La ocupación no quiere testigos
Voluntarios palestinos tratan de llenar el vacío dejado por la misión internacional de observación en Hebrón, a la que Israel no ha renovado el mandato
MIKEL AYESTARAN
Domingo, 3 de marzo 2019, 08:12
Risas de niños. Zapatillas arañando la gravilla. Madres que despiden a sus hijos desde la ventana. Leve golpeo de libros y cuadernos dentro de las ... mochilas. La vida suena en mitad del silencio sepulcral de la calle Shuhada (calle de los mártires), arteria principal de la ciudad vieja de Hebrón, una zona muerta desde que en 2000 Israel ordenara cerrar todas las tiendas palestinas y su estación de autobuses se convirtiera en base del ejército. Los colonos pueden circular libremente por Shuhada, los palestinos no.
Una barricada de hombres uniformados espera a los pequeños. Pasamontañas frente a orejeras de Disney para combatir el frío seco del sur de Cisjordania. Fusiles frente a los balones que algunos llevan en la mano para la hora del recreo. Los estudiantes bajan la mirada e intentan hacerse invisibles.
Los militares se despliegan en esta calle para evitar que los activistas de 'Kifah' (lucha) acompañen a la escuela de primaria 'Córdoba' a los niños que para acudir a sus clases tienen que pasar por una de las zonas ocupadas por colonos. Esta labor la realizaban hasta hace unas semanas los observadores de la TIPH (Presencia Internacional Temporal en Hebrón en sus siglas en inglés), que actuaba en la conflictiva ciudad desde mediados de los años 90, pero el Gobierno israelí decidió no renovar su mandato y el 31 de enero tuvieron que hacer las maletas.
Issa Amro, conocido activista de la ciudad y defensor de los derechos humanos señalado tanto por Israel como por la Autoridad Nacional Palestina por su voz siempre crítica, está al frente del pequeño grupo de chalecos azules que se ve obligado a detenerse ante la presencia militar. Llevan la palabra 'observer' escrita en el pecho. Sabían que no les dejarían pasar y por eso traen yogures para repartir entre los escolares. Uno por uno, cada niño recibe su yogur antes de atravesar el cordón militar. Los voluntarios forman parte del grupo Jóvenes Contra los Asentamientos, creado por Amro para denunciar la situación que sufre el centro de su ciudad, y tratan de llenar el vacío dejado por los observadores. «Israel no quiere testigos, pero nosotros vamos a seguir adelante con este trabajo y pensamos extenderlo a otras partes de la ciudad. La TIPH registró 40.000 incidencias en dos décadas y su salida no significa que soldados y colonos hayan dejado de violar los derechos de los palestinos, ni muchísimo menos».
El activista habla y el colono Ofer Yohana le pega el móvil en la cara. Lo graba todo. Le insulta. No calla. Yohana se ha convertido en uno de los rostros más populares de la comunidad judía en Hebrón por su hostigamiento a los activistas palestinos e internacionales. «¿Cuánto te pagan por esto? ¿Cuánto cobras? Perro», repite como un mantra Yohana ante la pasividad de unos soldados que parecen no escucharle. Amro no pierde la calma y sus compañeros tampoco, no responden a las provocaciones y humillaciones. La prensa tampoco se libra del acoso y el colono nos acusa de ser parte del movimiento BDS (siglas que responden a Boicot, Desinversión y Sanciones), que persigue el final de la ocupación y colonización de las tierras ocupadas en 1967.
La masacre de 1994
La misión internacional de observación se desplegó tras la masacre cometida en 1994 por el colono Baruch Goldstein en la mezquita de Abraham, que los judíos denominan Tumba de los Patriarcas, templo que hace de Hebrón un lugar santo para judíos y musulmanes. Goldstein entró en la mezquita armado, abrió fuego de forma indiscriminada contra los fieles y mató a 29 personas e hirió a 125. El entonces primer ministro, Isaac Rabin, describió a Goldstein como un «asesino degenerado», pero los colonos le alabaron como un héroe y le dedicaron una especie de santuario.
