El escaparate de Barcelona
Vinçon, la tienda que ha educado en el «buen diseño» a la ciudad condal, despide a su plantilla y se plantea el cierre. La crisis ha hundido las ventas a la mitad
CARLOS BENITO
Viernes, 29 de mayo 2015, 01:06
Hay tiendas a las que ese nombre se les queda muy corto, porque sus actividades y su significado van mucho más allá de la rutinaria ... compraventa. Vinçon, el negocio de artículos para el hogar de Barcelona, es un buen ejemplo de comercio que ha reventado las costuras de esa categoría y se ha convertido en un icono cultural. Al establecimiento del Paseo de Gràcia se puede ir con la intención prosaica de buscar una lámpara, una mesa, una escobilla para el váter o un kit de hacer pan para hamburguesas, pero su relevancia, muy trabajada desde su fundación en 1941, rompe con todas las convenciones: se puede decir que Vinçon ha educado a los barceloneses en el diseño, gracias a su oferta de productos rastreados por todo el mundo, su activa galería de exposiciones, sus sorprendentes y, a menudo, desconcertantes escaparates e incluso esas bolsas tan llamativas, que cambian anualmente y se han convertido en objetos de colección.
El edificio
-
EL CLÁSICO DE LOS NEONES ROJOS
-
Vinçon está en el 96 del Paseo de Gràcia, en la misma manzana que La Pedrera, cuya parte trasera se ve desde su coqueto patio interior. Ocupa dos plantas de un edificio modernista proyectado en 1899 por Antoni Rovira i Rabassa.
-
Las bolsas. Su diseño cambia todos los años. La mayoría llevan la firma de Pati Núñez, pero también las hay de otros artistas, como Mariscal o George Hardie. El modelo Compro luego existo de 1995, obra de Barbara Kruger, forma parte de la colección del Victoria & Albert Museum londinense.
-
La aventura madrileña. En 1997, la empresa adquirió una antigua fábrica en el barrio madrileño de Salamanca y la convirtió en tienda. Se mantuvo abierta 14 años y resultó económicamente desastrosa. «Estábamos convencidos de que tardaría unos años en arrancar... pero no tantos», resumieron los dueños con su habitual ironía.
Pero de ser un icono no se vive, y los propietarios de Vinçon llevan años quejándose de que la gente acude más para mirar que para comprar: muchos barceloneses tienen costumbre de hacer incursiones periódicas en su laberíntico local, incluso llevan a las visitas llegadas de fuera para enseñárselo, pero después prefieren abastecerse en Ikea. La empresa, sacudida por la crisis económica, ha presentado un ERE que puede llevar al despido de sus 48 trabajadores, mientras se debate entre la reducción de espacio, el traslado o el cierre definitivo. Desde 2008, las ventas han bajado a la mitad: los barceloneses entusiastas del diseño ya no pueden permitirse los lujos de antaño y eluden los precios, a menudo muy elevados, del establecimiento; los turistas, que acaparan buena parte del tránsito por la emblemática calle de la ciudad condal, suelen buscar souvenirs de menos refinamiento. Y, como guinda, su local de casi tres mil metros cuadrados en un edificio modernista se ha convertido en una obsesión para las grandes cadenas comerciales, que llevan años tentando a los dueños con ofertas que cortan la respiración.
El cordel y las barbies
A la familia Amat, propietaria de Vinçon, le gusta contar la historia de su tienda con un arranque de cuento, o de chiste: «Érase una vez un judío, un alemán y un catalán». El judío se llamaba Enrique Levi y el alemán, Hugo Vinçon, y eran los socios que fundaron la tienda Regalos Hugo Vinçon, especializada en porcelana centroeuropea. El catalán, Jacinto Amat, empezó de dependiente y acabó quedándose con la empresa en 1957, junto a sus hijos Joan y Ferran. Diez años después, dieron al negocio el giro que alimentaría su prestigio, al especializarlo en objetos de diseño. O de «buen diseño», como suelen puntualizar: sus baldas han acogido las sucesivas tendencias del interiorismo doméstico y las han presentado con marcado espíritu rupturista, premonitorio de lo que habría de ser la Barcelona del disseny. Ese amor por la vanguardia se aprecia en sus eslóganes (como aquel, voluntariamente redundante, que decía «extenso surtido de objetos de todas clases en general») o, sobre todo, en sus escaparates y sus numerosas convocatorias culturales.
La Sala Vinçon, su espacio expositivo consagrado al diseño gráfico e industrial, tuvo una primera fase en los años 40 y reabrió en 1973. La primera muestra de esta etapa se dedicó a muebles creados por Bigas Luna y contó con la colaboración del grupo teatral Els Comediants, que protagonizó una «acción revulsiva»: siete actores se mezclaban con el público y empezaban a gritar y proferir insultos para suscitar «una inquietud» en el resto de los presentes. Otra exposición de aquel año consistió, por ejemplo, en un único cordel colgado en la galería, aunque en los últimos tiempos el espacio ha acogido propuestas tan comerciales como un repaso a la historia de la muñeca Barbie.
En 1995, Vinçon se convirtió en el primer comercio que lograba el Premio Nacional de Diseño. El jurado destacó que la tienda era ya «un punto de referencia obligado, internacionalmente reconocido», y que había «influido decisivamente en el gusto». Ferran Amat agradeció entonces el galardón diciendo que «no solo se producen productos bien diseñados, sino que también se compran», pero parece que, con los años de vacas flacas, esta segunda práctica se ha convertido en una rareza incluso en Barcelona.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión