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El 'yokozuma' Kisenosato se prepara dentro del 'dohyo' en uno de sus últimos combates. R. C.
El sumo se queda sin su gran estrella: «Me voy por honor»

El sumo se queda sin su gran estrella: «Me voy por honor»

Kisenosato, que se convirtió en el primer 'gran campeón' japonés en dos décadas, se retira por honor: su estatus no le permitía sufrir tantas derrotas seguidas

FERNANDO MIÑANA

Martes, 22 de enero 2019, 01:08

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Yutaka Hagiwara (Ibaraki, 1986) era un niño japonés como otro cualquiera. Iba a la escuela cada mañana y en sus ratos libres jugaba al béisbol esforzándose por lanzar bolas diabólicas. Hasta que su cuerpo creció demasiado y el azar hizo que un día se encontrara de forma casual con Takanosato, el jefe del establo (la escuela de sumo) de Naruto. Este 'oyakata' (maestro en esta lucha tradicional japonesa) bregó para convencer a unos padres reacios y acabó reclutando a aquel chaval grandullón.

Takanosato le mostró los movimientos, forjó su estilo y, lección a lección, fue enseñándole lo que representa en Japón convertirse, mucho más que en un 'sumatori', un luchador de sumo, en 'yokozuma' o 'gran campeón', el rango máximo que solo han alcanzado 72 personas desde 1624. «Un yokozuma se siente muy solo», le repetía de vez en cuando para que fuera entendiendo que no era únicamente un privilegio sino también una responsabilidad en una sociedad como la nipona.

Después de siglos de supremacía, el sumo había dejado de estar dominado por los japoneses para pasar a manos de extranjeros, como los hawaianos. Y la prueba era que los últimos cinco 'yakazuma' habían sido un samoano y cuatro mongoles, incluido Sho Kakuho, que superó el récord de títulos ganados, del japonés Taiho (32 entre 1960 y 1971), una leyenda.

Hagiwara, conocido ya en todo el país como Kisenosato, fue subiendo los peldaños de este deporte ancestral hasta hacerse un nombre como 'ozeki' -el escalón anterior a los 'yokozuma'-, un estatus en el que, en 2016, logró un 82% de victorias. El triunfo en el Trofeo del Emperador, en Tokio, permitió que fuera propuesto y aceptado como 'yokozuma', el primero nacido, criado y entrenado en Japón desde 1998, cuando fue nombrado Wakanohana. Al fin otro nipón en este selecto club de luchadores grandes y fuertes como castillos.

Kisenosato, que mide 1,88 metros y pesa 177 kilos -unas medidas nada extraordinarias entre los 'sumotori'-, alcanzó el cielo del sumo en dos ceremonias preñadas de tradición. La primera, flanqueado por su 'oyakata' Togonoura -Takanosato, su descubridor, murió en 2011- y su mujer, para recibir la buena nueva con la humildad, haciendo una reverencia de rodillas, que marca el ritual. Y la segunda, el 27 de enero, con 31 años, se produjo, al estilo 'unryu', en el santuario tokiota de Meiji, construido -y reconstruido tras la II Guerra Mundial- en honor del emperador Meiji y su esposa, la emperatriz Shoken, en un jardín de lirios donde se veía la pareja y que está rodeado por un bosque con 120.000 árboles.

«No me arrepiento»

Dos meses más tarde, en marzo, sufrió una lesión que marcaría su singladura como el 'yokozuma' número 72 de la historia. Nunca pudo luchar en plenitud para plasmar en el 'dohyo', el círculo de combate, las virtudes que le coronaron como uno de los mejores 'ozeki' de los últimos tiempos.

El último otoño, en noviembre, sufrió cuatro derrotas consecutivas en el torneo de Kyushu, la peor racha de un 'yokozuma' en 87 años. Su estatus, como le enseñó pacientemente durante la adolescencia su 'oyakata', acarrea una responsabilidad que impide mancharla con tantos traspiés. Por eso la siguiente gran cita, el Hatsu Basho, en enero, iba a despejar su futuro. Kisenosato pensaba que llegaba bien preparado a esta competición que inaugura el calendario en Tokio, en el monumental Ryogoku Kokugikan, el estadio construido en 1909 con capacidad, actualmente, para 13.000 espectadores. Pero la realidad fue mucho más cruda: tres derrotas seguidas.

Demasiada deshonra para un 'yokozuma'. Su honor le impedía seguir e inmediatamente su maestro anunció su retirada. Al día siguiente, hierático, con la espalda tiesa como una columna dórica, al lado del no menos erguido 'oyakata', explicó sus sentimientos con la voz trémula: «Aunque lamento mucho no haber cumplido las expectativas de todos como 'yokozuma', no me arrepiento ni un poco de mi carrera».

Kisenosato pasó su manaza por el rostro brillante que reflejaba docenas de flashes disparados a discreción y añadió: «Creo que no podría haber llegado hasta aquí solo. Ha habido un montón de gente que me ha apoyado y tengo grabado en mi memoria el rostro de cada uno de ellos. Solo puedo sentir gratitud hacia todos ellos». Y justo en ese instante una lágrima minúscula brotó de uno de sus ojos.

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