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JOSÉ ANTONIO LACÁRCEL
Jueves, 25 de junio 2015, 01:36
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El programa de mano dice que vamos a escuchar a Beethoven con acento español. Está bien, porque los intérpretes son españoles, jóvenes, pero con una ya dilatada carrera cimentada a base de éxitos. Y ya se sabe que en la música no se regala nada. Que, como dicen los taurinos, el toro pone a cada uno en su sitio. Podemos parafrasearlo y decir que el piano, el violín, el trombón de varas... cualquier instrumento pone a cada uno en su sitio. En una palabra, que en música no valen los regalos, sino que cuando un intérprete ya tiene un determinado nivel es porque se lo ha labrado, se lo ha ganado a pulso.
Díaz Jerez es un pianista joven, pero con un suficiente curriculum que lo avala suficientemente y que hace que su presencia en el ciclo dedicado a las sonatas de Beethoven esté más que justificada. Por eso, por su categoría, por el prestigio que se va labrando día tras día, he sentido pena al ver que habían muchas localidades vacías en el ya de por sí pequeño aforo del Corral de Carbón. Precisamente esta apuesta por las sonatas para piano de Beethoven, con jóvenes y muy solventes pianistas españoles, es uno de los grandes aciertos de la programación de este año. Y eso creo que merecería una respuesta mucho más entusiasta del público. Y la categoría artística de los actuantes es importante y el programa para qué contarles.
Beethoven sonó a gloria
Bueno, los que no han ido se lo han perdido. Beethoven ha sonado a gloria en el piano de Díaz Jerez. Una limpieza absoluta en la ejecución. Un sonido casi perfecto. Una seguridad, un aplomo en su interpretación que ha conquistado al público desde los primeros compases. Con la Sonata nº 9 en mi mayor hemos tenido ocasión de apreciar la limpieza de la técnica, la digitación espléndida y la calidad interpretativa que atesoraba el joven pianista. En la nada fácil Sonata nº 34, en Do mayor hemos seguido observando las mismas cualidades, a las que se unen una gran facilidad expresiva. No se trata de tocar solamente lo que está escrito. Hay que recrearlo, entender al autor, entrar en su mundo, y eso precisamente es lo que ha sabido hacer Gustavo Díaz, excelente en las cuatro sonatas, demostrando una enorme intensidad en la nº 12 y con un arrebatado pero mesurado lirismo en la que ponía punto final al recital: la hermosísima Sonata nº 27. Una noche inolvidable.
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