Los macabros 'souvenirs' de Scotland Yard
El Museo Negro, cerrado al público, almacena 20.000 objetos vinculados a crímenes célebres. Una selección podrá verse por fin en el Museo de Londres
carlos benito
Sábado, 21 de marzo 2015, 01:57
Se ha escrito mucho sobre él a lo largo de 140 años, pero el Museo Negro de Londres nunca ha cotizado muy alto en esas ... listas que jerarquizan las atracciones turísticas de la capital británica: solo puede visitarse con un permiso especial, que se suele restringir a miembros de la Policía y personajes ilustres. De hecho, lo rebautizó así un resentido periodista del Observer al que habían prohibido la entrada. En realidad se llama el Museo del Crimen o, para los acostumbrados a moverse por los pasillos de Scotland Yard, simplemente «el Museo», pero su denominación popular contribuyó a afianzar el aura misteriosa y truculenta que siempre lo ha rodeado.
A partir de octubre, una muestra en el Museo de Londres permitirá contemplar, por fin, una parte de los 20.000 objetos que la Policía Metropolitana almacena en dos salas de su cuartel general. El Museo Negro nació en 1874, a partir de la colección de un inspector aficionado a atesorar souvenirs vinculados a los crímenes más importantes, y su leyenda oscura siempre fue compatible con una intención didáctica. «Hay mucho, quizá demasiado, que apela a las personas de mente mórbida: revólveres por docenas, cuchillos de apariencia perversa manchados de sangre, sogas de verdugo, máscaras mortuorias de asesinos. Pero lo más interesante son las herramientas y el equipo de los ladrones y timadores profesionales, que sirven para hacer demostraciones a los policías novatos», describía George Dilnot en su historia de Scotland Yard, publicada en 1927.
También los comisarios de la exposición, al afrontar el reto de seleccionar medio millar de piezas para mostrarlas en el Museo de Londres, han tratado de mantener ese equilibrio entre lo estremecedor, lo curioso y lo instructivo. No faltan, por ejemplo, las imponentes máscaras mortuorias que mencionaba Dilnot, esos bustos de criminales que se confeccionaban a partir de moldes tomados tras su ahorcamiento: en la sede de Scotland Yard, se alinean en una de las estanterías más altas, y dicen que a algunas visitas impresionables les han fallado las piernas ante el singular conjunto escultórico que domina la estancia. También se expondrá un tétrico surtido de sogas que sirve para repasar casi un siglo de ejecuciones en el patíbulo. Y no faltarán las piezas vinculadas a casos especialmente pavorosos: ahí están, por ejemplo, los cálculos biliares de la última víctima del asesino del baño de ácido, que sobrevivieron a su drástico sistema para eliminar evidencias.
«Usaremos objetos reales para explorar las historias humanas que hay detrás de algunos de los crímenes más conocidos del Reino Unido, personalizando lo que tan a menudo se despersonaliza», resume la directora del Museo de Londres, Sharon Ament. A menudo se trata de artículos banales, cotidianos, que se han cargado de significado por el contexto en el que se recuperaron, como el aftershave Old Spice que utilizaban en su escondite los asaltantes del tren correo de Glasgow.
El Gordo y el Flaco
La selección incluirá piezas relacionadas con el espionaje (por ejemplo, un bote de polvos de talco que unos agentes rusos empleaban para ocultar microfilmes), el crimen organizado (la jeringuilla y el veneno con los que los brutales gemelos Kray pretendían cargarse a un testigo), la falsificación de moneda, el tráfico de drogas o incluso el terrorismo (como la metralla de una bomba colocada en la estación de Paddington allá por 1884, que no llegó a estallar). Y se podrá ver, en fin, el libro de visitas del museo, que demuestra la diversa condición de los personajes populares que se interesaron por echar un vistazo a estas reliquias de la crónica de sucesos: desde el rey Jorge V hasta el ilusionista Harry Houdini, pasando por el escritor Sir Arthur Conan Doyle o los actores Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco.
Algunos sibaritas del escalofrío tal vez echen de menos la mítica carta «desde el infierno» que Jack el Destripador envió a la Policía, acompañada por un trozo de riñón. Según la tradición, se ha conservado desde entonces en el Museo Negro, pero los responsables de la muestra han aprovechado esta oportunidad para disipar viejos malentendidos: en realidad, la misiva está debidamente guardada en los Archivos Nacionales. Tampoco se trasladarán a la muestra algunas piezas que sí forman parte de la colección de Scotland Yard, como las grandes cacerolas en las que Dennis Nilsen, excocinero del Ejército, hirvió las cabezas de algunas de sus víctimas. Los comisarios de la exposición han explicado que estos crímenes, cometidos a finales de los 70 y principios de los 80, están demasiado cerca del presente, de manera que incluir los cacharros de Nilsen en la exposición habría avivado el dolor de los familiares de sus víctimas. Algunas cosas no tienen por qué estar a la vista.
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