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Alí Bongo inaugura con el futbolista Lionel Messi un estadio deportivo, en 2015. :: afp
Medio siglo con los Bongo

Medio siglo con los Bongo

El fracaso de los golpistas de Gabón para derrocar al presidente perpetúa una saga que cuenta con el respaldo de Francia

GERARDO ELORRIAGA

Viernes, 1 de febrero 2019, 23:54

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La historia de los Bongo es un relato de superación y oportuna metamorfosis. Albert-Bernard, el fundador de la dinastía, era un empleado de Correos reconvertido en capitán tras una breve carrera militar, pero su ambición transformó el corto horizonte de un funcionario de la recién creada República de Gabón en presidente del país y su pequeño peculio público en inmensa fortuna. Alcanzó el poder en 1967 por su cargo de vicepresidente, tras fallecer Leon M'ba, el titular del Ejecutivo, pero lo que parecía una condición transitoria se volvió en permanencia definitiva al frente de un partido único y, posteriormente, como ganador de elecciones siempre controvertidas. Medio siglo después, su hijo Alí, que lo ha reemplazado, acaba de sufrir una intentona golpista rápidamente frustrada. Una vez más, resulta evidente la capacidad de esta familia para enfrentarse a los retos y salir indemne. También que en el país africano todo puede cambiar con el objetivo, paradójicamente, de que las cosas de Estado no varíen.

La dualidad del patriarca fue clave para este éxito proyectado en el tiempo. Albert-Bernard se convirtió al islam y cambió su nombre por El Hadj Omar Bongo, aunque su esencia permaneció a salvo. «Todo gabonés posee una parte nativa y otra francesa», aseguró, y no dejó de cuidar ambas facetas. La primera lo abrazó al poder. En los años setenta Gabón, un país de tan sólo dos millones de habitantes, descubrió yacimientos de petróleo y se convirtió en el sexto exportador de África. La segunda fue determinante para su férreo control del Estado, que dirigió a través de la presidencia y la dirección de varios ministerios clave. Charles de Gaulle, Valery Giscard d'Estaing, Jacques Chirac e incluso François Mitterand lo avalaron como fiel aliado, proveedor de materias primas y privilegiado escenario de las inversiones galas.

El presidente gabonés fue el mejor representante de la FrançaFrique, un concepto biunívoco que permea y fortalece la relación del Elíseo con sus antiguas colonias, plenamente ventajoso tanto para París como para las elites nativas. Los enormes recursos procedentes del crudo proporcionaron a Gabón la mayor renta per cápita de todo el continente tras Guinea Ecuatorial, privilegio que contrastaba con el hecho de que, aún hoy, más de una tercera parte de sus habitantes sobreviva bajo el umbral de la pobreza. Omar Bongo combatió el descontento y la ira de la oposición, vapuleada en la calle y las urnas, y cambió la ley para permitir su reelección sin límite y perpetuarse. Nunca hubo problemas de gran calado. La base militar francesa guardaba la ambición y el sueño del antiguo capitán.

El petróleo ha hecho del país el segundo de África en renta per cápita, aunque hay gran desigualdad

Sucesión tranquila

El fallecimiento del presidente tuvo lugar hace diez años, en la clínica Quirón de Barcelona, víctima de un infarto. Una vez más, todo mudó aparentemente, pero nada se transformó realmente. Su hijo Alí llamó a la calma la noche del deceso y, posteriormente, fue nombrado candidato por consenso dentro del partido gubernamental, aunque el orden de los hechos no parece importante. Tras ser elegido, prometió una mejor gestión de los recursos y combatir la corrupción.

Pero nada se mueve violentamente en esa orilla escondida del Golfo de Guinea, allí donde se extrae petróleo, gas, hierro, manganeso y uranio. La relación con la metrópoli siguió imperturbable, cercana e intensamente afectiva, porque, tal y como dijo el primero de los Bongo, «los gaboneses cuando llegan a Francia se sienten en su casa». En el caso de esta familia, la interpretación es estrictamente literal. Un informe de la ONG Transparencia Internacional les adjudicaba la propiedad de 33 bienes inmuebles en el hexágono, incluyendo tres mansiones en París y siete villas en la Costa Azul.

El mundo ya no es aquel lugar apacible para los dictadores veteranos del África subsahariana y sus métodos hoy resultan discutidos. La aparición en la habitación de un hotel del cadáver del líder opositor Joseph Rendjambé en 1990 generaría disturbios de consideración. En las elecciones de 2016, Alí Bongo ganó por menos de un punto a Jean Ping, exministro de Asuntos Exteriores y prestigioso diplomático.

'Vamos a cambiar juntos', el lema electoral de Alí, suponía todo un homenaje a ese espíritu de los suyos, tan proclive a trastocarlo todo para que nada se altere. En su provincia natal, el 95,5% de los votos le fueron afines y la participación llegó al 99,9%, todo un ejemplo de movilización popular. Tras la victoria, intentó apaciguar a sus enojados rivales apelando al tranquilo respeto por las estructuras de soberanía y poder, esas que han permitido que la historia de Gabón como entidad teóricamente independiente se asocie a su linaje. El fallido 'putsch' de esta semana tal vez evidencie la necesidad de verdadera innovación. O de que, como antes, como siempre, los Bongo han de mudar apariencias para seguir al frente de un país discreto, pacífico y muy rico.

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