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Familiares reciben a los miembros de la tripulación del destructor ‘USS Carney’, a su llegada a Rota.
La América andaluza

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Obama visitará el domingo la base de Rota. Mucho ha cambiado desde que llegaron los yanquis hace 60 años. La economía de la ciudad depende de esos ‘armarios’ que corren por la playa

Inés Gallastegui

Sábado, 9 de julio 2016, 01:53

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El domingo por la tarde, los militares norteamericanos de Rota pueden elegir entre jugar al golf en familia en el campo de la base naval, ver Mi amigo el gigante en el cine o coger la lanzadera hacia las playas de Costa Ballena, Sanlúcar o El Puerto de Santa María. Pero seguro que ninguno de los 2.800 miembros de la Fuerza Aérea (USAF) desplegados en la localidad gaditana querrá perderse el saludo de Barack Obama en su visita a la pequeña América enclavada en este rincón del suroeste de Andalucía.

  • destino atractivo

  • Guerra y paz

  • España es uno de los destinos favoritos de los militares norteamericanos en el extranjero. Algunos vienen de Irak o Afganistán, donde fuera del recinto militar se juegan la vida.

Cuando el Air Force One aterrice en suelo español por primera vez en 15 años encontrará un panorama muy distinto al que dibujaron en 1953 los pactos de Madrid firmados por Francisco Franco y Dwight Eisenhower. Han pasado más de 60 años, España por su posición geográfica es una pieza clave en la estrategia de defensa de Estados Unidos y la oposición a la presencia yanqui en la Península es testimonial. «Los que gritaban contra la base de Rota eran de fuera», asegura Eusebio Fortson Martorell, fruto de una de las decenas de matrimonios mixtos que en seis décadas han fraguado en la zona. Ahora, si hay reticencias, es justo por lo contrario: «Ya que hemos cedido parte de nuestro suelo, podrían comprometerse a dar más trabajo a la población local», aventura Juan Manuel Rodríguez, alcalde de Morón de la Frontera (Sevilla), sede de la base aérea que alberga a otros 850 hombres y mujeres. «Son educados, agradecidos y dejan muchísima más propina que los españoles», afirma el encargado del roteño Sedona Bar & Grill, un restaurante de especialidades tex-mex con un 80% de clientela del otro lado del charco.

«España es uno de nuestros más antiguos y cercanos aliados», reconoce el embajador James Costos en su declaración con motivo de la visita del jefe. La alfombra roja que el Generalísimo les puso a Ike y sus muchachos a cambio de un lavado de cara internacional y unos 1.500 millones de dólares ya estaba algo ajada cuando llegó la democracia. La izquierda abanderó un tiempo el eslogan OTAN no, bases fuera, pero finalmente Felipe González pidió el sí a la permanencia en 1986 y, tras la marcha de la USAF de Torrejón y Zaragoza en 1992, fue otro socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, quien firmó en 2011 el acuerdo para que España formara parte del escudo antimisiles de la Alianza Atlántica. Los cuatro gigantescos destructores que integran este sistema defensivo, con una dotación de 300 marinos cada uno, llegaron a Rota en 2014 y 2015. El año pasado, nuestro país estrechó aún más los lazos al aceptar la ampliación de la base aérea de Morón hasta 2.200 militares en situaciones de crisis para permitir a Estados Unidos dar una respuesta rápida a la amenaza yihadista en el Norte de África, después de que su embajador y tres funcionarios muriesen en 2012 en el asalto al consulado de la ciudad libia de Bengasi.

Alcaldes al margen

  • sin noticias

  • En la embajada no confirman qué base visitará Barack Obama, aunque los rumores apuntan a la gaditana. Los alcaldes de Morón y Rota aseguran que no les han confirmado «nada oficial».

«No son bases americanas», repiten como un soniquete fuentes de la legación diplomática en Madrid, aludiendo al hecho de que, en realidad, ambos recintos son gestionados por el Ejército español: Rota es la mayor sede de la Armada acoge a 9.000 españoles y una de las principales bases aeronavales de Europa.

Pero quienes han estado dentro las describen como pequeñas islas del American way of life plantadas en mitad de Andalucía. Calles anchas y rectilíneas, casas grandes de una planta, amplios porches y jardines traseros; con su centro comercial, bolera y restaurantes de comida rápida. Como en las películas. Con sus propias escuelas, hospitales, gimnasios, bibliotecas y programas de ocio, son «cada vez más autosuficientes», admiten los alcaldes de Morón y Rota.

Su influjo en el entorno es innegable. Lo más visible son los tiarrones como armarios en calles y playas, la mezcolanza racial en los colegios locales y hasta los menús de los restaurantes. En Rota, dos tercios de la economía dependen de los 7.000 norteamericanos militares, civiles y familiares de la base, admite el alcalde, José Javier Ruiz Arana (PSOE). En la ciudad costera, con 30.000 habitantes y un 30% de desempleo, más de 900 locales trabajan directamente para Washington, pero una cifra aún mayor opera en la base a través de otras empresas, como el astillero Navantia (170 empleados) o la empresa de servicios del aeropuerto (200), y fuera, en los cientos de negocios locales que suministran todo tipo de bienes y servicios. Por aquí no han olido la burbuja inmobiliaria, porque los americanos tienen alquiladas un millar de casas en Rota y 800 en El Puerto de Santa María. Y nada de pisitos, sino amplios chalés con jardín y piscina cuya renta no baja de los 1.500 euros al mes.

La situación en Morón es distinta: la base, más pequeña, está a 12 kilómetros de la ciudad sevillana de 28.000 vecinos y con un 31% de paro. Apenas hay cien empleados directos, tras el despido de unos 200 en varios ERE. El primer edil lamenta que en el acuerdo de 2015 se perdiera la «oportunidad histórica» de incluir el compromiso de mantener el empleo estable.

Los sueldos en las bases son altos para el nivel español, pero menos. «Antes por mil dólares les daban 200.000 pesetas y podían estar un mes de juerga; ahora son 800 euros», recuerda Eusebio Fortson Martorell, fruto del «amor a primera vista» entre un militar de raza negra con cinco carreras y una guapa cordobesa de familia de toreros que, ya jubilados, aún pasean en su Cadillac de 1976 por las carreteras de Cádiz.

Mestizaje

Prueba viva de la integración entre ambas comunidades, Eusebio pasó su infancia en centros militares de todo el mundo y trabajó durante casi dos décadas en EEUU, pero a sus 51 años se siente «cordobés y roteño». Regresó a la localidad gaditana hace un par de años con su mujer, una joven emprendedora polaca con la que tiene dos niñas, una academia de inglés y el bar Creams, decorado con fotos de héroes del deporte y especializado en hamburguesas, alitas, tacos y nachos. «Hombre, no voy a poner boquerones en vinagre, como todo el mundo», protesta con un habla que combina expresiones inglesas y un deje andaluz.

El escritor roteño Felipe Benítez Reyes acaba de publicar su última novela, El azar y viceversa (ed. Destino), en la que refleja el ambiente «extravagante y cosmopolita» que se creó en aquel pueblo agrícola y marinero en el que, de pronto, desembarcaron miles de norteamericanos y su dinero. Durante unos años hubo un boom de barras americanas y prostíbulos, pero con el tiempo Rota cambió a mejor. «Era un clima social anómalo, mestizo, en el que la gente del pueblo procuraba hacer su vida y los americanos, la suya. No hubo grandes conflictos», recuerda de su infancia.

La propia US Navy es una firme defensora de esa mezcla: en 2014 publicó un folleto titulado Bienvenidos a bordo, dirigido a orientar a los militares destinados a «este lugar maravilloso para vivir y trabajar» en multitud de cuestiones prácticas, desde el número de mascotas que pueden traerse hasta la sutl diferencia entre mesón y venta. Aconseja aprender algo de español para disfrutar al máximo de la experiencia y comprar frutas y verduras en las tiendecitas locales: «Encuentra una, hazte cliente y seguro que harás un par de amigos». Y así durante 32 encantadoras páginas.

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