Purchena, una oportunidad para integrarse
Este pueblo de Almería acoge cuatro centros de menores: dos para extranjeros, uno para infractores y otro para chicos con problemas de conducta. Para los chavales supone empezar con buen pie. Para este municipio de la España vaciada es una inyección de juventud
Inés Gallastegui
Granada
Domingo, 29 de diciembre 2019, 00:21
Los Reyes Magos de Purchena (Almería) no se llaman Melchor, Gaspar y Baltasar, sino Osama, Mohamed y Kaba; no vienen de Oriente, sino de África; ... y, definitivamente, no llegaron en camello: cruzaron el mar en patera. Son lo que se conoce como menores extranjeros no acompañados, 'menas', y viven en Los Cármenes, uno de los cuatro centros juveniles de la Junta de Andalucía en este pueblo de 1.600 habitantes en medio del Valle del Almanzora: hay una segunda residencia para chicas extranjeras víctimas de trata, otra para jóvenes españoles en proceso de reinserción tras haber cometido algún delito y, finalmente, una instalación para adolescentes con problemas de conducta. Este pueblo con 3.000 años de historia romana, árabe y cristiana era hace un par de décadas una potencia en la industria de la piedra natural, pero, tras perder más del 60% de la población con la crisis de la construcción, se ha especializado en fabricar esperanza, en el sector de las segundas oportunidades.
Debe de ser el único pueblo de España y, seguro, el único en Almería –la provincia con un 19% de población extranjera a causa del 'milagro' de la agricultura bajo plástico y un 27% de votantes de VOX– con semejante concentración de equipamientos sociales que otros juzgarían incómodos, por decirlo suavemente. Más en Andalucía, donde el PP y Ciudadanos gobiernan con el partido de extrema derecha que aboga por la expulsión inmediata de los niños migrantes y que está siendo investigado por un presunto delito de odio contra ellos. Pero sus habitantes, lejos de asustarse, creen que la avalancha de críos de todos los colores es la salvación de este pueblo envejecido, porque crea empleo y ayuda a mantener servicios públicos que, como el colegio o el instituto, agonizarían por falta de usuarios de no ser por ellos. Y luchan por ofrecerles formación, cariño y un entorno acogedor. «Se lo merecen, porque se han jugado la vida para llegar aquí», afirma el carpintero José Antonio Alonso, uno de los empresarios que pone sus instalaciones a disposición de los programas de formación en prácticas.
Todo empezó en el año 2004 en las instalaciones de Cuesta Blanca, al principio como una extensión del centro de internamiento del vecino Oria para dar salida a los menores infractores que, tras superar una serie de filtros, estaban en condiciones de participar en un programa de inserción laboral formándose en el sector hortofrutícola, la construcción y el mármol, entonces en plena efervescencia en la comarca gracias a las canteras de la vecina Macael. «Aquel programa fue madurando y se aceptó bien –resume Juan Miguel Tortosa, alcalde socialista de Purchena desde 2002–. Los menores, en régimen semiabierto, unos escolarizados, otros con formación específica en el propio centro y otros solo trabajando, se integraron en las actividades sociales del municipio». Depende de las épocas, su número oscila entre los 30 y los 35.
En 2007, el Ayuntamiento atendió otra necesidad de la Junta abriendo La Casa, un centro para chavales con problemas de conducta procedentes de todos los puntos de la geografía andaluza, internados en el centro pero escolarizados en el pueblo y llevando una vida «lo más normalizada posible». Son otros 23.
El Centro de Protección de Menores Los Cármenes abrió en 2012 para responder a un fenómeno creciente: los niños inmigrantes sin familia. Con sus 55 plazas, ofrece a estos chavales todo tipo de recursos educativos y sociales en virtud de su edad y sus circunstancias: clases de español, estudios en el colegio o el instituto, prácticas en empresas o talleres de empleo. Finalmente, el año pasado entró en funcionamiento la última de estas instalaciones, el Centro de Protección de Menores Valle del Almanzora, para 35 niñas y jóvenes extranjeras víctimas de tráfico de personas.
Informar a la población
Dependientes de las consejerías de Justicia y de Bienestar Social y gestionados por las empresas especializadas Ginso e Interprode, cada centro cuenta con edificio propio y personal para atender todas las necesidades de estos colectivos tan especiales. En total, unos 120 empleos directos entre educadores, profesores, psicólogos, cocineros, limpiadores y técnicos de mantenimiento. «Estos centros le han dado mucha vida a la comarca. Yo tuve la suerte de terminar la carrera de Trabajo Social y enseguida llegar la oportunidad de colocarme en lo mío. Es un trabajo gratificante y muy bonito», explica Raquel, que acompaña a los Reyes Magos a repartir caramelos en la escuela.
Tampoco hay que olvidar su impacto indirecto: más puestos de maestros y profesores –más de un tercio de los alumnos del colegio de infantil y primaria, el IES y la escuela de adultos proceden de estos centros–, más demanda de pisos en venta y alquiler, más gasto en los comercios locales.
«Es un modelo de desarrollo más –reflexiona el alcalde–. Estos equipamientos no solo generan empleo cualificado, sino que consolidan servicios públicos como los centros educativos y las instalaciones deportivas». Las pruebas están ahí: la piscina municipal y la zona polideportiva, a un paso de Los Cármenes, ostentan sendos cartelones con la inversión en las obras de renovación en marcha: 570.000 euros en total. Aún más tangible: a las once de la mañana, la charla en el bar Cano, en pleno centro del pueblo, rebosa decibelios, y no son jubilados tomando un cafelito, sino jóvenes docentes del vecino complejo escolar. ¿Dónde queda la 'España vacía'?
«Estos centros han rejuvenecido la población», se congratula Tortosa, que recalca el enriquecimiento cultural que supone la convivencia de distintas culturas –hay vecinos de una veintena de países– en un municipio tan pequeño. A su juicio, la clave del éxito de este proyecto ha sido una implantación responsable y progresiva y una constante información a la población. Tanto los menores infractores como los extranjeros, resalta, son chavales deseosos de aprovechar la oportunidad que esos centros les brindan para acceder a una vida normal.
Entre las razones de esta buena acogida no hay que desdeñar el papel que llevan realizando desde hace más de dos décadas la Biblioteca Municipal y el Centro de Información Juvenil con los programas de movilidad europea. Purchena es un pueblo pequeño y geográficamente aislado, pero muy abierto de mente: desde 1997 acoge a jóvenes europeos en estancias de diez a doce meses para participar en acciones de voluntariado, entre ellas dar clases de idiomas a vecinos del pueblo, ayudar a los inmigrantes a aprender español a su llegada –por ejemplo, a través del francés, lengua materna de muchos de ellos– o colaborar en actividades socioculturales. Ahora mismo hay tres voluntarios de Erasmus +: la rumana Bianca, la alemana Rebecca y el italiano Giuseppe. Y todos los años, resalta el bibliotecario, Manuel Sola, decenas de adolescentes purcheneros viajan al extranjero gracias a programas de intercambio social y cultural: en lo que va de curso ya han salido cuatro grupos a institutos de Turquía, Italia y Alemania, que, a su vez, devolverán la visita en los próximos meses.
«Tengo un hijo de 14 años que va a clase con jóvenes inmigrantes, tiene amigos tanto chicos como chicas y la experiencia es muy positiva. Hasta ahora no ha habido problemas ni rechazo. A estos chicos no solo se les está dando una oportunidad por los cauces oficiales o a través de la educación formal; también se están implicando en la vida del pueblo», subraya Sola.
