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La modelo Marisa Jara.
«La comida se convirtió en una tortura»

«La comida se convirtió en una tortura»

La modelo Marisa Jara cuenta en ‘La talla o la vida’ cómo las exigencias de la moda desencadenaron en ella una grave bulimia nerviosa

rubén cañizares

Jueves, 25 de mayo 2017, 09:00

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El 1 de febrero de 1986, día de su 16 cumpleaños, Marisa Jara (Sevilla, 1980) aterrizaba en Tokio. Había firmado un contrato de dos meses con una prestigiosa firma con la que iba a disfrutar de su primera experiencia a nivel internacional en el mundo de la moda. El trampolín adecuado hacia una brillante carrera que terminó mucho antes de lo que ella hubiese imaginado, pero era su salud y su vida lo que estaba en juego: «Aquel trabajo en Japón marcó para siempre mi carrera profesional. Yo era menor de edad y vivía en una residencia junto a otras modelos. A nuestro cargo estaba una señora que cada vez que entraba por la puerta con bolsas del supermercado me las abría para tirarme a la basura toda comida que no fuera verduras, frutas u hortalizas», afirma Marisa.

La andaluza acaba de publicar La talla o la vida (Editorial Planeta), un libro en el que detalla cómo las exigencias de la moda desencadenaron en ella una enfermedad mucho más grave de lo que la gente suele pensar: «La bulimia nerviosa es un trastorno alimenticio y psicológico que hace que comas mucha cantidad de alimentos en muy poco tiempo y enseguida vayas al baño a vomitarlo. Es un infierno. Una adicción a la comida. Algo indispensable para vivir se había convertido en una tortura para mí», explica.

Hambrienta

Marisa Jara quiso llamarle a su libro Hambrienta por todo lo que tuvo que soportar durante los siete años que desfiló en las mejores pasarelas del mundo: Miami, Nueva York, Milán, París, Londres... Hizo lo que más le apasiona, pero con un backstage lleno de letra pequeña: «He contado por lo que yo he pasado con el objetivo de ayudar a otra gente que pueda estar sufriendo la misma enfermedad que he sufrido yo. Hay muchas personas que padecen bulimia nerviosa y no dicen nada a nadie por el temor a qué le dirán. Yo he llegado a ingresar en hospitales en los que las propias enfermeras que me han atendido me han dicho que ellas también tenían este problema de salud», recuerda Marisa.

La modelo sevillana empezó en el mundo de la moda a muy temprana edad, y las estrictas restricciones a la hora de comer le pasaron una elevada factura: «Yo nunca fui una niña gordita. Siempre he sido de constitución grande. Mido 1,75, tenía una talla 36 y un peso normal, unos 50-52 kilos. Aún así, ese peso era un problema en muchas pasarelas, y las presiones que recibía generaron mi bulimia. Ni un bocadillo podía almorzar sin que me entraran remordimientos». Ahí estuvo el embrión de su obsesión con la comida: «Era una adolescente que viajaba por todo el mundo con una responsabilidad de un adulto de cuarenta años. Mi trabajo conllevaban altas dosis de presión y estrés, pero a mí siempre me ha encantado. No entendía que no me permitieran comer lo que yo quisiera. Yo soy una persona con muy buen humor y carácter, y en esa época siempre estaba triste. Era poco sociable, no me relacionaba con el resto de modelos y siempre estaba leyendo un libro en la habitación de mi hotel. Era una persona solitaria con bulimia».

De hecho, tal era su obsesión por mantener la talla que cometía locuras como recibir tres clases diaria de Bikram Yoga (yoga en una sala a cuarenta grados durante noventa minutos), cuando lo máximo recomendado son dos clases a la semana: «Era una barbaridad, pero era uno de los daños colaterales de la bulimia. Hacer locuras para que no me machacaran con el peso».

Así estuvo siete años Marisa Jara, hasta que se dio cuenta de que tenía que afrontar con miedo que tenía una enfermedad: «Había temporada mejores y peores, sufría picos y valles. Pero un día, a mis 23 años, me di cuenta de que tenía un problema y de que lo sufría a diario. No hacía cosas que fueran normales y empezaba a tener consecuencias. Se me caía el pelo, las uñas las tenía débiles, los dientes estropeados, la cara con mal aspecto, los nudillos con marcas y estaba muy débil físicamente. Y ya había ido en varias ocasiones al hospital con el esófago quemado y lleno de heridas. Necesitaba ayuda».

Marisa se refugió en su familia y junto a ella peleó por superar una enfermedad que estaba acabando con su salud: «Recuerdo un verano, en pleno agosto en una sesión de fotos de ropa de invierno. Estaba tan débil mental y físicamente, tal malnutrida, que llegué a desmayarme. Necesitaba parar y comenzar de cero». La sevillana acudió a la Clínica Ravenna de Madrid, donde junto a un equipo conformado por médico, psicólogo y nutricionista le puso solución a su bulimia nerviosa: «Ellos me enseñaron a comer, a disfrutar de la comida y no obsesionarme. Si me apetecía una pizza, comía una pizza. Si quería dulce, tomaba un dulce. Aprendí a saborearlo y a no arrepentirme. Tenía que quitarme ese trauma. Además, iba todos los días a terapia individual y también hacía terapia en grupo con otras personas que también sufrían mi enfermedad. Fueron tres años de recuperación y desde entonces sigo haciendo un control rutinario para evitar recaídas. Ahora estoy bien, pero es bueno seguir con la ayuda de profesionales que saben por lo que has pasado».

La bulimia nerviosa provoca un cambio en las costumbres alimenticias con adopción de dietas muy restrictivas, distorsión de la propia imagen, obsesión por perder peso aunque ya se esté delgado, rechazo a comer en público, depresión, tristeza, irascibilidad y baja autoestima: «Lo más importante es reconocer que tienes un problema y ponerse en manos de especialistas. El problema es que en España parece más grave estar gorda que robar. En este país, si tienes kilos de más se te arrincona. Hay mucha crueldad y demasiada obsesión con el peso y la belleza, cuando no debería ser así», analiza la modelo.

A sus 37 años, Marisa Jara se ha reinventado y lleva varios años trabajando como modelo y diseñadora de tallas grandes. Usa una 40, pesa 78 kilos y sigue haciendo lo que más le gusta, con la enorme diferencia de hacerlo con una sonrisa gigante: «Llevaba una vida de enferma y tardé años en darme cuenta. Por suerte, ahora vivo sin complejos, sin restricciones y soy una persona feliz y sana», sentencia.

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