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Alice empezó a ejercer la prostitución tras la ruptura con su marido, que la maltrataba. Desde hace tres años trabaja para la ONG informando a sus excompañeras para que se protejan. ISABEL CORTHIER
Maestras contra el sida

Maestras contra el sida

Trabajadoras sexuales de Malaui formadas en salud por Médicos Sin Fronteras asesoran a compañeras a combatir el VIH en uno de los países con mayor tasa de contagios del mundo

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Sábado, 22 de junio 2019, 02:48

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Bernadette perdió a sus padres cuando tenía siete años. La acogieron sus abuelos, que la enviaban a la escuela sin comida. Simplemente, carecían de recursos para proporcionársela. «Comencé a tener relaciones sexuales a cambio de cosas, porque mi familia no podía mantenerme. Enseguida me quedé embarazada y aquello me llevó a abandonar las clases», relata la joven. A finales del año pasado se mudó desde su aldea en Malaui a Dedza, uno de los distritos centrales de ese país africano. «Cuando me convertí en trabajadora sexual no sabía nada de preservativos ni de ningún otro medio de planificación familiar. Había oído hablar del VIH, pero nunca pensé en que yo misma acabaría contrayéndolo».

Bernadette se queja amargamente de que nunca en su vida había oído hablar de salud sexual o de pruebas de diagnóstico del VIH hasta que, un día, una tal Emily se presentó en el bar en el que vive y se busca su sustento. Se identificó como una trabajadora comunitaria de salud de Médicos sin Fronteras (MSF) y, sin perder la sonrisa, le mostró una luminosa ventana a lo desconocido. «Apareció y organizó una especie de sesión educativa. Sentí como si me estuviera brindando una oportunidad única para ayudarme a estar sana, sin importarle mis circunstancias. Escuchó atentamente todo lo que tenía que preguntarle y, una por una, despejó mis dudas. Ella era una trabajadora sexual como yo y eso hacía que entendiese perfectamente de dónde vengo y cuáles son los dilemas a los que tengo que enfrentarme cada día».

En Malawi, donde los ratios de pobreza y desempleo están disparados, muchas mujeres como Bernadette se ven obligadas a recurrir a la prostitución para salir adelante, a menudo, tras haber tenido hijos a una edad muy temprana y haber sido abandonadas a su suerte por sus familias o sus esposos. Este país del sureste africano, que discurre como una serpiente entre los territorios de Zambia, Tanzania y Mozambique, padece también una de las tasas más altas de VIH del mundo. Y aunque en los últimos años ha logrado grandes avances para atajar la epidemia, las trabajadoras del sexo siguen siendo uno de los grupo de población más expuestos al virus.

MSF calcula que este colectivo tiene hasta cinco veces más probabilidades de contagiarse que cualquier otra mujer debido, en buena medida, a que disponen de muchos menos canales de acceso a la información sobre salud y a la propia atención médica que el que resto de ciudadanos. Eso, pese a que encaran riesgos mucho más elevados de sufrir embarazos no deseados y de contraer enfermedades de transmisión sexual que la mayoría de las mujeres.

Una de sus quejas más comunes se refiere a las actitudes estigmatizantes y de violencia que padecen en sus vidas cotidianas por parte de agentes de la policía, clientes, dueños de bares e, incluso, de sus parejas. Si bien muchas asumen ese maltrato como parte de su oficio, la ONG considera que su empoderamiento a base de proporcionarles conocimientos y de facilitarles métodos de prevención resulta clave para que, al menos, puedan proteger su salud. Por eso, ha puesto en marcha un novedoso y eficaz programa en cuatro distritos del sur de Malaui, en el que mujeres que comercian o han comerciado con sus cuerpos ejercen de asesoras en temas de salud con sus propias compañeras, lo que está ayudando a miles de trabajadoras sexuales a superar estigmas y otras barreras para acceder a los centros sanitarios. «Gran parte de su éxito reside en que les brindan formación y empleo como trabajadoras comunitarias de salud», explica a este periódico Kate Ribet, cooperante de la organización humanitaria.

Complicidad y respeto

Una de esas maestras de campo contra el sida es Alice Matambo. «Hasta hace muy poco, la mayoría evitaba acudir a los centros de salud por temor a ser discriminadas. Sobre todo, si eran portadoras del VIH. Cuando una mujer necesitaba profilaxis postexposición (PEP) -el tratamiento que previene el VIH si se administra dentro de las 72 horas posteriores a la exposición al virus-, simplemente, no iba al hospital porque sabía que allí no recibiría ninguna ayuda», admite esta trabajadora sexual, ahora integrante del equipo de MSF en Malaui. «Estas personas requieren de asistencia médica en su día a día por si se les rompe un condón, padecen una patología de transmisión sexual o requieren someterse a una prueba de detección de cáncer de cuello uterino», enfatiza.

En colaboración con el Ministerio de Sanidad del país, la ONG ha logrado implementar este plan de choque contra el sida en las ciudades de Dedza, Mwanza, Zalewa y Nsanje. Empezaron por reclutar a mujeres como Emily y Alice, e instruirlas en cuestiones básicas de salud. Quién mejor que ellas para comprender los desafíos y los peligros asociados a la prostitución. Han pasado por muchas de las mismas experiencias que otras compañeras en su misma situación y eso les permite establecer un vínculo cómplice con ellas, entender cuál es su estado de salud y contarles de manera sencilla y eficaz a qué servicios sanitarios deben acudir. «Nos acercamos a ellas de forma cuidadosa y con sumo respeto. Eso hace que confíen en nosotras, que escuchen nuestros consejos y que recurran a ayuda médica cuando la precisan», cuenta Emily.

«Voy de puerta en puerta»

Margret, trabajadora comunitarias de salud en la ciudad fronteriza de Mwanza, cuenta cómo desempeña su labor informativa. «Voy de puerta en puerta, visito las tiendas donde se venden bebidas alcohólicas y también los burdeles. Allí me reúno con las trabajadoras sexuales, les proporciono información relacionada con las pruebas del VIH y les doy recomendaciones para que cuiden bien de su salud. Luego, con aquellas que aceptan hacerse el análisis, concertamos una visita para llevarlo a cabo en su casa».

Esta brigada de ángeles de la guarda también les indican cómo acudir a las clínicas de «ventanilla única» que la ONG tiene disponibles y que se encuentran en los hospitales del Ministerio de Salud, o en locales que alquilan dentro de las comunidades en las que residen o se mueven estas mujeres. «Pueden ir allí en horarios adecuados para ellas, que garantizan las discreción, y reciben una asistencia completa», añade Kate Ribet.

Pese a la crudeza de su día a día, Bernadette se siente afortunada. «Haber conocido a Emily y que me enseñara todo lo que sé, ahora me da fuerza y confianza para negociar con los clientes el uso de protección. Además, sé cómo poner un condón correctamente y también dispongo de un lubricante que me ayuda a prevenir accidentes», dice esperanzada desde el sombrío bar de Dedza en el que batalla por salir adelante y conservar la vida.

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