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Me parece que entra en el Top 3 de escenas surrealistas de la semana la lectura que algunos han hecho del empate en el noventa y cuatro de partido del Almería. Parece un tanto para la galería. Un gol para la estadística. Una anécdota olvidadiza. Y el gol, con mejor o peor juego o bajo la buena o la mala racha, ha podido ser un pasaje fundamental en el desarrollo de los acontecimientos. Estoy completamente seguro de ello. Porque no hay ni habrá un empate en toda la historia del Almería que escociera más que aquel del año pasado, frente al Alcorcón, en el partido del no ascenso a Primera División. Y no hay, al mismo tiempo, un empate más valioso que precisamente aquel de Arnau.

Antes del encuentro –por supuesto– todos hubiéramos calificado de fatal la equis ante el Alcorcón y, sin embargo, en el primer segundo tras el pitido final, todavía sin aire, nos dimos cuenta de que no pudo ser más oportuno. El panorama era tras el gol y otro completamente distinto sin aquel remate en el minuto 93. No hubiéramos ascendido en Butarque.

Aquel giro de los acontecimientos fue, al mismo tiempo, malo y bueno. Exactamente igual con este último de Melero. No me entra en la cabeza que no nos agarremos a este gol postrero como tabla para la salvación. Se puede conseguir una permanencia a base de pasos hacia adelante pero también se puede lograr a través de la resistencia. Y este equipo sigue agarrado. Este gato, tiene todavía siete vidas.