Todos quieren ser presidente
Los aspirantes a instalarse en la Casa Blanca han superado por primera vez el millar. Cualquiera puede apuntarse, así que los políticos se codean en la lista con activistas, iluminados, cómicos y hasta un gato
carlos benito
Miércoles, 23 de septiembre 2015, 01:05
Lo cierto es que podría tener su gracia que, en las elecciones de 2016, se hiciese con la presidencia de Estados Unidos el candidato Príncipe ... de la Oscuridad Satán, Señor de los Infiernos. Seguro que los primeros sorprendidos serían los seguidores del partido republicano, al que dice representar, aunque probablemente habría algunos que lo considerarían una mejora con respecto a Obama. En caso de que el jefazo de los demonios sea una opción demasiado durilla, puede resultar más entretenido imaginarse en el Despacho Oval a Rocky Balboa (el boxeador cinematográfico «hace la carrera electoral al son de su canción», según su eslogan), al Fantasma de Reagan o a la misteriosa entidad llamada Sydneys Voluptuous Buttocks (que podría traducirse como Las Voluptuosas Nalgas de Sydney).
Los cuatro figuran entre los más de 1.100 candidatos registrados en la Comisión Electoral Federal, aunque parece poco probable que se trate de identidades reales, más que nada porque Satán siempre ha preferido participar en política a través de personas interpuestas. Cualquiera puede apuntarse como aspirante a la presidencia de Estados Unidos: basta un cuarto de hora para rellenar el papeleo, un trámite que puede realizarse por internet. Estas elecciones son las primeras en las que el número de inscritos ha superado el millar, y el resultado es un desconcertante batiburrillo en el que Hillary Clinton, Jeb Bush o Donald Trump se codean con activistas, bufones, iluminados, personajes de ficción e incluso algún animal.
Como siguiente paso, los candidatos deben justificar ante la comisión que, en su campaña, han gastado o recaudado al menos cinco mil dólares. Esa es la primera criba, que el complejo sistema electoral estadounidense se encargará de ir completando con filtrados sucesivos hasta que, al final, solo tengan opciones los representantes de los dos grandes partidos. El último independiente que se abrió camino en un proceso electoral fue Ross Perot, el multimillonario de Texas que en 1992 obtuvo el 19% de los votos. Aun así, no consiguió ni uno solo de los 538 compromisarios que se ocupan de designar al presidente y el vicepresidente de la nación.
Los expertos tampoco atribuyen muchas opciones a Lawrence Lessig, que concurre como demócrata y es, por tanto, rival directo de Hillary Clinton en el proceso que conduce a la candidatura. Lessig, profesor de Harvard, es uno de los ejemplos más curiosos dentro del escalón respetable del listado de aspirantes. A su juicio, el sistema político estadounidense está «amañado», ya que las tremendas exigencias financieras de una campaña presidencial convierten a los aspirantes en sumisos servidores de los más ricos: «Tenemos un sistema grotescamente corrupto, en el que los candidatos se centran en la gente del principio de la fila, los que pagan sus campañas, e ignoran a los ciudadanos corrientes», ha explicado a Forbes. Así que su idea es llegar a presidente y permanecer en el puesto «durante una hora o un día», lo estrictamente necesario para cambiar este procedimiento viciado. Después, volvería a la universidad y dejaría el mando al vicepresidente.
Más cargado aún de singularidades está uno de los últimos incorporados a esta competición. John McAfee es conocido en todo el planeta como pionero de los antivirus informáticos, pero también ha sido maestro de yoga, piloto de triciclos voladores, fabricante de puros, empresario farmacéutico en busca de la viagra femenina y, en los últimos tiempos, prófugo de la justicia de Belice. La semana pasada se convirtió también en candidato a la Casa Blanca en nombre de su propia formación política, el Ciberpartido. «Va a ser la primera campaña presidencial puramente electrónica. No iré a tu ciudad para estrecharte la mano o besar a tus hijos, y me disculpo por eso ante ti y ante tus hijos, pero estaré disponible como nunca lo ha estado ningún otro candidato», ha anunciado McAfee, que acepta con entusiasmo la etiqueta de «millonario excéntrico».
Lenguas imaginarias
A medida que se va descendiendo por el escalafón de candidatos y curioseando en sus propuestas, se aprecia una progresiva pérdida de contacto con la sensatez e incluso con la realidad. En algunos casos, esta actitud es evidentemente voluntaria y tiene intención paródica: ahí está el barbudo Vermin Supreme, un habitual de los procesos electorales que suele retratarse con una bota en la cabeza y que lleva años luchando contra «la decadencia moral y oral» del país. Sus dos promesas electorales son regalar un poni a cada estadounidense y obligar por ley a lavarse los dientes: por eso Vermin (que en inglés significa plaga o alimaña) también posa en sus fotos oficiales con enormes cepillos de dientes o peluches de My Little Pony. Por desgracia, esta vez parece estar haciendo menos hincapié en otra de sus iniciativas con más tirón: aprovechar a los zombis para generar energía, poniéndolos a mover turbinas con un cerebro como cebo. Tampoco el rapero Waka Flocka Flame obsesionado por prohibir la presencia de perros en restaurantes o Su Majestad César St. Agustine de Buonaparte que despedirá a los empleados federales con cociente intelectual inferior a 150 son campeones de la seriedad.
En otros casos, algunos de ellos bastante tristes, la locura parece más literal que otra cosa: ahí están Tami Stainfield, que introduce en sus discursos fragmentos en lenguas imaginarias, o la libertaria Joy Waymire, convencida de que Dios ha obrado prodigios sobre ella, tales como enviarle estigmas o hacerla adelgazar once kilos en una noche. Hay webs de campaña mareantes y demenciales, como la del stripper retirado Pogo Reese, aunque siempre se puede aprender algo: Edie Bukewihge, por ejemplo, aprovecha para regalar al mundo la receta de chili de su abuela, que no tiene mala pinta. En medio de tanto desequilibrio, se agradece la presencia de tipos entrañables como Harley Brown, y eso que, según su versión, el propio Dios le pidió que se presentase: Harley es un durote que está a favor del matrimonio homosexual, porque dice que su condición de motero le ha enseñado lo que es la marginación y su oficio de taxista le ha hecho tratar con un montón de gais. «Son tan americanos como un condecorado con la Medalla de Honor», concluye. Lamentablemente, Harley se bajó de la moto electoral cuando supo que se presentaba Donald Trump, porque lo considera un candidato idóneo para el puesto. YDios no ha rechistado.
Claro que los dos aspirantes alternativos de los que más se está hablando son, sin duda, Deez Nuts y Limberbutt McCubbins. Ahí están los dos, en los puestos 731 y 642 de la lista alfabética. El primero era una tonta gracieta que, de pronto, adquirió relevancia en los sondeos de varios estados: hasta el 9% de los encuestados respondieron que lo preferían a Clinton y a Trump. Influía, cómo no, el nombre: deez nuts es una referencia testicular que se usa en incontables chistes y chascarrillos, algo así como estas pelotas. La popularidad de Deez Nuts ha llegado a tal extremo que hasta la revista Time le ha entrevistado, pese a que, tras el seudónimo de risa, se esconde un quinceañero de Iowa «frustrado por el bipartidismo». La edad mínima para convertirse en presidente de Estados Unidos es de 35 años, así que le faltan veinte, pero él no ve mayor problema en enmendar el artículo 2 de la Constitución: «Lo malo es que los parlamentarios no querrían, avergonados de haber perdido ante Estas Pelotas», concede el chaval, que combinaesa frescura con una inesperada faceta seria. Así contesta a una pregunta de este periódico:
Si solo pudieses adoptar una medida como presidente, ¿cuál sería?
Equilibrar el presupuesto y reducir la deuda nacional por debajo de los quince billones.
¿Y qué hay de Limberbutt McCubbins, la otra revelación friki? Tampoco cumple el requisito de la edad, porque solo tiene 5 años, pero en su caso ese detalle parece un impedimento secundario, ya que se trata de un gato. En su programa electoral, se compromete a implantar salarios justos, a reducir el precio de los veterinarios y a fomentar la exploración espacial. Seguro que Limberbutt se sentiría muy a gusto sesteando sobre la moqueta y los mullidos sofás del Despacho Oval, pero dicen los politólogos que no tiene mucho futuro en estas elecciones. Eso sí, sus dueños se están inflando a vender camisetas y chapas de campaña.
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