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Rafael Guillén entusiasmó a los granadinos en la presentación de su libro 'Esta pequeña eternidad', editado por Valparaíso.
Los universos de Rafael Guillén

Los universos de Rafael Guillén

El poeta granadino, recién galardonado con el premio García Lorca, congregó a un centenar de personas en la presentación de su libro

Pablo Rodríguez

Miércoles, 15 de octubre 2014, 01:21

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«De mandaíco, Rafael, haz el favor», rogó la señora. Su voz resonó desde el final de una sala que segundos antes había estallado en aplausos tras el verso final del poeta. Las manijas estaban ya por señalar las nueve y Guillén, poeta del tiempo, enterrado entre el numeroso público que llenaba el segundo sótano del antiguo Palacio de los Patos, había cerrado la lectura -casi una decena de poemas- con la garganta serrada por la afonía. Era el final, pero estaba aquella voz del fondo, la señora que tuteaba al maestro, que insistía. «Rafael, un poema más, de mandaíco, que te estamos esperando...».

El poeta arrancó sin miramientos -»Día tras día envío señales a otros mundos que sé que están en este»- y los mundos cobraron vida en sus palabras. Eran planetas y astros que tomaban forma, que dejaban atrás sus trivialidades y orbitaban buscando asiento ante el Maestro, que llenaban el centenar de sillas del sótano. El poema, directo como un gancho, los erigía a todos, los señalaba, los creaba de alguna forma pues para Guillén el espacio, el individuo y el tiempo solo existen en relación a sí mismo.

Así arrampló con todos, entregado al tiempo, con la misma idea de la que partió 30 minutos antes cuando el universo le recibió con un silencio que hablaba a gritos. El ganador del último Premio García Lorca partió entonces con el poema que abre la antología 'Esta pequeña eternidad', un trabajo que muestra la inquietud del poeta por el devenir. «El tiempo no existe. Somos nosotros los que creamos el tiempo con nuestros actos».

Discurrir del ritmo

Y con el tiempo jugó Rafael Guillén, que lo destensó para leer poemas de 1957 como 'Anclado en mi tristeza de profeta' o 'Algo para perder'. Los dos trabajos, en los que se perciben con claridad la constante presencia de la mujer, permanecen tan resplandecientes como cuando fueron escritos y certifican la inmortalidad que acompaña a la obra de los más grandes escritores. El granadino continuó con escritos posteriores como 'Cristales empañados' - «Todo este tiempo es lo único que tengo»- o 'Vieja fotografía en sepia', poemas en los que Guillén se desnuda dejando atrás rima y métrica para adentrarse en el glorioso discurrir del ritmo.

Granada estuvo presente también en la lectura. La trajo Guillén con las piedras de 'Ruinas de Alhamar', un poema que invoca a unos fantasmas de la antigua Ilíberis que podrían ser perfectamente los nazaríes que hoy atraviesan cargados de bolsas, cargados de vida, la calle Recogidas.

Así llegó el poeta con la voz mellada hasta el último momento, el verso postrero que levantó al público en un aplauso majestuoso. Entonces, con los relojes apuntando a las nueve, la mujer del fondo tuteó al maestro -«De mandaíco, Rafael» - y el poeta se arremangó para levantar constelaciones, universos tremendamente humanos, aterradoramente bellos.

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