Renace la última frontera en la UD Almería
Andrés Fernández, el guardián rojiblanco, sostiene el cambio para pasar del desorden inicial a un tramo con sólo seis goles encajados en los úlitmos ocho partidos
Andrés Fernández no defiende una portería, sino que custodia un territorio. Hay guardametas que se deslizan entre los postes como funambulistas, viviendo del sobresalto, y ... otros que necesitan hacer ruido para existir. Andrés pertenece a una especie distinta, más difícil de descifrar. No invade la escena; la ocupa. No gesticula; interpreta. Parece haber encontrado una forma muy suya de estar en el partido, una forma que combina el oficio aprendido a golpes con una serenidad que sólo concede el tiempo.
La temporada lo recibió con cierta crueldad. En cinco jornadas encajó doce goles, una cifra que habría descosido a más de un portero. Fue en una fase de la competición en la que el equipo estaba falto de encontrar la línea de juego. Pero él no se alteró. Casi parecía que el fútbol todavía no había aterrizado del todo en sus manos. Después llegó ese tramo de ocho partidos en el que la UDAlmería, con el bajo palos, sólo recibió seis tantos, una reducción que no es una estadística sino una mudanza. El equipo rojiblanco empezó a ordenar su desorden y Andrés Fernández fue la bisagra que sostuvo la puerta. Porque si algo tiene este guardameta es que incluso en el vértigo construye sentido.
Todo lo jugado
Ha jugado los trece partidos íntegros disputados hasta ahora y la primera parte del partido jugado a medias en el Alfonso Murube Ceuta, todos ellos sin respiro, sin sombra, sin relevo, los 1.170 minutos posibles –y los 45 del duelo inconcluso que entrarán en la estadística a partir del próximo 26 de noviembre–. No ha faltado a una cita, como si los viernes –si se juega en fin de semana– durmiese ya con los guantes puestos. Su trabajo se manifiesta en esa cifra grave, casi simbólica de 3,4 paradas por encuentro, muchas de ellas hechas desde una lectura que antecede al gesto. No vuela para la foto, sino para la necesidad. Y lo hace bien, pues firma un 71% de acierto en el acto más cruel que tiene un partido de fútbol –trece y medio en este caso–, ese segundo que separa el ruido del silencio.
En un fútbol de ahora que obliga al portero a ser también un constructor, Andrés Fernández aporta un equilibrio que podría calificarse de quirúrgico. Toca el balón 42 veces por partido jugado y acierta 20,7 pases, un 68% que crece hasta un 87% cuando actúa en campo propio, zona en la que templar es tan decisivo como acertar. En campo contrario la precisión baja, un 30%, pero en esos envíos vive una intención, la de adelantar líneas, invitar al equipo a ocupar la mitad del rival, aunque el riesgo reste pulcritud. Aun así, sus balones largos completados –5,8 por encuentro disputado– dan forma al tránsito del juego y sus pases de vaselina, 1,8 de media con un 69% de éxito, explican una intención técnica que suele pasar desapercibida en los porteros, como una flor en un lugar inesperado.
No, no, no
Defensivamente, lo que el técnico de la UDAlmería no concede también importa. No lo regatean. No pierde duelos, ni uno en el suelo, ni uno en el aire, ni uno en el total que registran las estadísticas de lo que va disputado de competición. Puede parecer un dato menor, pero habla de un instinto ganador en situaciones donde un milímetro define el resultado. Recupera 9,2 balones por partido, despeja 1,7 y sostiene 46 bloqueos acumulados en trece citas, cifras que describen a alguien que interpreta la portería como un oficio colectivo. No hace faltas, no fuerza tarjetas, no provoca penaltis. Recibe muy pocas, 0,2 por partido. Juega limpio en un lugar sucio por naturaleza.
Tiene dos manchas que no esconden su temporada sino que la humanizan, un error que terminó en gol, otro que terminó en disparo del rival. Son cicatrices en el cuerpo, no grietas. Las cicatrices no restan; explican. Levantarse de ellas es, quizá, la estadística más precisa de su carácter. Y, pese a ello, cuatro porterías a cero emergen como un manifiesto, son cuatro partidos completos donde la noche no encontró fisuras.
La otra cadencia
Los números grandes –los totales, los acumulados– hablan con otra cadencia. 285 pases completados frente a 134 fallados. 68% de acierto. Trece alineaciones consecutivas. Nunca apareció en el equipo de la semana, quizá porque su estilo no busca foco. Nada de centros, nada de entradas, nada que el algoritmo traduzca en destello. Pero sí un registro poderoso que no cabe en un gráfico, su fiabilidad, esa que condiciona a los compañeros para defender unos metros más arriba, esa que da permiso para equivocarse, esa que supone calma.
En paradas (64), juego aéreo (60) y distribución de balón (59), su presencia vertebra tendencias que no se entienden sin él. En los tiros de larga distancia aparece su fortaleza señalada como advertencia, no lo busquen desde lejos si esperan una rendija. En debilidades, nada. O quizá algo más valioso que el cero, la sensación de que lo poco que falla no responde a una carencia, sino a los accidentes que forman parte del oficio.
Columna vertebral emocional
Andrés Fernández es lo más parecido a una columna vertebral emocional. Un futbolista que sostiene a la UDAlmería desde un silencio denso, sin aspavientos, sin proclamas, con la textura de los porteros que han aprendido a vivir con la soledad del puesto. Cuando el balón vuela hacia él, parece que el tiempo se pliega. No engaña al rival, no engaña al espectador, no se engaña a sí mismo, hace lo que debe hacer. Y en ese gesto tan simple, tan limpio, tan honesto, está construyendo la temporada más sólida del equipo rojiblanco, que viene a advertir que la elección no fue baldía.
Quizá por eso, en los encuentros recientemente –esos últimos ocho partidos disputados por la UDAlmería–, se tiene la sensación de que algo ha cambiado en el conjunto indálico. El bloque indalíco avanza con otra respiración. La defensa se atreve a variar alturas. Los mediocentros se sienten acompañados, como si en cada acción supieran que detrás hay un portero que no va a temblar. No es que Andrés Fernández detenga balones, detiene la inquietud. Y en un deporte que se juega entre la calma y la precipitación, dominar la calma es una forma de mandar. Él lo hace desde la sombra, desde su propio territorio, desde un lenguaje que no necesita traducción.
Quizá el fútbol sea eso, convertir el caos en un lugar habitable. Y el cancerbero murciano, en esta temporada con la UDAlmería, está siendo exactamente eso para la UD Almería. Un guardián que no alza la voz, pero marca el pulso. Una presencia que no pide protagonismo, pero define la historia. Una certeza que, sin necesidad de adornos, escribe el tipo de seguridad que no se celebra, pero que, cuando falta, se añora. Una seguridad que, por ahora, está bien amarrada entre sus manos.
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