En estos complejos partidos que acaban con contundentes victorias, como la hecatombe sucedida en San Mamés, resulta una ardua tarea no señalar hasta al pobre ... apuntador. Es cierto que la fragilidad defensiva mostrada, la falta de creatividad, la desconexión entre mediocampo, defensa y delantera, son patrones más que perceptibles a primera vista por cualquier asiduo almeriensista y que, además, vienen agravándose durante este fatídico septiembre en el que no se ha podido corregir la dinámica ni en el último día del peor mes que se recuerda.
También es cierto que al final son los jugadores quienes ultiman los resultados en base a un rendimiento que evidentemente se puede ver afectado por la circunstancialidad, como son los rivales, el estado de forma, las lesiones o, en definitiva, la mala suerte. Pero en esta ocasión, serán muchos los que se pregunten si las decisiones técnicas son las que influyeron en el resultado final. Aquí les puedo decir que no. El Almería tenía prácticamente nulas posibilidades de salir de Bilbao con un resultado positivo. Un empate se intuía ya imposible ante el férreo conjunto vasco que, además, se encuentra en su mejor momento de la temporada.
Pero eso no significa que las decisiones del banquillo no sean cuestionables y la credibilidad por la falta de pretemporada de determinados jugadores comienza a chocar con alguna que otra opinión técnica que evidentemente desde dentro debe ser más obvia que desde fuera. En esta ocasión, es la titularidad de Portillo la que uno más se cuestiona, pues, pese a la calidad incuestionable del malagueño, su errático inicio de temporada no hacía presumir su presencia en el once. También el cambio de Ramazani, quien estaba siendo el mejor, sin duda.
Sea como fuere, el próximo partido ante el Rayo comienza a erigirse como la última bala de Rubi, Dios no lo quiera, pues, sin duda, su suerte es la de cualquier aficionado rojiblanco.
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