Edición

Borrar
Restos de uno de los cuerpos lanzados en los vuelos de la muerte.
Los nefastos vuelos de la muerte

Los nefastos vuelos de la muerte

Ricardon Darín protagoniza la primera película sobre los vuelos de la muerte en Argentina. Supervivientes y Baltasar Garzón recuerdan la brutal represión, todavía en los tribunales

zuriñe ortiz de latierro

Viernes, 17 de junio 2016, 01:43

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Ricardo Darín no es un buen tipo. Huye como una rata de su destino, siempre con los ojos abiertos porque si los cierra saltan las imágenes del horror. Ricardo Darín es Kóblic, un atormentado capitán de la armada argentina, en la primera recreación en la historia del cine de los vuelos de la muerte. Han tenido que pasar 40 años de la dictadura militar argentina para que alguien como Sebastián Borensztein dirija una película donde se recuerda que decenas de opositores al régimen fueron lanzados de noche al Atlántico, vivos, con pies y manos atados, desde aviones como el de Darín. El filme, que se estrena en España el viernes, no se recrea en la brutalidad de los crímenes. Pero se intuyen. Carlos Muñoz, y no es actor, estuvo a punto de acabar en uno de aquellos vuelos. Le libró su pericia para falsificar documentos. Lo que vio y escuchó en el matadero que fue la Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA, donde se torturaban a los presos que luego se tiraban desde el cielo, se ajusta bastante a la pesadilla de Kóblic.

Tenía 21 años y me detuvieron en mi casa con mi pareja, Ana. Nuestro bebé de tres meses se lo dejaron a un militar vecino. Nos encapucharon, esposaron y nos llevaron a la ESMA, donde nos torturaron con picana eléctrica y nos golpearon. Luego me pusieron el número 261 y me tuvieron cuatro meses en el área de capucha. La cabeza siempre cubierta, esposado, grilletes en los pies.

30.000 desaparecidos

  • Estado de terror

  • Los gobiernos militares de Argentina del período 1976- 1983 impulsaron la persecución, el secuestro, la tortura y el asesinato de manera sistematizada por motivos políticos. Las detenciones las llevaban a cabo las fuerzas militares y policiales, a veces con la colaboración activa de funcionarios civiles, de las empresas, colegios y universidades a las que pertenecían las víctimas. El silencio fue total sobre su paradero.

  • Operación Cóndor

  • Sentencia histórica de hace 15 días un tribunal argentino certificaba el pacto entre seis dictaduras latinoamericanas para matar a disidentes. Entre 8 y 25 años para los principales imputados.

  • La película

  • Ricardo Darín, Óscar Martínez e Inma Cuesta protagonizan Capitán Kóblic, escrita y dirigida por Sebastián Borensztein. Se estrena en España este viernes. Premio a la mejor fotografía y al actor de reparto (Oscar Martínez) en el Festival de Málaga. Las dos únicas películas argentinas con Oscar han abordado de alguna manera la dictadura de las Juntas Militares La historia oficial y El secreto de tus ojos.

  • No pararán

  • Tras años de impunidad, la Corte Suprema determinó que los juicios no pararán hasta que todos los culpables sean juzgados gobierne quien gobierne. El periódico La Nación, de línea conservadora, pidió en un editorial que salieran de la cárcel los represores más ancianos, aprovechando la llegada al Gobierno de Mauricio Macri. La redacción se plantó con tanta firmeza que La Nación tuvo que publicar que ese editorial solo representaba a la empresa. Macri aclaró que no iba a cambiar la política de derechos humanos de los Kirchner.

Hasta el día que le descubrieron el rostro, le pusieron un papel delante y le preguntaron si sabía hacer eso. Carlos tenía 21 años y un oficio, técnico en fotocromía. Sabía manipular los colores en la impresión y los militares necesitaban pasaportes falsos uruguayos.

Me llevaron al sótano, donde para mi sorpresa había un laboratorio fotográfico y una especie de taller de documentos. En dos días conseguí lo que querían. Liberaron a Ana y a mí me dijeron salvaste la vida, te quedás con nosotros. Habían decidido trasladarme, matarme en uno de sus aviones, pero descubrieron mi habilidad. Los miércoles había traslados. En la enfermería adormecían a los compañeros con pentotal, les subían a un camión y de ahí al avión.

Carlos sobrevivió un año entero en aquel pasillo oscuro trabajando de siete de la mañana a diez de la noche, escuchando los alaridos de hombres y mujeres, más fuertes que la música puesta por sus verdugos para tratar de acallar lo que ha sido imposible silenciar. Aquella monotonía esclava la rompió un día el teniente de fragata Ricardo Miguel Cavallo, el temible Sérpico, el interrogador de sonrisa helada y precisión cruel, ideólogo de los suplicios marca ESMA.

Nos dijo a un compañero y a mí que a cambio de un juego de documentos, que debíamos hacer en secreto para él, nos daba lo que quisiéramos. Y pedimos ir al cine. Nos llevaron al mismo centro de Buenos Aires a ver lo que elegimos, Venecia rojo shocking, con Donald Sutherland. Pensé en gritar que estábamos detenidos, ocultos en un centro de torturas, pero iba a ser inútil. La gente entonces no lo quería creer, nos habrían delatado.

Ese silencio se propagó más allá del 1 de febrero de 1980, cuando lo soltaron y se reencontró con Ana y el bebé.