Aprendices
Un ejemplo es Joaquina Sánchez, que acoge desde hace meses a chicos de prácticas en su peluquería, en la que trabaja junto a su hijo. Ahora enseña a Omar, un joven marroquí de 17 años cuyas virtudes no se cansa de reseñar. «Es trabajador, obediente y aprende prontísimo, por las aspiraciones que tiene; siempre dice que quiere ser peluquero, pero un peluquero famoso. Es más 'apañao' que 'ná'», resume. El chaval, tocado con un tupé teñido de pelirrojo y con una cuidada barbita, asiente: «Siempre he querido ser peluquero. Los fines de semana pelo a mis compañeros. Aquí estoy muy contento. Me tratan muy bien», afirma el aprendiz, que dentro de dos meses, al cumplir 18, piensa marcharse a Almería para reunirse con su tío. La clientela, con la cabellera a medio arreglar, asiste encantada a este intercambio de piropos.
José Antonio Alonso, copropietario de Carpintería San Ginés, situada en un polígono a las afueras del pueblo donde se puede constatar el vacío que dejó la quiebra de la mayoría de las fábricas de mármol, lamenta que, después de dar formación y llenar de ilusión a estos chavales, el sistema no les ofrezca una salida. «Tuve a dos chicos en prácticas. Eran ya mayores de edad, pero aún tutelados por la Junta, y eran muy buenos, pero no podía contratarles porque no tenían papeles para trabajar», denuncia. A un amigo suyo que también acogió a dos chicos subsaharianos en su taller mecánico le ocurrió lo mismo; la burocracia lo hizo imposible. Ahora vienen cada tarde Kaba, de Mali, y Lami, de Guinea Bissau, pero tienen 16 años y la ley solo les permite mirar, barrer o llevar tablas de acá para allá, pero no manejar la maquinaria del taller, donde trabajan siete empleados. Hasta se hicieron una mesa para llevársela a 'casa'.
En Purchena todos comparten una misma preocupación: ¿qué será de estos chavales cuando cumplan 18 años? En algunos casos la Junta de Andalucía prorroga su tutela durante dos años más mientras continúan estudiando, pero las plazas en viviendas supervisadas por la Administración son insuficientes. Además, muchos no han conseguido regularizar su situación para esa fecha y se quedan en la calle sin familia, trabajo ni papeles, presas fáciles para las mafias o las redes de delincuencia.
Hasta el momento, algunos se han instalado en otros pueblos de la comarca donde han encontrado trabajo o se han marchado a seguir estudiando en Almería (a 90 km) o Granada (a 145 km). Pero ninguno se ha quedado en Purchena. «El desafío es que tengan una oportunidad de vida vinculada a su centro de referencia, al pueblo que les acoge–admite el alcalde–. El sistema invierte mucho en ellos para dejarlos después en el limbo». Una opción son los pisos tutelados como transición a una vida autónoma; la otra, que el propio mercado de trabajo les dé una salida.
Pero no es fácil. «Aquí no hay nada. La mayoría somos jubilados», zanja Isidro, que ayuda a su hijo en la barra del bar Cano y opina que una economía asentada sobre la inversión pública no tiene futuro. Y dinero privado aquí se mueve po co, sostiene. El sector agrícola no puede competir con las explotaciones intensivas de la costa de Almería y algunos cultivos que tenían salida, como la naranja, precisan un agua cada vez más escasa. En cuanto a la construcción, la mayor parte de las compañías que se dedicaban al pujante sector de la piedra natural sucumbieron durante la crisis. Por último, las zonas con tirón turístico y puestos en la hostelería quedan muy lejos. «Esto es pan para hoy y hambre para mañana. Si no hay trabajo, estos chavales son carne de cañón», lamenta Isidro, que cobra una pensión por sus años cotizados cuando era emigrante en Alemania. «Pero yo me fui con un puesto de trabajo», aclara.
«Estos chicos tienen mucho más interés en aprender que los de aquí –asegura el carpintero–. He tenido a chavales españoles de prácticas, incluido mi hijo, y su mentalidad es muy diferente. Estos se han jugado la vida para tener un trabajo. Es una pena que les dejen tirados a los 18».
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