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Vista de La Virgencica en 1974
El derribo de la ciudad de plata

El derribo de la ciudad de plata

Hace 35 años desapareció La Virgencica una barriada construida para albergar provisionalmente a los damnificados por las inundaciones de 1962

Amanda Martínez

Sábado, 1 de abril 2017, 02:04

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La llamaron la ciudad de plata porque sus tejados de aluminio brillaban con tanta fuerza que, al parecer, estorbaban al tráfico aéreo. Los pintaron de negro y aparecieron charcos y montones de basura.

"¿Usted cree que eso que va a escribir será positivo para nosotros o, por el contrario, servirá para que la gente vuelva a tener ideas equivocadas sobre La Virgencica? Porque no queremos que por el hecho de ser vecinos de este barrio se nos desconsidere y se nos cierren las puertas para pedir trabajo, reprendía una vecina, allá por los años setenta, al periodista de Ideal Antonio Ramos que parecía haber viajado a miles de kilómetros de la plaza del Carmen para escribir aquel reportaje.

Un barrio hexagonal

En el año 1962 unas lluvias torrenciales hundieron cientos de cuevas del Barranco de la Zorra y el Abogado. Dejaron varios muertos y a centenares de familias sin hogar. Para alojar provisionalmente a los damnificados se construyeron barracones en Santa Juliana, la Frigorífica, el Chinarral, Haza Grande, la Chana y en la Huerta de la Virgencica.

La Virgencica se levantó entre el Cerrillo de Maracena y la carretera de Jaén: era un barrio de 916 casas de una sola planta, de unos treinta metros cuadrados cada una. Tenía forma de hexágono y estaban unidas unas a otras por un lateral, explica José Ganivet Zarcos exsacerdote que trabajó y vivió en el barrio. Tenía una cocina unida al salón comedor, tres dormitorios y estaban construidas con unas planchas de hormigón si revestimiento que las convertía en un horno en verano y en un frigorífico en invierno. Sin apenas aislamiento, las goteras eran permanentes y la humedad constante, recuerdo que enfermé de tuberculosis.

José Ganivet junto a su hermano gemelo Manuel y Antonio Quitián eran los sacerdotes que vivían en la barriada junto a gente fantástica, albañiles, conductores personas que vivían dignamente de su sueldo y de su trabajo explica José, vecinos que fueron desalojando La Virgencica a medida que se construía su residencia definitiva en el barrio de la Paz. El traslado fue progresivo, en varias fases, pero los barracones que se quedaban vacíos se fueron ocupando ilegalmente y el barrio se deterioró. Los servicios eran escasos, no se pagaban contribuciones y entró en un círculo vicioso: no había servicios porque los vecinos no pagaban y no pagaban porque no había prestación de servicios. La basura, las ratas y las enfermedades se fueron adueñando del barrio.

Los mejores vecinos

De la conversación con José se deduce que no eran pocos los que trabajaban por hacer del barrio un lugar mejor. A falta de consultorio, el médico Juan Segura visitaba de manera gratuita a los vecinos, don Pascasio era el director de la escuela, pero ejercía de maestro, fontanero, albañil o lo que hiciera falta; las Hijas de la Caridad se hacían cargo de la guardería, y era muy popular un jesuita, Pedro Closas, muy cercano a los gitanos, que vivía como ellos, vestía como ellos También recuerda Ganivet a una familia gitana, los Jaros, que eran muy buena gente. El tío Jaro, el patriarca, era el que mantenía la autoridad en el barrio, porque allí ya la policía ni entraba. Y en La Virgencica nació la primera asociación de vecinos de la provincia que estaba dispuesta a protestar por sus derechos: la mayoría eran analfabetos, pero exigían un trato digno, solo querían electricidad, aguas, escuelas, limpieza en su barrio lo que se necesita para vivir con dignidad, recuerda Ganivet. También fue fundamental el trabajo de aquellos curas que contribuyeron con su lucha a desarrollar la conciencia obrera. Fue en la pequeña capilla de la barriada donde se celebraron las asambleas clandestinas de albañiles que, en busca de un convenio justo, plantaron cara al régimen de Franco en la histórica huelga del 70.

Los últimos de la Virgencica

En 1982, casi veinte años después de su construcción, todavía quedaban 160 familias viviendo en aquellas chabolas de hormigón. Las autoridades les dijeron que tenían que abandonar sus casas porque las iban a derribar, pero que no se preocuparan, tendrían un hermoso piso nuevo con todas las comodidades. Costaba 97.000 pesetas, y como casi nadie podía hacer frente a ese dineral, del precio se hizo cargo el Patronato Provincial de la Vivienda. El mes de abril de 1982 se mudaron a Almanjáyar los últimos de La Virgencica, convertida al final de sus días en un gueto insalubre. Por fin Granada se libraba de una barriada tercermundista a la vista de todo el mundo.

Mientras una excavadora derribaba los hexágonos, un transistor sintonizaba una rumba:

Mi libertad, la cambiaría

Por tener un hogar

Y ser un hombre

Como todos los demás

Pero, tanto en el Polígono de la Paz como en Almanjáyar, la historia volvió a repetirse. Al principio todo fue muy bien, y entre los antiguos vecinos del barrio nació un sentimiento de comunidad y conciencia colectiva. Juntos se encargaban del mantenimiento del edificio, de la limpieza de las escaleras Pero de nuevo algunos pisos se revendieron ilegalmente. Otros pasaron de unas familias a otras por diez billetes y un burro o a cambio de una radio, otros se ocuparon y la marginación se fue instalando como un inquilino más. En Almajáyar, por ejemplo, en los pisos conocidos como Los 40 la falta de sentimiento de propiedad y la mala construcción llevó a los bloques a la ruina en muy poco tiempo. Las autoridades no asumieron sus responsabilidades y, cinco años después, de aquellas familias damnificadas por las lejanas inundaciones de los años sesenta apenas quedaban un 10 por ciento. Se vivía mejor en la Virgencica, llegó a decir alguna vecina.

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