Insultos por hablar español en Estados Unidos: la polémica que sigue creciendo
El país es ya casi bilingüe, con un porcentaje creciente de hablantes de español. Pero no todos ven con buenos ojos el avance del idioma de Cervantes, empezando por Trump
JAVIER GUILLENEA
Martes, 29 de mayo 2018, 01:19
El agente O'Neal, de la Patrulla Fronteriza de Havre, en Montana, a 60 kilómetros de la muga entre Estados Unidos y Canadá, no era ... muy conocido más allá de las lindes de su pueblo, pero todo ha cambiado para él. Ahora ocupa un lugar en el omnipresente mundo de las redes sociales gracias a su fino olfato para los idiomas. Resulta que O'Neal se hallaba patrullando junto a una estación de servicio cuando dos clientas que habían ido a comprar leche y huevos le hicieron recelar de sus verdaderas intenciones. Las sospechosas, Ana Suda y Mimi Hernández, ambas ciudadanas estadounidenses, habían cometido la imprudencia de hablar en español.
En cumplimiento de un estricto sentido del deber, el agente interrumpió la conversación y pidió a las dos mujeres que le acompañaran al aparcamiento para ser identificadas e interrogadas. Durante 35 minutos, ante los clientes que entraban y salían del autoservicio, las dos sospechosas fueron inqueridas sobre sus orígenes e intenciones. Cuando una de ellas preguntó por los motivos de la retención, O'Neal contestó: «Señora, la razón por la que le pedí su identificación es porque vine aquí y vi que ustedes estaban hablando español, algo que no se escucha por estos lados».
ALÉRGICOS AL ESPAÑOL
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El abogado Schlossberg
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El agente O'Neal
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Imparables
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El teléfono
Como suele ocurrir, la escena, que fue grabada con un móvil por una de las mujeres, ha llegado a internet para quedarse y extenderse en forma de polémica. La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza ha abierto una investigación para ver si el agente O'Neal se extralimitó en sus funciones, Ana Suda se plantea contactar con la Unión Americana de Libertades para buscar orientación legal y la comunidad hispana en Estados Unidos se pregunta si hablar español es un delito en el país.
No es la primera vez que los 41 millones de hablantes nativos de español (el 13% de la población) y los doce millones de estadounidenses bilingües se hacen esta pregunta en las últimas semanas. El pasado día 16, el abogado Aaron Schlossberg insultó a varios camareros de un restaurante de Nueva York por comunicarse entre ellos en la lengua de Cervantes. «Su personal habla en español a los clientes cuando deberían hablar en inglés», se quejó airadamente ante el responsable del establecimiento. El abogado, que ha perdido su empleo pero no sus ideas y se ufana de que pronto será fichado como analista por la cadena conservadora Fox, resumió sus argumentos con dos palabras. «¡Es América!», dijo.
La otra América
La América de Schlossberg, o Estados Unidos para los que no son como él, es el segundo país del mundo con más hispanohablantes en términos absolutos. Solo se ve superado por México, donde casi 124 millones de personas tienen el castellano como lengua nativa. España, con sus 46,5 millones de habitantes, ocupa el tercer lugar. En 2017, la población total de EE UU era de 323,1 millones de personas, de las que los hispanos sumaban casi 58 millones. Oír hablar en español es habitual en muchas de sus ciudades. En Miami, el 62% de la población es hispanohablante y en Nueva York y Chicago, casi el 30% de los habitantes lo hablan. Se calcula que en 2050 el número de estadounidenses será de 398 millones, 106 de ellos hispanos. El español es el idioma más estudiado en el país, sobre todo entre los jóvenes, lo que le augura un prometedor futuro.
Es un porvenir que parece despejado, pero solo en apariencia. La pujanza del español ha despertado recelos entre los sectores más conservadores de Estados Unidos, para quienes los avances de este idioma son la punta de lanza de las oleadas migratorias que llegan de la América hispana para subvertir los valores de la patria de toda la vida. Es un mensaje que no ha dejado de repetir el presidente Donald Trump, quien ha llegado a calificar de «violadores» y «animales» a los inmigrantes.
Los hispanohablantes son muchos, aumentan, y eso lo sabe la clase política, que desde 1960 utiliza el español en las campañas presidenciales para ganarse el voto hispano. Sin embargo, el caladero electoral de Trump está en la otra América, la que considera una rareza oír hablar en español, como la Montana del agente O'Neal, donde solo el 1,4% de la población conoce este idioma.
Una de las primeras medidas de Trump cuando llegó al poder fue eliminar el castellano de la web oficial de la Casa Blanca. Era una manera de decir que el segundo idioma más hablado en el país no era de la casa, una forma de dar la razón a quienes piensan que el español es un arma masiva de destrucción cultural, que no son pocos. Según datos del FBI, los incidentes contra latinos denunciados en EE UU desde 2004 supusieron la mitad de todos los crímenes de odio denunciados en el país.
Los casos son constantes y se teme que aumenten. La pasada semana, una camarera de la cadena Starbucks anotó en la taza que entregó a un cliente la palabra 'beaner' (frijolero), un término considerado insultante para los hispanos. Los xenófobos parece que avanzan, se les ve más seguros. Trump les ha abierto la puerta.
Según las últimas proyecciones demográficas, en 2050 se espera que la población hispana en Estados Unidos sea de 106 millones de personas (el 26,6%). En 2015, por primera vez, los hispanos fueron más que los caucásicos en California.
Cuando se llama por teléfono a alguna institución administrativa en Estados Unidos se escucha: «For English, press 1; para español, pulse 2». En muchos lugares del país, como Miami o Santa Ana, la presencia del español es tan dominante que quienes no conocen el idioma tienen dificultades para encontrar trabajo.
millones de personas (el 13% de la población) son hablantes nativos de español en Estados Unidos. A esta cantidad se les suman los doce millones de bilingües que conocen el inglés y el castellano. El tercer idioma más hablado en el país es el chino, que es utilizado por menos de tres millones de personas.
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