La caridad es una joya
Los montes de piedad, un invento franciscano, viven un auge inusitado. La crisis ha disparado un 50% los clientes nuevos en el último año
ISABEL URRUTIA
Miércoles, 22 de septiembre 2010, 04:57
Montes de piedad. ¿Un nombre de otra época? No se crea. Pregúntele a esa familia tan simpática que ha compartido con usted una semanita en ... una casa rural... Igual se lleva una sorpresa. Y tampoco se olvide de la viuda que le echa una mano a su hijo con la hipoteca, ni del jubilado en apuros, ni de la pareja en paro que necesita dinero porque un bebé, ya se sabe, acarrea muchos gastos. Todos ellos le podrán ilustrar sobre la vida y milagros de los montes de piedad. El revival de estas entidades de crédito rápido y fácil no ha hecho más que empezar.
Son casas de empeño, adscritas a las cajas de ahorro, que en 2009 tasaron nada menos que 11 toneladas de joyas y casi tres de diamantes. Se crecen con las crisis económicas y la subida del precio del oro: ¡el año pasado valoraron más de un millón de piezas! Y un dato récord: el número de clientes nuevos fue un 51,2% más que en 2008 (de 31.273 se pasó a 47.288), el mayor incremento desde 1961. Aquel año tan lejano ya cuando estaba de moda el twist y se veía en la tele Rin Tin Tin se concedieron más de un millón de préstamos pero la tendencia ya comenzaba a caer en picado. El bienestar económico se hacía notar en amplias capas de la población y los montes de piedad perdían presencia. Pero ahora las tornas han dado un viraje. Mal síntoma.
Según las cifras que baraja la Confederación Española de Cajas de Ahorro (CECA), en 2009 ya contaban con 226.056 usuarios, lo que supone un 12% más que en 2008. Y a la vista de la actividad que despliegan los 19 montes de piedad que hay en España, tardará bastante en bajar el ritmo... Sin ir más lejos, el año pasado se otorgaron 272.816 créditos, 29.930 más que en 2006. «Sus ventajas atraen a gente que nunca se había planteado empeñar joyas o alhajas. ¿Quiénes? Pues jóvenes sin trabajo, parejas con niños, pequeños empresarios... Aunque, bueno, todavía se mantiene el perfil del cliente tipo: mujer casada, de entre 30 y 50 años, que necesita menos de 500 euros para salir adelante. Repito: menos de 500 euros», aclara Javier Úbeda, responsable de Obra Social y Montes de Piedad en la CECA.
¿Qué diferencia hay con las casas de empeño tradicionales?
Lo más importante: nosotros tenemos el respaldo de una caja de ahorros.
¿Y los intereses?
Son muy modestos: entre el 5% y 10%. Y se pagan al cabo de un año, nunca antes. No son mensuales.
¿Y si el cliente no cumple?
Pues nada, tras varias advertencias, se queda sin el objeto.
¿Y?
Entonces pasa a subasta. Y una vez saldado el crédito, el monte de piedad le da el sobrante.
¿El sobrante?
Eso es. El oro se está subastando en la actualidad con un sobreprecio (diferencia entre el importe de salida y el de remate) de hasta el 60%. Conclusión: después de que el monte se haya cobrado la deuda y todos los gastos (tasación, seguridad, subasta...), el cliente recibe lo que sobra.
De todas maneras, lo habitual es recuperar lo que se ha dado en prenda, ¿no?
Sí, sí, la mayoría de las personas devuelve el préstamo y los intereses. Más del 95% no quiere perder el bien que ha empeñado.
Reacios a darse publicidad
¿Habrá gato encerrado? Parece que no. Simplemente es un sistema que se mantiene fiel a sus orígenes: los montes de piedad son un invento de los franciscanos italianos, allá por el siglo XV. De ahí les viene el nombre, una expresión literal sacada del italiano (Monte di Pietà) que hoy por hoy podríamos traducir como compasión a punta pala. Eso sí, este tipo de préstamos apenas representa el 0,5 por mil de los créditos que otorgan las cajas de ahorro.