¿Cómo se vive después?

Con mucho miedo y silencio. Fue una etapa muy difícil. Los represores se presentaban en la agencia de publicidad donde trabajaba, por la calle... Me apretaban. Y la gente desconfiaba de los supervivientes. Pensaban que éramos agentes.

Como Ricardo Darín en Capitán Kóblic, Carlos Muñoz abandonó Buenos Aires para esconderse en el interior del país hasta que llegó la democracia y volvió al activismo. Era 1984 y fue el primero en realizar en la ESMA un reconocimiento ocular para la Justicia, que tardaría mucho en imponerse porque hubo 10 años de impunidad, olvido, desmemoria y criminalización de las víctimas.

Numerosos torturadores quedaron en libertad ayudados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En 1989, nada más asumir la presidencia del Gobierno, Carlos Menem indultó a los pocos que aún no habían sido amnistiados. A mediados de los noventa, el tema languidecía. La euforia económica lo opacaba, mientras buena parte de los argentinos se resistían a creer del todo que esos horrores formaban parte de su pasado. Pero entonces el capitán Adolfo Scilingo le contó a un periodista cómo tiraba a los detenidos desde su avión al Río de Plata. El interés por una historia inagotable se reactivó y en España recibió el impulso definitivo.

Scilingo, a punto de salir

El 2 de noviembre de 1999 Baltasar Garzón procesó a Scilingo, aplicando el principio de Justicia Universal, junto a otros 97 argentinos, incluidos varios miembros de las Juntas Militares, acusados por delitos de genocidio, terrorismo y torturas cometidos entre 1976 y 1983. Desde entonces, Scilingo duerme en cárceles españolas, aunque apenas le quedan unos meses para salir, calcula el exjuez de la Audiencia Nacional, que reactivó el proceso en paralelo al presidente argentino Néstor Kirchner y la presión de la sociedad civil que cada vez gritaba más en la calle.

¿Qué supuso la detención de Scilingo?

Fue fundamental, representó un hito histórico, tan importante como la detención de Augusto Pinochet. También se consiguió detener a Sérpico en México. Pero lo importante, la particularidad argentina, es que parte de las víctimas no se calló, arriesgando sus vidas, porque entonces la impunidad era la ley. No se rindieron, siguieron demandando justicia.

¿Qué le conmovió más de todo el proceso?

La atitud de las víctimas. Me impactó Esperanza Labrador. Perdió a su marido, dos hijos. Verla peleando porque se hiciera justicia fue... Su lucha me marcó totalmente. Cuando emití la primera orden pensé que por primera vez la Justicia estaba respondiendo a lo que tantas veces había quedado impune».

El exjuez se muestra exquisito con el sufrimiento de los familiares. Carlos Muñoz habla con la misma compulsión que fuma. Las imágenes de Sebastián Borensztein son lo suficientemente difusas como para no espantar al espectador. Todos evitan detallar la profundidad de las torturas recogidas en la primera prueba judicial, documentada, de los vuelos de la muerte. Agentes de la inteligencia uruguaya reportaron informes de los cuerpos encontrados en sus costas: «Cuerpo femenino, cutis blanco, cabello negro, estatura 1,60 metros, complexión mediana, unos treinta años. Indicios externos de violencia: signos de violación, probablemente con objetos punzantes; fracturas múltiples y el codo izquierdo destrozado; múltiples fracturas en ambas piernas con indicios de haber sido atadas; enorme cantidad de hematomas diseminados por todo el cuerpo; destrozo total del cráneo...». Otro biopsia habla de «fractura de muñecas, como si hubiera estado colgada de ellas; quemaduras en ambas manos; derrame sanguíneo interno provocado por la rotura de vértebras y zona pubiana, anal y perianal destrozada con objetos punzantes».

«Espantamos fantasmas»

Graciela Palacio ha podido cumplir 68 años porque aquel 7 de noviembre de 1976 Ricardo Lois, su esposo, le dijo «quédate en casa con la nena, no vengáis». El bebé tenía tres meses y el sol apretaba. Quizás fue una intuición, porque cuando llegó a la facultad para contactar con los compañeros los dos estudiaban Arquitectura y militaban en las juventudes universitarias peronistas, desapareció para siempre. «No venía, no venía y empezó la historia que tenemos todos: la búsqueda. Días espantosos. Me escondí, me borré. Me acogieron mis padres, los únicos que hablaban mi idioma. Al resto de la familia, como que molestabas. Dos o tres años después me escribió un compañero desde España. Supe que Ricardo estuvo en la ESMA y que lo trasladaron».

Graciela no volvió a la universidad. Se volcó en la lucha de los desaparecidos y terminó testificando en el juicio de Scilingo. Desde 2006, cuando el Congreso argentino declaró nulas las leyes de impunidad, 2.354 personas han sido imputadas por delitos de lesa humanidad y 791 condenadas. Hay trece juicios en marcha, algunos enormes como el de la ESMA, y Graciela, décadas enterrada en el luto, vuelve a vestir de amarillo. Sonríe mucho. Es la directora de Derechos Humanos de Buenos Aires, con despacho donde torturaron a su amado Ricardo. Argentina ha convertido el mayor centro de represión de aquella dictadura feroz en un centro de memoria, pleno de actividad. «Mi vida empieza y acaba en este lugar. Espantamos los fantasmas. La ESMA no es lo que ellos quisieron. Ganamos».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios