Año de conmemoraciones, tiempo de reflexiones
ANDRÉS MOLINARI
Domingo, 10 de julio 2016, 03:03
Terminó el 65 Festival de Música y Danza de Granada y el balance es más que positivo. El gran reto de una cita cultural como ... ésta es su equilibrio: la armonía en la proporción y la simetría en el contrapeso, sin mostrar nunca que se camina sobre la cuerda floja de los presupuestos muy escasos, las disponibilidades internacionales de artistas y los gustos personales de los programadores. Equilibrio, además, entre lo internacional y lo más cercano, incluso lo granadino, entre la música sinfónica y la de cámara, entre el ballet clásico y la danza rompedora, entre la música antigua y el flamenco, entre la creación contemporánea y el festival de los pequeños, entre el Palacio de Carlos V y el patio de los Arrayanes. Muchas romanas a contrapesar. Y todo eso abarcando y apretando a la vez.
Este año se puede decir que el Festival ha superado todos esos desafíos y ha satisfecho las muchas expectativas que había generado. Ha rendido homenaje a Cervantes, Shakespeare, Granados y Durón. Nobleza obliga. Por supuesto un certamen tan largo y variado se nos manifiesta como una escalera de resultados, con sus descansillos de calidad, cuyos mamperlanes aparecen tallados para nuestra memoria por algo tan humano como son los gustos personales. Pero recurriendo a algo tan social y aceptable como es la suma de opiniones, la inmensa mayoría aplaude la presencia de las tres orquestas inglesas, justo en el vórtice del 'Brexit', con Rattle al frente de la London Symphony como cúspide de todo el Festival.
No hay que olvidar los pianos de Perianes con Dutoit y las hermanas Lebèque, las voces de Flórez, Amancio Prada y ese portento que es Jaroussky; el flamenco tan diferente de Cañizares, Yerbabuena y Poveda; los ballets de Madrid, Praga y Moscú, las dos preciosas mañanas en San Jerónimo, el precioso espectáculo teatral 'Vuelos'.
No obstante, el amor que sentimos al Festival nos obliga a reflexionar sobre los dos o tres aspectos que es urgente resolver para que la escalera de calidades agrupe sus peldaños más arriba que abajo. El primero es la clara delimitación entre la cola del programa grande y la cabeza del FEX. Media docena de espectáculos que tal vez hayan alargado demasiado la programación llamada 'oficial' podrían haber pasado perfectamente al FEX, ámbito en el que los críticos solemos ser más permisivos y es un adecuado laboratorio para las experiencias de resultados imprevisibles. El trasvase de esos espectáculos que deslucen y manchan la fama del Festival también lo acortaría a su duración acostumbrada de un fin de semana más las dos siguientes.
No menos importante es la relación del Festival con lo granadino. Por un lado es imprescindible mostrar, con el brillo que se merecen, figuras de altísima categoría como Miguel Ángel Gómez Martínez, Guillermo Pastrana... Y ver por los pasillos a Heras Casado, Zapata y otros. Pero si la creación granadina es la cotidiana, entonces el dilema es mayor. Me refiero a la OCG. Si estamos acostumbrados a sus luces y a sus sombras, que todos las tenemos, en los conciertos de cada semana en el Auditorio, ¿es pertinente su presencia, una vez más, en el festival estival? Pero, por otro lado, cómo no mostrar una orquesta de la que parte de la ciudad se siente orgullosa a los forasteros que vienen a Granada sólo en verano.
Este y otros dilemas requieren un tiempo de reflexión y, como escribiera el gran músico que fue Gershwin, para ello parece bastante adecuado: 'Summertime'.
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