El proyecto Rubi, entre la fe y la urgencia
Al Almería le cuesta arrancar en los dos últimos campeonatos, calcando resultados en ambos
LA UD Almería vive instalada en una tensión permanente que se sitúa entre la que nace de la fe en un proyecto que quiere recuperar ... el pulso de la élite y la que habla de la urgencia que marca la Segunda División, un campeonato que no concede treguas y en el que cada resbalón se paga con unas cuantas semanas de ansiedad con un resultavo reversible. Entre esas dos fuerzas se mueve la temporada rojiblanca, con Rubi como figura que simboliza la apuesta por la estabilidad y un club indálico que, desde los vaivenes de los últimos años busca redibujar su camino hacia una categoría perdida hace dos temporadas y no reconquistada el curso pasado.
El banquillo se ha convertido en una rara avis en el fútbol actual. El técnico catalán no sólo repite ciclo, sino que lo hace con la confianza explícita de la dirección, que le sitúa como pieza central de la reconstrucción. Rubi no es visto como un parche, sino como un guía que ya conoce el terreno y que puede dar continuidad a una idea. La paciencia es un valor en extinción en el fútbol moderno, pero en Almería –pese a la existencia de cierto malestar– se ha querido mantener incluso cuando la tabla clasificatoria, los resultados, sobre todo éstos, o la presión del entorno invitaban a las prisas –en redes sociales hay de todo, desde quienes piden la cabeza a quienes ponen cordura. Esa es la fe que sostiene al club, aunque el calendario, los rivales y la propia naturaleza de la categoría empujen a adoptar una medida de urgencia.
Sin medias tintas
El equipo rojiblanco se mueve en un terreno que no permite medias tintas. La Segunda División exige regularidad, oficio y un plan de vuelo claro. El Almería lo sabe bien. Sus ascensos pasados estuvieron ligados a plantillas reconocibles, bloques estables y una identidad reconocida. Hoy el reto es recuperar ese espíritu en un campeonato mucho más igualado que nunca –viene sucediendo que no hay casi nada decidido hasta la última o penúltima jornada–, donde cualquiera es capaz de frenar al favorito y donde el peso de los nombres propios no garantiza victorias. El margen de error es mínimo y ahí aparece la tensión entre confiar en el camino trazado o precipitarse en busca de resultados que sean favorlabes de inmediato.
La plantilla de este curso en la UDAlmería es un reflejo de esa búsqueda de equilibrio. Llegaron jugadores llamados a apuntalar zonas clave, como Marcos Luna o Daijiro Chirino en el lateral derecho –puede jugar como central–, Federico Bonini o Nelson Montes, una pareja de centrales que atesora un ilusionante futuro, pero a la que hay que darle tiempo, lo único que pueden no conceder los más atrevidos –quedan 11 1 puntos por jugarse–. Álex Muñoz aporta en el izquierdo o Patrick Soko en ataque, piezas destinadas a dar solidez y desborde. Al mismo tiempo, salidas importantes como las de Luis Maximianoo Lázaro Vinicius obligaron a recomponer estructuras con rapidez. El club ha querido mantener un bloque competitivo sin renunciar a la ambición de volver arriba, aunque el mercado veraniego dejó la sensación de que la adaptación será clave para no perder el paso en los primeros meses.
La herencia
La herencia de la Primera División, disfrutada en dos años consecutivos –el primero por el trabajo de Rubi– todavía pesa. Haber formado parte de la élite genera expectativas que en Segunda se convierten en exigencias. Los aficionados esperan que el Almería no sólo compita, sino que lo haga con la autoridad de quien ha probado el nivel superior, aunque de un año para otro las cosas no son como uno quiere, no pasa ni en la faceta personal. Sin embargo, la realidad de la categoría recuerda que cada partido es un ejercicio de supervivencia. Ceuta, Cultural y Deportiva Leonesa son capaces de arañar puntos en escenarios complicados. El equipo leonés le dio un repaso auténtico al Racing, el domingo, o en años anteriores Eldense, Amorebieta o un 'desahuciado' Mirandés en la primera jornada estuvo cerca del ascenso, el directo o por la vía playoff, mostrándose capaces de condicionar el ánimo de proyectos llamados a luchar por el ascenso. La urgencia nace de ahí. No se trata sólo y exclusivamente de ganar, sino de no fallar donde otros también lo hacen.
Rubi ha buscado que el equipo sea protagonista con balón, que tenga mecanismos reconocibles en ataque y que defienda hacia adelante. La idea es clara, pero llevarla al césped requiere tiempo y automatismos que no siempre encajan con la impaciencia del entorno. En ese choque entre la teoría y la práctica, el Almería va ajustando detalles, tratando de no perder el hilo de los equipos de arriba. La continuidad del entrenador le permite trabajar con una base conocida, pero también le obliga a demostrar que los errores del pasado se han convertido en aprendizajes para el futuro.
El vestuario es consciente de esa dualidad. Los jugadores saben que pueden contar con la confianza de la grada –aquella que sabe de fútbol porque algunos se agarran al hecho de que hace tiempo se estuvo en Primera, pero el escudo no gana partidos–, pero esa confianza se instala si transmiten entrega y competitividad. Del mismo modo, también perciben que la afición espera un plus, ese golpe de autoridad que devuelva la ilusión de verse de nuevo en la zona alta. En Almería se valora la paciencia, aunque la memoria de ascensos pasados late con fuerza. La afición recuerda lo que fue posible con plantillas compactas y no se resigna a pensar que el regreso a Primera División sea una utopía. Esa mezcla de recuerdo y exigencia es combustible y, al mismo tiempo, una presión añadida.
El calendario obliga
El calendario no ayuda a calmar los nervios. Cada bloque de partidos se convierte en una prueba de fiabilidad. Una racha de victorias puede avivar la ilusión –pasó el curso pasado con 14 jornadas invicto– y catapultar al equipo a posiciones de privilegio, mientras que dos empates y una derrota seguidos alimentan las dudas –el curso pasado sólo se ganó un partido de 21 lejos del UDAlmería Stadium. No hay terreno intermedio y en eso la Segunda es despiadada. Rubi lo sabe y lo transmite. La regularidad es la única llave que abre la puerta de la élite, más allá de los picos de juego o de los destellos individuales.
En ese contexto, el papel del club es sostener el plan sin perder la capacidad de reacción. La dirección deportiva tiene claro que la temporada es larga, que habrá momentos de crisis y que el éxito dependerá de mantener el rumbo cuando lleguen las tormentas. El reto es doble, por una parte no caer en el vértigo de los resultados inmediatos y, al mismo tiempo, no dejar escapar el tren del ascenso por falta de reflejos. La fe y la urgencia, de nuevo, se dan la mano en cada decisión.
La ciudad observa con mezcla de expectación y prudencia. El Almería es un equipo que ha acostumbrado a su gente a soñar con cotas altas y que ha convertido la palabra ascenso en parte de su identidad reciente. Sin embargo, la realidad de Segunda invita a la paciencia. El aficionado se debate entre el deseo de ver un equipo dominante y la conciencia de que este campeonato premia más la constancia que los destellos. La grada quiere creer en el proyecto, pero necesita que los resultados respalden la apuesta.
Al final, el Almería de Rubi es un ejercicio de equilibrio. La fe en el plan, en el trabajo diario y en la continuidad de un técnico que ya conoce la casa, frente a la urgencia que marcan la tabla y los rivales. Un club que ha probado la Primera no puede conformarse con la medianía de la Segunda, pero tampoco puede olvidar que la paciencia es parte del camino. El reto está en sostener la confianza sin que la presión devore al proyecto. El tiempo dirá si la fe se impone a la urgencia o si la urgencia obliga a redefinir la fe.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión