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Un hotel de cinco balas

Un hotel de cinco balas

El War Hostel de Sarajevo ofrece una inmersión bélica del asedio de 1.425 días que sufrió la ciudad. «Si buscas souvenirs, no vengas aquí», advierte su dueño

ANTONIO CORBILLÓN

Sábado, 29 de diciembre 2018, 00:32

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«Este no es un lugar para los débiles de corazón. No hay tonterías ni le ponemos 'azúcar'. Somos verdaderos supervivientes de la guerra que han pasado por el infierno y han regresado». Y además, han decidido compartirlo y han encontrado con ello una forma de vida. Arijan Kurbasic no se anda con medias tintas al resumir lo que ofrece en su War Hostel (Hotel de Guerra) de Sarajevo -Bosnia-Herzegovina-, tal vez el único alojamiento del mundo en el que nadie se atreverá a quejarse porque los baños no están limpios y las camas lucen descuidadas. Y en el que la mejor 'suite' es inversamente proporcional a lo que se pueda esperar: un búnker lóbrego y sin ventanas, con desconchones y sonido grabado del tableteo de los francotiradores durante toda la noche.

Kurbasic es hijo de la Guerra de Bosnia (1992-95). Las dos plantas de su hotel se ubican en su casa familiar en una zona céntrica de Sarajevo. El edificio soportó, como el resto de la ciudad, los 1.425 días de asedio serbio. Un bloqueo aún más largo que el de Stalingrado, y que se llevó la vida de 11.541 vecinos.

Cuando un cliente llama a su puerta, Arijan le recibe con su chaleco antibalas, su traje militar y un casco azul de la ONU. «Llámenme Zero Uno. Es el código de mi padre en las milicias bosnias», explica con gesto serio, mientras se apoya en un mostrador formado por sacos terreros procedentes de la vieja trinchera. «El War Hostel es una simulación histórica del Sarajevo desgarrado por la guerra. Todo es auténtico y pretendemos ser estrictamente educativos, sin nada que ver con política o ideología», precisa Kurbasic a este periódico desde su destartalado negocio.

Internet es una de las pocas claudicaciones que ha concedido a su intento de reflejar cómo era la vida durante el asedio de 46 meses. Mucha clientela acepta la falta de luz eléctrica o de una cama normal, pero casi nadie quiere hacerlo sin cobertura. El War Hostel pasa por ser la quintaesencia del 'turismo oscuro' o 'turismo de catástrofes'. Ese que lleva a oleadas de viajeros a palpar 'in situ' el sufrimiento que vieron por la televisión o en el cine. Escenarios como el campo de concentración de Auschwitz o la sala Bataclan de París, donde el yihadismo islámico provocó una masacre en 2015.

Los eufemismos o rodeos no le van a Kurbasic. Va camino de los 30 años pero su gesto refleja vivencias impropias de un hombre joven. «Si quieres restaurantes, bares y tiendas de souvenirs no vengas aquí», advierte. Él y su familia presumen de ofrecer algo «extremadamente alternativo, único y genuino». Quien cruza el umbral tendrá que dormir en el suelo de un refugio antiaéreo, cubriéndose con una manta militar de las que se usaron en el choque bélico que sonrojó a Europa. «Nuestro albergue es como un libro, las paredes están llenas de guerra real». Cada frase suya tiene calculadas dosis comerciales y dramáticas.

Ellos soportaron más de tres años y medio en estas condiciones. Hoy no admiten reservas de menos de dos días. Por un precio que nunca supera los 20 euros diarios, los viajeros (prefiere clientes solitarios y no acepta grupos, para que todo sea «intenso») vivirán una inmersión en un ambiente que pretende «prevenir el enfrentamiento y el odio a través de la educación».

Además de la bienvenida, lo primero que recibe el turista es una linterna con bombillas alimentadas con baterías de automóvil. En cualquier momento se pueden apagar, así que mejor racionarlas. Por la noche se corta la electricidad y se batalla contra la oscuridad con velas de aceite. Llegó a plantearse suprimir también el agua ya que, cuando era niño, se la tenían que jugar para salir del refugio a llenar el balde y evitar a los francotiradores. Lo descartó porque le pareció demasiado duro. Una comodidad que no reduce el paisaje de horror de pasillos y estancias. Paredes agujereadas, llenas de grafitis y pintadas propias de un albergue de 'okupas'. Junto a las escaleras se lee 'Fuck the war' ('Jodida guerra'). Lleva así desde 1995. La decoración son armas y restos de material bélico.

El búnker es para Zero Uno Kurbasic la «experiencia extrema». En él se experimenta el sonido del fuego artillero y una asfixiante niebla que sale de una máquina. Están prohibidos los móviles, joyas o relojes. A quien se lo pide le proyecta vídeos del asedio, que alterna con imágenes de su familia sobreviviéndolo en esa misma casa. El comentario que más le dejan los clientes es que «hay que estar loco para dormir allí».

Arijan insiste en que su negocio no busca rentabilizar el dolor, sino «rendir homenaje a la supervivencia». Tras los Acuerdos de Paz de Dayton (1995), Kurbasic creció y trabajó como guía turístico. Allí aprendió de las apetencias de los turistas, dispuestos a fotografiarlo todo. Zero Uno les muestra las «cicatrices de la primera línea».

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