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El Collado de la Sabina, un territorio puente de las altas cumbres

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El Collado de la Sabina, un territorio puente de las altas cumbres J. E. GÓMEZ

Entre sabinas y enebros

Tras los últimos árboles, el matorral nevadense marca la frontera de la alta montaña. En el collado de la Sabina las sendas se abren paso a través de las últimas laderas calizas para entrar en el dominio de las pizarras

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Sábado, 25 de agosto 2018, 01:39

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Un sonido de arrastre de piedras asciende desde el fondo de los barrancos. Se mezcla con un entrechocar de pezuñas sobre los guijarros. Es un pequeño grupo de cabras montesas que a primera hora de la mañana, cuando el sol no ha logrado aún superar la barrera de los grandes picos de Sierra Nevada e iluminar su cara oeste, ascienden en busca de cotas altas donde pasar las horas centrales del día. Caminan sobre un territorio difícil de piedras sueltas, arenas y matorral espinoso. Junto a ellas se aprecia el vuelo de pequeñas aves que esperan cazar los insectos e invertebrados que los animales levantan al mover la tierra a su paso. Es una pareja de colirrojo tizón, el macho de color obscuro y la hembra marrón, pero los dos con la cola inconfundiblemente rojiza. Tienen su nido entre las oquedades de los roquedos situados en las cercanías y han de llevar comida para sus polluelos. Entre la vegetación almohadillada se deja oír el silbido, corto y potente, de las cogujadas. Es el dominio del matorral de montaña, de los sabinares y enebrales que pueblan el territorio previo a las altas cumbres, el final de la orla caliza que rodea el núcleo central de la sierra, el punto geográfico donde se inicia el dominio de las pizarras, de las rocas grises y rojizas que caracterizan los cerros y sus glaciares.

Es el collado de la Sabina, un paraje situado sobre los altos del Dornajo desde el que se inician las lomas que conducen hacia los peñones de San Francisco, un espacio calificado como de los más significativos para entender algunas de las singularidades de la gran montaña de Sulayr. Ya no hay árboles, la altitud y la temperatura impiden el crecimiento de arboledas y ni siquiera el pino silvestre, autóctono de la media montaña, logra superar el impacto de los cristales de hielo lanzados por las ventiscas. Son laderas alomadas por la erosión, sin grandes cortados, donde arraiga un ecosistema de matorral que alberga una gran biodiversidad con altas cotas de endemicidad.

  • ¿Dónde está? Entre el Dornajo y el albergue militar de Sierra Nevada.

  • ¿Cómo llegar? Por la carretera de Sierra Nevada, después del cruce con Pradollano, ascender hasta una gran curva de casi 180 grados. Estacionar en la explanada que hay en la curva y cruzar hacia la vertiente norte. Una vereda recorre el sabinar

  • Coordenadas 37° 6'56.22-N 3°25'16.95-O

Suelos calizos

Es territorio de sabinas con enebros y piornos de suelos calcáreos, caracterizados por sus colores ocres, sobre los que aparecen densas manchas verdes que señalan la presencia de sabinas y otras de colores pálidos formadas por tupidos matorrales del muy espinoso piorno blanco. Forman un manto vegetal en el que habita una gran cantidad de especies de fauna: mamíferos como zorros y cabras montesas, numerosas especies de aves y sobre todo invertebrados, entre ellos muchas de las mariposas de alta montaña que vuelan en Sierra Nevada.

A 2.175 metros de altitud, donde las condiciones meteorológicas empiezan a ser consideradas extremas, no es fácil sobrevivir. Fauna y flora necesitan refugios donde protegerse de la fuerza del viento, donde la nieve deje espacios para mantenerse durante el invierno y en los que evitar que las montesas y el ganado eliminen sus brotes tiernos. El matorral se convierte en hábitat de supervivencia para gran parte de las especies que se desarrollan en los sabinares, enebrales y piornales nevadenses, por lo que el mantenimiento de estos ecosistemas es fundamental para la conservación de la biodiversidad del Parque Nacional. Científicos del Observatorio del Cambio Global de Sierra Nevada, mantienen trabajos de seguimiento y adaptación de los viejos sabinares, ya que tradicionalmente han sido objeto de un fuerte impacto humano con talas, incendios y el uso abusivo de paso de ganado que esquilmaba parte de la vegetación original. El collado de la Sabina y otros parajes de Jerez del Marquesado y la Alpujarra, son objeto de repoblaciones controladas de este tipo de matorral para conseguir la recuperación de los ecosistemas.

En la cara noreste del collado se produce una mezcla artificial de sustratos provocada por vertidos de tierras extraídas en obras de la estación de esquí de Pradollano en la década de los ochenta del pasado siglo. Miles de toneladas de tierras silíceas contaminaron un terreno en el que se encontraban algunas especies muy significativas de Sierra Nevada. El vertido, que ha intentado ser repoblado y regenerado durante años, e incluso se ha utilizado como campo de experimentación para la investigación botánica, estuvo a punto de llevar a la desaparición a la única población que en aquel momento había en la sierra de Odontites viscosus subsp. granatensis, una especie en peligro crítico de extinción que ahora cuenta con dos poblaciones más en otros puntos del macizo.

El collado de la Sabina es la frontera de la pizarra, uno de los puntos geológicos más claros para observar el paso de la orla caliza al corazón silíceo de la alta montaña. Aunque la tierra mantiene mezcla de los dos sustratos, la capa vegetal cambia. Entre las manchas verdes de las sabinas aparecen grandes matorrales similares a los de la zona calcárea, pero ahora están adornados por flores amarillas. Son piornos de la especie Genista versicolor, junto a los que crecen tomillos de Sierra Nevada, un claro indicador de que se inicia el sustrato silíceo que ascenderá poco a poco hacia zonas más expuestas a las inclemencias del tiempo. Es posible ver el vuelo de las mariposas apolo de la sierra, Parnassius apollo nevadensis, otro bioindicador del cambio en el sustrato y la vegetación. El collado da paso a los enebrales rastreros, los enebros nevadenses que se suceden hacia el collado del Diablo y el antiguo refugio de los llanos de Otero.

Las sendas que discurren a través del collado lo hacen entre sabinas, enebros y piornos, son parte del viejo camino de los Neveros, la conexión entre la ciudad y las cumbres de Sulayr.

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