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El Jurassic Park español

El Jurassic Park español

En sus abigarradas calles, que conservan vestigios judíos, musulmanes y cristianos, se respira sosiego

icíar ochoa de olano

Miércoles, 10 de agosto 2016, 01:27

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Papa Nöel no ha debido descubrir aún Molina de Aragón. De conocerla, pondría en marcha ipso facto la deslocalización de su industria juguetera en Laponia para trasladarse al señorío guadalajareño. No le costaría aclimatarse a los veintiocho grados bajo cero que puede deparar la estación invernal y, al igual que le ocurre ahora allá arriba, por cada kilómetro cuadrado recorrido no se toparía con dos paisanos. Si acaso, con uno y la mitad de otro. En toda Europa no se conoce otra región donde se viva más holgado.

Una camarera búlgara nos sirve un par de cafés en la plaza de San Pedro. La farmacia, del siglo XXI, despacha pastillas a todo trapo. La única epidemia que hay es la del envejecimiento progresivo de una población sin relevo. El sangrado lo promovió a finales de los cincuenta el franquismo, ávido de acelerar la expansión de las ciudades nutriendo sus fábricas de mano de obra a costa de un campo mísero y apenas tecnificado. La comarca cuenta ya con once pueblos fantasma. Otros tantos resucitan en agosto para morir sin remedio cada 1 de septiembre.

En sus abigarradas calles, que conservan vestigios judíos, musulmanes y cristianos, se respira sosiego. Quizá se trate de melancolía. La desesperanza la sofocó hace menos de un año la productora de la serie de televisión más pirateada de todos los tiempos, que desembarcó allí para rodar unos planos de la sexta temporada de Juego de tronos en un castillo de la zona. El rodaje, bendito sea el fetichismo medieval, parece que ha empezado a espabilar fondas y pensiones con yonquis del adictivo culebrón.

Los icebergs de Checa

  • El camino del Cid

  • La localidad guadalajareña conserva un fascinante vestigio de las glaciaciones ocurridas hace 430 millones de años. Se trata de rocas que quedaron atrapadas en glaciares y que al fragmentarse en icebergs y vagar por el mar acabaron cayendo en el lecho marino. Se llaman dropstones.

En lo alto de una colina, el alcázar molinés parece no dar crédito. Dotado de ojos, boca y labios de medio punto por obra del arquitecto y efecto de la erosión, resulta un castillo de lo más expresivo. Entre sus muros, desplegados loma abajo en forma de semicírculo, sitúa el juglar a Avengalvón, un señor musulmán «aliado fiel y amigo de paz» del Cid. Hasta el punto de avenirse a pagarle parias (impuestos), alojar a Jimena y a sus hijas en sus desplazamientos entre Castilla y Valencia, o recibir a su sobrino y lugarteniente, Álvar Fáñez de Minaya, como a uno de los suyos, con un beso en el hombro. «Sabía venderse muy bien. Él mismo y sus servicios. Tenía buena boca y era un excelente mercader. En aquella época, todo era cuestión de pasta. Para mantener a la mesnada (grupo de caballeros a sueldo) y también para acumular oro».

Juan Manuel Monasterio nos ilustra desde el puente romano sobre el río Gallo. Afirma que por sus aguas claras circulan truchas, cangrejos autóctonos y nutrias escurridizas. «La apuesta de esta comarca es precisamente esta, la sostenibilidad», resume el gerente del Geoparque Molina de Aragón. Despojada de industria tras el declive de las fábricas de resina de pino y de madera para la construcción, La Otra Guadalajara como se reivindica en un intento de sacar la cabeza del ostracismo y hacerse notar ha apostado todo al verde de su prodigiosa naturaleza. Todos los huevos de su desarrollo local están puestos en la cesta de su despampanante patrimonio geológico.

Cruzamos el umbral del Parque Natural del Alto Tajo para regodearnos en los parajes que arrancaron a José Luis Sampedro El río que nos queda. Un cañón fluvial labrado por el río Gallo nos encoge. No es un latigazo emocional. A medida que nos adentramos en él, las rocas crecen con desmesura mostrando fisonomías reposteras, monstruosas y fálicas. Algunas, con una altura de hasta cien metros. La catedral de estas colosales formaciones rojas de arenisca nos aguarda en una curva, en lo más profundo de la garganta. A sus pies, una hospedería con restaurante donde nos soprenden con la mejor lasaña de verduras casera de todo el Cuaternario, y el santuario de la Virgen de la Hoz. Dentro, Luis masculla el rosario a 275 unidades por hora, calculo. Acude a diario desde hace 34 años para agradecer a la madre de Dios que su hijo volviera a andar después de que los médicos le desahuciaran tras un brutal accidente de tráfico. «Bueno, menos cuando hace veinte bajo cero. La virgen me lo perdona. No quiero irme al río».