En este ambiente se desplegó una misión de observación temporal a la que 25 años después Israel ha decidido no extender un mandato que se renovaba cada seis meses y que precisaba del visto bueno de las dos partes. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) condenó la decisión israelí, pero el primer ministro, Benyamin Netanyahu, dejó claro que no permitirá «la continuación de la presencia de la fuerza internacional que actúa contra nosotros».
El líder conservador, inmerso en plena campaña electoral de cara a los comicios del 9 de abril, hizo un nuevo guiño al electorado más ultranacionalista, que reclamaba la no renovación del mandato. La decisión se apoyó en un reciente informe elaborado por la policía israelí tras dos incidentes filmados en los que un miembro de la TIPH abofeteó a un niño colono, mientras otro pinchó las ruedas del coche. Ambos fueron expulsados de la misión.
El espíritu de Goldstein sigue muy vivo entre los 700 colonos llegados de todo el mundo que viven atrincherados en un casco antiguo de Hebrón blindado por los militares. El trabajo que antes hacían 64 observadores de Noruega, Suecia, Turquía, Suiza e Italia, ahora sueñan con hacerlo Amro y sus compañeros, pero a los pocos minutos de empezar a repartir yogures a los pequeños que van camino del colegio, un oficial les muestra una orden por la que el Ejército declara la calle Shuhada «zona militar» y les da la orden de alejarse. Obedecen. Vuelven sobre sus pasos.
Resistencia que «molesta»
Amro, a quien Yohana no deja de increpar, mueve la cabeza con gesto apesadumbrado. «La comunidad internacional no presiona a Israel, no hay ninguna institución en el mundo que lo responsabilice de nada. No quieren que Israel se enfade, quieren que los palestinos seamos sus esclavos, ciudadanos de segunda en nuestro propio país. Sin el TIPH estamos indefensos».
Los nuevos observadores de Jóvenes Contra los Asentamientos se dirigen a su cuartel general, una casa situada en mitad de un olivar en la que «pasamos más tiempo que en nuestras propias casas. No podemos enfrentarnos a ellos porque tienen mucha más fuerza, por eso recurrimos a la resistencia pacífica y eso les molesta. La única opción que nos queda es insistir por esta vía y tratar de ganar el mayor número de apoyos en la comunidad internacional y dentro de la propia sociedad israelí para que aumente la presión sobre su Gobierno», piensa Izzat, compañero de Amro en el grupo desde hace nueve años.
Desde la vivienda, decorada con eslóganes de 'Palestina, libre' y bautizada como 'La casa del desafío', se divisa la mezquita de Ibrahim y se pueden dibujar desde el aire las fronteras pactadas en 1997 por Yaser Arafat y Netanyahu, que entonces también era primer ministro. Hebrón quedó dividida en dos zonas: el sector H1, con el 80 por ciento del territorio y 140.000 habitantes, bajo el control de la ANP y el sector H2, con un 20 por ciento del territorio y bajo ocupación israelí, con 30.000 palestinos y unos 700 colonos. Un acuerdo que, trasladado a la realidad, se traduce en la muerte de una buena parte de la ciudad vieja, militarizada y aislada.
Los niños de la escuela Córdoba no habían nacido cuando Arafat y Netanyahu acordaron esta partición. Les ha tocado vivir en H2, lo que significa que sus movimientos y condiciones de vida están a expensas de unos colonos que son considerados los más extremistas y violentos de Cisjordania, y que cuentan con la protección de un Ejército «que obedece sus órdenes. «Para nosotros», se lamenta Amro, «es lo mismo un colono que un militar, son iguales ante nuestros ojos y se comportan de la misma forma». Sus palabras son recibidas con el asentimiento general de todos los que le acompañan. Beben café amargo. En 'La casa del desafío' nadie se ha parado a pensar en el azúcar. Un café, amargo como el corazón de Hebrón. Mañana volverán a la calle Shuhada.
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