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Javier Reverte repasó su prolífica trayectoria como escritor de libros de viajes. «Una droga que con el paso de los años engancha más». / FOTOS: RAMÓN L. PÉREZ
«Yo era un idiota antes de viajar»
JAVIER REVERTE ESCRITOR Y PERIODISTA

«Yo era un idiota antes de viajar»

Este autor errante que ha firmado libros como 'El sueño de África' paró ayer en Granada para reivindicar la extinta calidez humana y denunciar «el negocio de los nacionalismos»

ÁNGELES PEÑALVER

Jueves, 25 de junio 2009, 12:52

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Los ojos pequeños de Javier Reverte (Madrid, 1944) se mueven al compás de los miles de kilómetros que va recorriendo mientras habla de sus novelas y exitosos libros de viajes, como 'Los caminos perdidos de África'. Pide una copa de rioja amablemente para «preparar» la charla que ofrecerá en unos minutos, en un ciclo de 'Literatura de viajes' de CajaGranada.

Antes de dirigirse a la audiencia, repasa su infancia en la postguerra. «Algo de aquella España hay en África... Esos coches en las cunetas, con los capós levantados y los motores remendados. No añoro la miseria, pero había más imaginación».

Quedan en Reverte resquicios del periodista 'todoterreno' que fue, con varias corresponsalías en la Europa de los años setenta y como enviado especial en todo el planeta. «El periodismo está muriendo en su esencia, y tendrá que resucitar. Ya no se leen ni se ven historias auténticas y de calidad. Se lo están cargando las empresas. La gente sigue necesitando saciar su curiosidad: ¿por qué triunfa la literatura? Mi literatura parte de la concepción de un gran reportaje, y yo vendo muchos libros».

Convertido en escritor y con vocación de ser un errante empedernido, no quiere desprenderse de la melancolía. Él, ni lleva móvil ni ordenador. Sólo minúsculos cuadernos Enri y bolígrafos. Añora el trato humano de antaño, valora las charlas cálidas del continente negro y se confiesa cada vez más enganchado a la peligrosa droga del viajero. Anda por España finiquitando dos libros: uno sobre el Ártico y Canadá y otra entrega africana.

-¿Qué tal el viaje a Granada?

-Una chorrada, un vuelo de una hora. Los viajes en avión son muy artificiales. Me quedo con el barco, con esos pequeños que unen islas, que recorren una costa. Y viajar a pie, hacer recorridos a pie me encanta.

-¿Pero limitan las posibilidades, no?

-Limitan, pero se disfruta mucho del tiempo. La manera más natural de viajar es a pie, aunque hace siglos que no la usamos porque inventamos la rueda. Hace un año y pico hice una ruta de siete días por el norte de Kenia, por una zona absolutamente primitiva, y fue delicioso, durmiendo al aire libre.

-¿Ha hecho algún viaje organizado?

-(Rotundo) No. Pero no me parecen mal, mientras que la gente viaje. No entiendo nada el mundo del crucerismo.

-¿Hay algo de kamikaze en cultivar la literatura de viajes en un mundo acosado por Internet, los reportajes televisivos y las guías turísticas?

-Verá, la literatura de viajes es un género, pero no se valora en los espacios culturales. Allá ellos, da igual. La literatura de viajes marcha bien porque la gente quiere sentir los sitios y soñarlos. Cuando firmo libros me dicen: «Yo viajo con usted». Eso es tremendamente halagador y maravilloso. La literatura de viajes -y eso intento hacer- posibilita a la gente una cierta sensualidad, esa sensualidad que da la comunicación de la realidad: los olores, lo oído, el tacto de la mano que estrechas. La realidad siempre ha apasionado a los seres humanos y yo trato de comunicar al lector la sensualidad que siento al viajar.

-¿Se puede ser un gran escritor viajando desde el sillón?

-Se puede, pero hay que tener muchísimo talento, lo demostraron gente como Kafka y Proust.

«Viena, un pastel»

-¿Dónde no piensa volver?

-A Viena, me parece un sitio horroroso. Es como un pastel. Es muy antipática. No me gusta el centro de Europa en general, me parece fría, aburrida y la gente está muy triste y enfadada. Allí nacieron unos movimientos muy duros.

-La verdad es que su Norte vital siempre parece estar en el Sur.

-Eso mismo lo he escrito alguna vez. Siempre me ha tirado África y Latinoamérica, quizá porque soy un hombre del Norte, y he nacido en una civilización confortable que no me sorprende. En cambio, el Sur es vitalidad y aventura. La gente del Norte se aburre. En el Sur muchos sufren la miseria y el hambre y no desearían tener tanta aventura en su vida.

-¿Qué le ha enseñado África?

-La potencia de la naturaleza, que es difícil de entender para los europeos, acostumbrados a percibir una tormenta como un espectáculo. En África una tormenta te puede matar. Eso te da miedo. Esas situaciones te reconcilian con tu naturaleza animal. Dices: «Puedo morir. ¿Y qué?». Otra cosa, la solidaridad y la hospitalidad. No son bondades que tengan los africanos, es que ser solidario es útil. El ser humano, en el fondo, es una tragedia. Somos una especie materialista, egoísta y un poco maligna, pero tenemos una cosa buena: la capacidad de intentar ser mejores una y otra vez.

-¿Eso lo ha aprendido a lo largo y ancho del mundo o lo sabía antes de hacer el petate?

-Eso lo he aprendido viajando por ahí, yo antes de viajar era un idiota (se parte de risa). Antes de eso no tenía ni puta idea de lo que era la vida, ni la mía propia.

-¿El infierno es Sarajevo?

-Yo nunca había visto tanto salvajismo humano, sitiadores y sitiados que se conocían. El río Congo también fue duro. Sartre decía: 'El infierno es el otro'. El infierno también puede ser un vecino o una persona que quieres y te traiciona.

-Tan viajero no ahorrará mucho...

-Si el dinero no importa, es una tontería. Yo no entiendo a los ricos, en el fondo son bastante tontos los muy ricos, que dedican su vida a hacerse ricos. La especulación, que es culpa de todos los políticos, ha terminado con el carácter mediterráneo. Todo el mundo habla de dinero, y eso es muy aburrido.

-¿Al viajar se refuerza el sentido los nacionalismos?

-¡Bah! Yo no creo en ningún nacionalismo, ni en el mío. No me siento español, quizá algo europeo, pero, en realidad, conecto mejor con un tanzano que con un austriaco. Los nacionalismos son un negocio y un atraso mental. Me parece bien que uno reafirme su cultura, pero sin excluir al otro.

-¿Próximo destino?

-En octubre, Turquía.

-¿A quién mandaría hoy de paseo?

-A cualquier banquero.

-¿Eso de 'contigo al fin del mundo' a quién se lo diría?

-Creo que a nadie.

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