Viejos noir o el valor de la experiencia
EL RINCÓN OSCURO ·
"Quiere la casualidad que dos de las mejores novelas negras del momento estén protagonizadas por viejos. ¡Bendita casualidad!"JEsÚS LENS
Miércoles, 28 de febrero 2018, 23:46
"Se me tensan los músculos y noto cómo se me escapan unas gotas de pipí. Por suerte, estoy sentado, porque he manchado el pijama. ... Olga me insiste en lo del pañal, que hay unos la mar de discretos, dice». El que así habla es Justo, protagonista absoluto de la última y extraordinaria novela de Carlos Bassas del Rey, titulada precisa y sencillamente ‘Justo’ y publicada por la imprescindible editorial Alrevés, refugio de la mejor novela negra española contemporánea.
Y sí. Justo es un señor mayor. Un anciano. Un abuelo. Un yayo. Un venerable. Un viejo, o sea. Como viejo es el protagonista de ‘Ya no quedan junglas adonde regresar’, de Carlos Augusto Casas, publicada por MAR Editor.
«Se había convertido en un viejo medio loco que hablaba con su mujer muerta, con sus padres muertos, con los amigos muertos que se fueron hace tanto… —Son los únicos a los que aún les interesa lo que digo. Y ahora se supone que tengo que dar gracias por un nuevo amanecer. Oh, Dios mío, otro día más. Otro puto día más».
Quiere la casualidad que dos de las mejores novelas negras del momento estén protagonizadas por viejos. ¡Bendita casualidad! Porque los viejos están de moda. Esos viejos habitualmente invisibles y en los que nadie repara. Esos viejos que, según ciertas voces neoliberalistas, tardan demasiado en morirse, comprometiendo nuestros sistemas de pensiones. Viejos que estorban. Que molestan. Que incordian. Viejos que sobran.
Viejos que, sin embargo, vuelven a darnos una lección de dignidad, valor y sentido común, echándose a las calles en defensa de esas pensiones suyas, que también son nuestras. Esos viejos a los que, cuando España se creyó rica, metió en asilos y residencias para que no afearan el paraíso con sus colgajos. Esos viejos que, cuando la Crisis nos golpeó y nos zarandeó, se convirtieron otra vez en el sostén de cientos de miles de familias que dependían de ellos para comer.
Lo explica inmejorablemente Bassas, en ‘Justo’, cuando escribe: «El nuevo pobre es el autónomo; el pequeño constructor, el arquitecto, el bancario, el ingeniero, el oficinista, el contable, el operario al que han liquidado con cincuenta. Todos tenían el futuro hecho, la vida planificada. Todos transitaban obedientes por el sendero de adoquines de oro camino de Oz. Todos habían cumplido con la hipoteca, con la segunda hipoteca, con el seguro privado, con el fondo de pensiones, con el fondo de inversión, con el crédito para el coche de alta gama.
Ahora los ves perdidos.
Los ves vencidos.
A eso los han llevado.
A eso se han dejado llevar.
Son muertos que aún no saben que lo son».
Por todo ello, me parece de justicia y es todo un hallazgo que Carlos Augusto Casas y Carlos Bassas hayan convertido a los viejos en protagonistas de sus novelas. ¡Y menudos protagonistas!
Justo y el maravilloso viejo sin nombre de la novela de Casas son dos de los mejores personajes a los que he tenido la suerte de acompañar en sus andanzas literarias, en los últimos tiempos. Al primero, en sus vagabundeos por Barcelona. Al segundo, por Madrid.
Nada mejor que dejarse acompañar por los viejos para conocer la evolución de nuestras ciudades. Su memoria no es solo histórica. Es, también y sobre todo, sentimental. Memoria que nos permite detenernos en los enormes cambios operados en unas urbes que, poco a poco, van perdiendo su personalidad. Menos mal que, gracias a ellos, a los viejos, todavía podemos entrar en bares como el de Damián.
«El local está vacío, como siempre. Da igual la hora. Aquí solo venimos los viejos. Los que aún somos capaces de nombrar las tiendas que han desaparecido, a los que han muerto en la diáspora, varados en alguna residencia, en algún apartamento tutelado.
Por eso no viene nadie.
Porque nadie quiere oírnos.
Están hartos de nuestra cantinela. Y porque huele a viejo».
Así las cosas, podrían ustedes pensar que estos dulces y enternecedores ancianitos son adorables, con sus historias y sus achaques a cuestas. Pero que no pintan nada en el universo negro y criminal.
Podrían pensarlo, claro que sí. Pero se equivocarían. De medio a medio: «(El viejo) se incorporó de un salto, abriendo y cerrando los puños, como dos corazones que bombean mala sangre. La cara enrojecida y la mirada decidida de los dementes. Un golpe seco, elocuente. Al rostro. La cabeza del Residuos impactó contra el suelo produciendo un inquietante sonido a hueco…».
Créanme: los viejos protagonistas de ‘Justo’ y de ‘Ya no quedan junglas adonde regresar’ son de armas tomar. En el más estricto y literal sentido de la expresión. Porque están cabreados. Y han decidido no conformarse. Son viejos con mucho que hacer, todavía. Vengarse, por ejemplo. Y cuando un viejo español se cabrea, se cabrea de verdad.
«—¿Quién más se reía? —gritó el viejo al montón de cabezas gachas—. ¡¿Nadie?! ¡¿Ya nadie tiene cojones para reírse en mi cara?!».
Pues eso.
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