. En medio de una discusión, su pareja la agarró de ... los pelos y la arrastró. Su maltratador, el que le hizo la vida imposible más de una década, lloró tan desconsoladamente que ella se lo creyó, perdonó y continuó con la relación. A su corta edad, cada piropo moldeaba sus gustos. «Eres muy guapa no tienes que pintarte o ponerte esa ropa que es de guarras», le decía él. Cada insulto ella lo asumía como una verdad absoluta. «Basura, no sirves para nada, eres manipulable» y otras mentiras que calaron tan hondo en su autoestima hasta tal punto que hoy todavía duda y se echa la culpa de lo que le hicieron.
Su maltratador controló su vida de forma férrea y absoluta. Ella dejó de ser y se convirtió en un instrumento, un objeto más de un hombre cruel y obsesivo. La tenía que llevar y recoger del trabajo, le registraba el móvil y los cajones del armario, le rompía la ropa interior que consideraba provocativa y la agredía física y verbalmente hasta la extenuación. A consecuencia de la violencia, la mujer sufrió incluso un aborto. «Parecíamos la pareja perfecta, pero de puertas para dentro... Todavía hay gente que no me cree», lamenta.
Los únicos momentos de intimidad que tenía eran cuando duchaba a su hijo. El pequeño era testigo de cada golpe. Se abría con su madre en medio de la discreción que le ofrecía el ruido del agua. «Era un mico. Una vez me miró y me dijo: 'Mamá, si no nos vamos vas a acabar con San Pedro'. No sé de donde salió aquella expresión. Pero me sirvió para abrir los ojos poco a poco. Aunque tardé más tiempo en irme», reflexiona.
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Después de una paliza, para poder irse de casa llamó a su madre y le avisó de que iba a visitarla. A ese hombre tan afable con los de fuera no le gustaba vociferar delante de extraños. La mujer aprovechó la oportunidad y huyó con su hijo sin mirar atrás hacia una nueva vida que no termina de arrancar.
Tiene el recordatorio diario de que su expareja existe con el dispositivo Cometa y cuenta los días que restan hasta que llegue el juicio por malos tratos. La primera persona que le puso nombre a lo que había vivido, fue su abogado. En cuanto escuchó su testimonio la empujo directamente a denunciar. Declaró durante más de seis horas en la Guardia Civil.
«Me creyó»
Pese a los sinsabores que deja el sistema judicial a las víctimas, la mujer agradece de forma infinita tanto a su representante legal como a la fiscalía provincial lo que otros muchos antes, incluido su familia, se rehusaron a hacer: «Me escucharon». «No voy a olvidar nunca a la fiscal, no la olvidaré en la vida. Porque sin yo llevar ni un morado en el cuerpo, me creyó. Poco después ya con pruebas suspendió las visitas de mi ex al niño», explica emocionada.
El menor también declaró ante el juez. La mujer nunca ha sabido qué es lo que el pequeño contó, pero fue efectivo porque desde hace varios años que «ese hombre no se puede acercar» a su hijo.
Durante todo el relato, la granadina coge aliento con frecuencia. Es una ansiedad viva, pese a que con los extraños se pone otra piel. «Soy muy fuerte, pero también sensible. Esto me ha dejado una herida muy honda y hay días que tengo que hacer un esfuerzo ingente para salir de casa», manifiesta. La mujer cuenta con el apoyo incondicional de su hijo. «Yo soy una miedica y él no tiene un ápice de miedo. Es muy valiente», insiste. «Cuando vamos juntos a algún sitio me dice: 'Mamá, tú no te has dado cuenta que ya soy yo el que te acompaña. Que ya no tienes que estar pendiente de mí. Soy yo el que te puedo ayudar'», dice llorosa Ana. «Le digo, que su madre soy la que le tiene que ayudar. Pero le da igual. Él va conmigo por la calle, y dice: 'Mamá, no tienes por qué tener miedo. Soy grande y no tienes que cogerme corriendo y quitarme'. Me lo dice muchas veces, el día que cumpla más años le parto la cara'», cuenta la granadina. «Le voy a dar las mismas hostias que te ha dado a ti», añade entre lágrimas.
El camino no es nada fácil, pero aunque se ha encontrado muy sola y duda a veces de quién o cómo es, no cambia la libertad que ha conseguido en ese pequeño cuarto que comparte con su hijo. «Hoy puedo pintarme los labios de rojo o de rosa, ponerme el escote que me da la gana y reírme sin que nadie me pregunte el motivo. Voy a la playa, tengo vacaciones y puedo salir a tomarme un café con mis amigas», enumera.
Las primeras sesiones de terapia en el Instituto Andaluz de la Mujer eran un respiro para ella. «Era una hora a la semana que me podía dedicar. Se me ponían los pelos de punta cada vez que escuchaba a una niña decir que quería volver con sus agresor. No quería que acabaran como yo», reflexiona.
Ana tiene un mensaje para todas aquellas mujeres que sufran la violencia machista. «Que no se lo piensen. Que den el paso adelante, porque solas han estado toda la vida y solas pueden seguir. Denunciad porque vais a dejar de tenerlos al lado, no vais a tener que convivir más con una persona que te ha anulado. Si te pegan a la primera vez, vete. No lo dejes porque te hacen sentir que te lo mereces. Ahora me di cuenta cuando ya ha pasado que me violaban. Si no quieres, no quieres», señala. «Y para todas las mujeres que tienen niños les digo que no dejes que tu hijo se críe con miedo. Los profesores se quejaban de que mi hijo no hablaba. Yo no podía decirles que su padre es un desgraciado. Ahora sí puedo», concluye.
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