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Alumnos de la escuela Al Hidayah, al norte de Sumatra, donde estudian hijos de terroristas islámicos muertos o convictos, practican la izada de bandera de su país. Dedi Sinuhajiefe
El exadiestrador de terroristas islámicos que casa del agujero del odio a hijos de yihadistas

El exadiestrador de terroristas islámicos que casa del agujero del odio a hijos de yihadistas

Fueron las visitas de su mujer, en las que le contaba el padecimiento de sus hijos a causa de su actividad homicida, las que propiciaron su metamorfosis en un renegado bondadoso

ICIAR OCHOA DE OLANO

Jueves, 22 de agosto 2019, 10:03

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Khairul Ghazali se dedicaba a fabricar terroristas en su Sumatra natal, esa enorme isla de Indonesia -su superficie equivale a la suma de todas las comunidades autónomas españolas menos Cataluña- en la que viven más de 50 millones de personas, el 87% de ellas de confesión musulmana. Su trabajo consistía en captar a hombres jóvenes para, primero, inocularles el veneno del odio y, después, convertirles en temerarios asesinos en el nombre de Alá. Un día de 2010 la Policía irrumpió en su casa y abatió a tiros a otros dos militantes, buscados por matar a varios agentes, frente a él, su esposa y su prole. Cuando le encarcelaron, acusado de ser un mentor de yihadistas, en la oscuridad de su celda emprendió el camino de la conversión. Ni la privación de libertad, ni la soledad entre barrotes le impulsaron a abjurar de su pasado sanguinario. Fueron las visitas de su mujer, en las que le contaba el padecimiento de sus hijos a causa de su actividad homicida, las que propiciaron su metamorfosis en un renegado bondadoso.

Desde que salió de prisión, Ghazali, de 54 años, no ha vuelto a preparar un bomba. Tampoco a prender en nadie la semilla justiciera. Lejos de aquella etapa de tinieblas y muerte que comenzó cuando, a los 19, le reclutó Abdullah Sungkar, líder de la banda terrorista Jemaah Islamiyah, responsable de los atentados de Bali en 2002, que se cobraron las vidas de más de 200 personas, ahora se dedica a limpiar de rencor y de ira los corazones de 37 chavales, hijos de activistas del Estado Islámico (EI). Lo hace, con la complicidad de su esposa, en la aldea de Sei Mencirim, situada a 35 kilómetros de Medan (la capital de Sumatra), donde abrió una humilde escuela en la que intenta reeducar a estos alumnos para que no salgan como sus progenitores. Entre ellos, sus propios tres hijos.

Al igual que la mayoría de las escuelas de las zonas rurales de Indonesia, la suya comenzó con una parcela como patio polvoriento, un barracón-dormitoro, una precaria aula y, en su caso también, con la animadversión de los campesinos de la zona, que se negaban a convivir con lo que consideraban un nido de futuros terroristas. Su psicosis tenía dónde enraizarse.

La radicalización en Indonesia es un proceso que abarca a familias enteras. En la desarticulación de la última célula, perteneciente al grupo yihadista JAD -una de las dos organizaciones terroristas activas en el país, junto a Mujahidin Indonesia Timur (MIT)-, la esposa de uno de los miembros detenidos se inmoló junto a sus hijos haciendo detonar el arsenal de explosivos que custodiaban y reduciendo a cenizas las casas circundantes. Precisamente, seis personas pertenecientes a la misma familia -entre ellas, dos niñas de 9 y 12 años-, perpetraron en mayo de 2018 uno de los peores atentados terroristas registrados en la república insular del sudeste asiático, al hacerse estallar contra varias iglesias en la ciudad de Surabaya y acabar con la vida de 18 personas y herir a otras 40. El EI reinvidicaría después la matanza, así como otra cometida días después en una comisaría y que dejó otros cuatro fallecidos.

Corán, matemáticas y árabe

Sentado en un banco del aula, justo después del amanecer, Ghazali cuenta a los chicos historias sobre el profeta Mahoma para mostrarles, asegura, que el Islam es una religión de amor y misericordia, no una ideología que alienta la guerra contra las fuerzas de seguridad, el blanco más frecuente de los ataques de radicales en Indonesia. Sus oyentes tienen entre 9 y 15 años. La mitad son huérfanos de padre -cayeron en redadas policiales; en algunos casos, ante sus propios ojos- y la otra mitad son hijos de convictos por delitos de terrorismo. En el internado islámico Al-Hidayah (orientación, en árabe) aprenden el Corán sin distorsiones, agricultura, matemáticas o árabe, y practican su pasión por el fútbol en la tranquilidad de que nadie les va a señalar, ni les va a excluir.

A Abdullah, de 13 años, y a sus dos hermanos menores les envió su madre a la escuela de Ghazali. La hostilidad a la que se tenían que enfrentar en cada colegio regular al que asistían se volvió insoportable. «No podía aguantar más las burlas -acierta a contar-. Los compañeros me insultaban y me llamaban terrorista porque mi padre estaba en prisión. Yo estaba muy triste». Ahora es otro niño, que sonríe y fantasea con ser de mayor un maestro islámico, porque «hay muchas personas que dicen conocer el Islam, pero en realidad no saben qué es ni cómo practicarlo».

Dimas, de 14 años, asegura lamentar los delitos de su padre, quien fue arrestado en 2014 por tráfico de drogas para financiar el extremismo y cumple hoy una condena de diez años de cárcel. «Estudio aquí para arrepentirme de que mi padre fuera un criminal», cuenta con seriedad el adolescente, quien se imagina en unos años vestido de policía para arrestar a narcotraficantes.

Con el tiempo, la hostilidad inicial a la que se enfrentó la escuela se ha desvanecido. La policía local ha hablado con los aldeanos para explicarles el propósito redentor del internado y el proyecto ha crecido gracias, en buena medida, a las ayudas gubernamentales, que han permitido al antaño instructor de terroristas, hoy un infiel amenazado de muerte por sabotear la cantera del yihadismo en Sumatra, levantar una mezquita, habilitar nuevas aulas y ampliar así la capacidad de Al-Hidayah. Seis maestros de escuelas de la zona ayudan a Ghazali y a su esposa a manejarse con el plan nacional de estudios.

«Estos niños son víctimas de la ideología equivocada de sus padres. Si no los rescatamos, harán lo que ellos», sostienen desde la Agencia nacional para la Lucha contra el Terrorismo de Indonesia, decidida a impulsar proyectos similares en focos de militancia islámica del país.

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