Me niego a seguir con el Haagen-Dazs, los pañuelos mojados de lágrimas sobre la mesa auxiliar y la película romanticona de fondo en el ... televisor. Es cierto que la ruptura con Sadiq está reciente y, también es cierto, que en nuestra primera salida con amigos nos lo hemos encontrado feliz, radiante y con la otra. Tan cierto y rotundo como que si nuestro ex hubiera jugado en el José Zorrilla y se hubiera escurrido un par de veces para venirse de vacío, hubiéramos leído aquello de «debimos mandarlo con un lazo por diez kilos». Y hablando de certezas absolutas, no podemos tampoco obviar las ganas que tenemos de seguir fustigándonos con el tema porque, en el fondo y en las formas, a veces somos un poco así. Masoquistas. Una forma distinta de obtener placer por la vía reglamentaria.
El aficionado al fútbol no casa bien con los términos intermedios. Barco lleno o vacío. Conmigo o contra mí. Por lo que no se le ocurra al pelado de la radio oficial venir a convencerme de lo contrario. Y ni mucho menos venga a recordarme que Darwin Núñez explotó a hacer goles en la segunda vuelta de aquella temporada o que al mismísimo Sadiq Umar se le pitó en la grada y se le acribilló en las tertulias. Lo que sí es relativo y opinable, y para mí también una certeza, es que el Almería ahora no acapara el 75% de su éxito ofensivo en una figura –gran figura– sino que ahora lo sigue teniendo, pero de forma repartida. Cuando no aparecía Sadiq Umar, nos salvaba San Fernando.
Ahora que no está nuestro ex, puede y deben aparecer Adrián Embarba, Lázaro, Marezi (Milovanovic), Diego Sousa, Leo Baptistao, Rama, etc. Si todos ellos rinden como se presupone, brillarán. Y si creamos la atmósfera propicia para ello, lo harán muy pronto. Lean esos nombres y los demás al lado de nuestras siglas y valoren que esto sigue siendo un magnífico sueño.
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