¿A qué se debe una presencia tan modesta? En principio caben unas cuantas razones: desconocimiento entre el gran público ha sido práctica habitual por parte de los montes no darse publicidad, fuerte competencia de otro tipo de negocios (como la compraventa de oro) y la propia evolución social de España. Hace tan sólo unos años, resultaba difícil imaginar que pudiera haber tanta gente dispuesta a empeñar los tesoros familiares. El último informe de la CECA señala que, en el ejercicio pasado, el 56,34% de los créditos basculaba entre los 150 y 600 euros; sólo el 1,40% correspondía a cantidades superiores a 3.000.
«Lo habitual es ofrecer el 70% del valor de tasación pero, claro, también se puede prestar menos. Aunque la joya sea muy valiosa, el monte da el dinero que el cliente desea. Nosotros nos amoldamos a sus necesidades», subraya Úbeda. Ahora bien, ellos también andan con muchísimo tiento cuando hace falta. Un ejemplo: las joyas de 150.000 euros siempre hay aristócratas en aprietos se cogen con pinzas. «En esos casos tan especiales, tenemos que andar con pies de plomo. Si el cliente no paga, ¡igual nos comemos con patatas el dinero que hemos prestado! El mercado para esos objetos es muy restringido y la subasta, lo más seguro, se quedará desierta».
Un contratiempo importante, máxime porque los interesados suelen requerir el tope posible: el 70% de la tasación. Un dinero, en el peor de los casos, sin retorno. De ahí que sea tan importante sondear las intenciones. «Charlando con la gente se intuye mucho... Cosas evidentes: si se ve que es algo muy especial, parte del patrimonio familiar, está claro que se hará lo indecible por recuperarlo. ¡Aunque se tarde cinco años! ¿Que cómo se hace eso? Basta con pagar los intereses del préstamo, año tras año, y devolver el préstamo cuando se pueda. El monte, por su parte, se hace responsable del buen estado del objeto. De manera regular, un operario se encarga de limpiarlo y lo deja en perfecto estado de revista», detalla Úbeda.
Todo esto, a lo mejor, puede que les suene a película de Berlanga o batallita de abuelo Cebolleta. De cuando en España se empeñaban sábanas, mantas y hasta los trajes de los novios para llegar a fin de mes. Una estampa en blanco y negro que ahora, insisten desde la CECA, pinta muy distinta. «Desde 2008 vivimos un auge tremendo. Ya no se trata sólo del impulso que nos han dado los inmigrantes (latinoamericanos, marroquíes, argelinos...), que conocen muy bien el funcionamiento de los montes porque también los hay en sus países. ¡Qué va!Ahora son los españoles quienes han descubierto la fiebre del oro...», diagnostica Javier Úbeda.
El oro, en alza
El alza del metal áureo en junio (1.265 dólares por onza), un 500% más que en 2002, supuso el arreón definitivo. No hay más que darse una vuelta por sus oficinas para comprobar que no sólo hacen cola jubilados, gitanos, folclóricas o nobles venidos a menos. Ahora se ven hasta promotores inmobiliarios como Javier M., un madrileño de 48 años con un Fiat 500 precioso que solía enjabonar todos los fines de semana. No tenía más preocupaciones. Hasta que se le acumularon los pisos sin vender, una úlcera sangrante y la cuenta corriente bajo mínimos. Entonces se alegró de no tener hijos. Una angustia menos.
Por fortuna todavía podía darse una alegría: sacó de su caja fuerte un lingote de oro, que pesaba un kilo, y se marchó a un monte de piedad. La onza (28,34 gramos) rondaba los 1.260 dólares, así que salió con más de 23.600 euros en el bolsillo. Buen negocio. Dentro de un año, se le presentarán las tres alternativas de marras: devolver todo el dinero, renovar el crédito pagando exclusivamente los intereses o despreocuparse sin más ni más. Incluso en este último supuesto, saldrá ganando un pellizco gracias al sobreprecio del dorado metal.
Tomen nota: muchos analistas auguran que seguirá por las nubes en 2011. Lo dicho: vaya chollo. ¿Ya se imaginarían los franciscanos que sus montes darían tantísimo de sí?
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