El chute de hidratos de carbono nos pone cuesta arriba para trepar la garganta, encaramarnos a los acantilados rojos de cuarzo y hierro, y premiarnos con la dramática panorámica, como dos milanos negros. Leo que las ondulaciones del suelo que pisamos son en realidad olas petrificadas como las del fondo marino; que las talló un río furioso que discurrió por allí hace 240 millones de años; que transportaba cantidades ingentes de arena y que esos sedimentos se acumularon en el cauce, en grandes montículos, como en el que nos encontramos. Luego llegó un mar cálido y lo anegó todo. Para convulsas, las adolescencias planetarias.

La solitaria GU-959 nos introduce por sorpresa en un pedazo de La Provenza guadalajareña con sus campos de lavanda aún sin eclosionar en su violeta fragante. Le sigue una reunión de sabinas albar, con sus cuerpos tortuosos y sus copas de peluquería. Dicen que su capacidad de supervivencia al hielo invernal y a las sequías estivales es tal que algunas de estas coníferas han podido ver pasar delante de sus cortezas a los mismísimos Reyes Católicos. En contraste, los automovilistas parecen haberse extinguido como especie.

El dinosaurio y el butanero

En los confines de la provincia, al otro lado del río Cabrilla, nos espera Chequilla con sus cuatro casas blancas y sus portentosas rocas naranjas sobre el fondo verde del campo. Para alcanzarla hay que cruzar antes un paraje jurásico. Aun sin un Turiasaurus Riodevensis, es mucho mejor que los que mostró Spielberg. Los primeros restos de este dinosaurio aparecieron hace trece años no muy lejos de estos pastos, al otro lado de la muga con Teruel. El análisis de los huesos concluyó que el saurópodo medía entre 36 y 38 metros de largo y que podía pesar hasta 47 toneladas. Desde el Big Bang, no ha paseado por Europa un bicho mayor.

Me pido en secreto una roca y la bautizo El rey mono. El mar, el hielo, las raíces y las grietas que las fragmentaron e independizaron en monolitos, la lluvia y el viento han esculpido la perfecta cabeza de un simio serio y altivo. El proceso empezó hace la intemerata. En el Triásico, para ser rigurosos. Emilia, 94 años, habitante ocasional de la mágica aldea junto a otros veinte empadronados, ha trillado y segado con hoz, «y los hombres nunca me han acobardado». Sus antepasados, pastores, eligieron aquellos escudos protectores de arenisca para guarecerse del frío. Frutos Gaona no ha echado la cuenta de todos los pantalones que rompió de chaval haciendo el cabra. Le acaba de traer su hijo de Barcelona, donde emigró en el 63 en busca de un jornal. Primero, como reparador de semáforos y, luego, como taxista. Se echa al monte encantado para guiarnos entre cornejos y mareselvas, endrinos y majuelos, escaramujos, jaras y guillemos, hasta una asombrosa plaza de toros, un cerco natural con el firme plano, cerrado por riscos de entre cuatro y diez metros de altura. No imagino otra niñez más excitante que en la ciudad encantada de Guadalajara.

A través del puerto turolense de Noguera (1.690 metros) y del de Tramacastilla (1.395) aparecemos en la vega del río Guadalaviar. Suspendida en el cielo mate del atardecer, siento que Albarracín podría desplomarse en cualquier momento sobre nuestras cabezas. La capital de la antigua taifa bereber es otro milagro de las piedras. Y, en este caso también, del hombre. Desde cualquier esquina destila autenticidad y pedigrí histórico. Antonio Giménez, el geógrafo artífice de la admirable reinvención, se ocupa de gestionar lo restaurado e inyectar cultura a sus trece equipamientos para evitar una belleza muerta. Por la cuesta de la casa de la Julianeta, Pilar se abre paso entre los turistas. «Bonito es, pero hay que estar cuando viene el butanero y tienes que acarrear con la bombona hasta casa».

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