Cuando sales con tibieza y se van sumando desastres que ponen cuesta arriba la victoria, un punto y gracias. Cuando uno de esos groseros infortunios ... te hace encajar un gol de principiante, empatar es un mal menor. Y que no suene a topicazo porque es muy evidente que no volver de vacío de El Alcoraz, tras lo que se palpaba en el ambiente, ha sido una buena noticia. Vayamos por partes.
Por supuesto, el Almería no brilla ni fluye como antes. Los de Rubi han perdido la frescura que nos encandilaba a todos y ese saber hacer que resolvía con solvencia los encuentros. El equipo parece estar atascado y sin ideas. El domingo tan solo pudimos salvar el destello de calidad y orgullo a modo de pase de Sadiq a Portillo, con exquisito centro de este a Robertone, que cabeceaba con furia para marcar el tanto. Pero no hay drama, ya os lo advierto.
Y si esto no os parecía suficiente, la guinda a la película de terror la puso ¡cómo no! el árbitro del encuentro. López Toca nos recordó que sigue sin 'respetar' a los rojiblancos y os aseguro que no es llorar si decimos que el cántabro se inventó dos expulsiones (la primera de Akieme condicionó sin duda el partido) es contar la realidad. No diremos que ha tenido relación directa en el resultado, pero ¿y quién sabe? Lo que sí es certeza es que el colegiado de campo y el del VAR fueron calamitosos.
La segunda vuelta del Almería preocupa por la cantidad de bajas que acumula cada jornada. En Huesca el banquillo estaba huérfano de revulsivos con las lesiones de Ramazani, Dyego Sousa y Arnau Puigmal. Como desamparados se quedaban los aficionados que viajaban al frío de Aragón o los que veían desde sus casas al Valladolid arrebatando a los indálicos la segunda posición.
Pasado el fuego infernal de las horas tras el pitido final, se ve el vaso medio lleno, ya que los pucelanos están solo a un punto por encima y el Eibar, que empataba en casa ante el Mirandés, se mantiene a cuatro. La Rubineta sigue en pie, a pesar de los golpetazos.
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