«Nos sentimos completamente abandonados y desprotegidos»
Los residentes se enfrentan a una lucha diaria contra el deterioro de sus hogares, mientras las autoridades se muestran «indiferentes»
En un rincón olvidado de La Herradura, el horizonte ya no refleja la serenidad que prometían las vistas hace 35 años. Las promesas de un ... hogar idílico en el conjunto residencial Cármenes del Mar se han desvanecido entre grietas interminables y cimientos que luchan por mantenerse en pie sobre una tierra traicionera.
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Ricardo López es el presidente de la comunidad de vecinos de Atarazanas, una de las zonas afectadas por este «desastre» urbanístico. Trás más de veinte años viviendo en este lugar, este vecino ha presenciado cómo las casas siguen escribiendo historias de miedo: las paredes crujen con el paso del tiempo, las aceras brotan del suelo como si quisieran escapar, y en cada rincón hay una grieta que recuerda que el suelo está cediendo poco a poco.
«Lo peor no es perder dinero, es la desprotección. El terreno empuja nuestrascasas al abismo»
Al entrar a la urbanización, una señal de tráfico bien grande en la que se indica que la zona tiene riesgo de desprendimiento y que el pavimento está en mal estado. Nada más lejos de la realidad. Ricardo, cansado pero firme en esta lucha, explica la desesperación que sienten los residentes ante esta situación que llevan soportando décadas. «Si llego a saber esto, jamás hubiera comprado mi vivienda aquí; desde que nos mudamos, nunca hemos tenido paz. Las grietas no dejan de crecer, y el ayuntamiento no hace nada. Nos sentimos completamente desprotegidos», dice con voz quebrada, mientras señala con el dedo las grietas que atraviesan la pared de una de las viviendas de su calle.
Lo que comenzó como un proyecto «ambicioso» se ha convertido en una «pesadilla» para los residentes. La urbanización fue construida sin tener en cuenta la geografía inestable de la zona. «El terreno no era adecuado para sostener los cimientos de las viviendas, y como resultado, la tierra ha comenzado a deslizarse, empujando las estructuras hacia el abismo», explica. Y es que, a pesar de los acordonamientos, la tierra no perdona y las viviendas se desploman poco a poco de manera silenciosa.
«En nuestro residencial llevamos más de 10 años sin piscina porque el terreno está hundido», relata Ricardo, mientras observa a lo lejos la piscina desmoronada, que hace años era el centro de reuniones de los vecinos. En la zona de Pueblo, una de las áreas más afectadas, el paisaje es «desolador», algunas casas ya han sido precintadas por el ayuntamiento ante el riesgo de desplome. El gobierno local, según los testimonios de los vecinos, ha colocado vallas para evitar que los residentes accedan a estas casas en ruinas, pero las soluciones no llegan.
«Aquí todo está detenido. El ayuntamiento se limita a poner precintos. Nos dice que el presupuesto es limitado, que no hay dinero, pero a nosotros nos han dejado en la ruina», afirma López mientras camina por el asfalto rajado.
Extranjeros y jubilados
A pesar de haber ganado juicios contra los responsables de la construcción y las autoridades, la situación sigue igual. «Nos sentimos abandonados», denuncia otro residente, que prefiere mantenerse en el anonimato. «Las viviendas que antes costaban miles de euros, ahora apenas tienen valor. Nadie quiere comprarlas, y aquellos que intentan venderlas lo hacen por precios irrisorios», señala. «Lo peor no es perder dinero, lo peor es la desprotección» agrega.
La tensión entre los vecinos es evidente. Muchos de ellos extranjeros y jubilados, están totalmente desesperados y son incapaces de seguir luchando. Algunos se han ido, dejándolo todo atrás, mientras que otros se aferran a la esperanza de que, en algún momento, alguien actuará. «Muchos de los que compraron aquí lo hicieron porque confiaban en el proyecto. Hay quienes se han ido por miedo», explican. Christopher, un vecino irlandés que vive en la zona con su familia, ha arreglado las grietas de su fachada infinidad de veces. «No estamos pidiendo un lujo, solo queremos vivir sin miedo», concluyen.
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