La excepción a la regla
Un sector feminista reivindica la menstruación como 'sagrada'. Frente a los «patriarcales» tampones y compresas, propone alternativas como la copa menstrual, la esponja marina o el sangrado libre
Inés Gallastegui
Martes, 17 de mayo 2016, 01:31
Del tabú a la plaza pública. En muchas sociedades primitivas las mujeres pasan esos días metidas en una choza apartada, alejadas de sus familias para ... no contaminar a personas ni objetos con su maldición. En España, la creencia de que una mujer que sangra no puede bañarse o hacer mayonesa es un vestigio de ese estigma. Pero nada es inmutable:el 22 de abril, la CUP sacó la regla del asfixiante encierro de la cabaña menstrual y la trasladó al salón de plenos del Ayuntamiento de Manresa, dándole carta de naturaleza política. Su gesto dio la vuelta a España.
Las cifras
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10.000 compresas y tampones utiliza una mujer en sus 35-40 años de vida fértil.
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Copa menstrual. Este recipiente de látex o silicona se inserta en la vagina y, cuando está lleno, se saca, se vacía y se limpia. Existe desde finales del siglo XIX, pero empezó a popularizarse en Estados Unidos en los años 90 como un método barato y ecológico para desechar la regla. Cuesta en torno a 20 euros y dura hasta 10 años.
La moción de los anticapitalistas catalanes pedía que en las sesiones informativas sobre la menstruación en los centros escolares no se hable solo de los tampones y compresas que fabrican las casas comerciales que a su juicio son caros y perjudiciales para la salud y el medio ambiente, sino también de esponjas marinas, copas menstruales y paños de tela, para que las adolescentes puedan elegir entre un amplio abanico de opciones.
Pero el escrito de la CUP hablaba de otra alternativa mucho más exótica: el sangrado libre. A más de uno el nombre primero le sonó a chino y después le trajo a la mente imágenes desagradables y un poco gore. Pero sus defensoras aducen que, cuando una logra aplicar la técnica correctamente, el método es tan limpio como cualquier otro.
«Desde que se produce una contracción en el útero hasta que la sangre sale por la vagina al exterior pasan unos siete minutos. Ese es el tiempo que tienes para ir al baño», resume Adriana Castells, presidenta de la Asociación para la Difusión de la Copa Menstrual y la Cultura Femenina, que reivindica el sangrado libre como una forma de «autoconocimiento» de la mujer.
Se trata de aprender a «escuchar» el propio cuerpo y reconciliarse con él, argumenta. En teoría, una mujer puede llegar a controlar esas contracciones las que provocan el dolor menstrual igual que las ganas de orinar. Eso sí, hace falta entrenamiento y concentración. Algunas incluso se acostumbran a despertarse por la noche para evacuar la mezcla de sangre, tejido endometrial y flujo. Y se puede complementar con una compresa mejor de tela, lavable y ecológica, afirman las más radicales por si se escapa algo.
Solo en casa
«No lo puedes hacer si no estás en casa», reconoce Castells. «Es incompatible con el estrés del trabajo apostilla su compañera Yasmina García. No quiero sonar feminazi, pero en esta sociedad las mujeres llevamos el ritmo del patriarcado». Porque el sangrado libre es, en el fondo, una llamada de atención sobre el hecho de que algunas mujeres necesitan, un par de días al mes, estar «tranquilas y recluidas, cuidarse en casa».
Según ellas, compresas y tampones son instrumentos «patriarcales» diseñados para ocultar la fuente del poder femenino, su capacidad de gestar nuevas vidas. Los tampax son su bestia negra porque ni siquiera permiten que la mujer vea su sangre. Las propias féminas, sostienen, tratan de borrar con fármacos el dolor, el malestar, las emociones de esos días, porque la sociedad solo las acepta en su papel de superwomen, siempre al 100%. Por contraste, en las sociedades matriarcales, la regla es «sagrada» y se respeta.
En ese sentido, la coordinadora de la Federación de Mujeres Jóvenes de Madrid, María Jesús Girona, reivindica la baja laboral por menstruación, un derecho controvertido porque, según algunos sectores, viene a ahondar la brecha entre los sexos y a hacer a las trabajadoras que ya parten en desventaja a causa de los permisos de maternidad menos competitivas en el ámbito profesional.
En el propio movimiento feminista han saltado las alarmas: métodos naturales como el sangrado libre tienden a recluir a la mujer en casa y, por lo tanto, suponen un retroceso en la conquista de una vida autónoma. Para la representante de la federación madrileña se trata, en cambio, de reconocer que las mujeres tienen el ciclo y es responsabilidad del gobierno y de las empresas atender a esa realidad.
La doctora Enriqueta Barranco, impulsora de una investigación pionera sobre la regla en España, cree que «los extremos nunca han beneficiado: ocultar la menstruación a toda costa o hacerla un rito presencial, como ahora parece que se pretende, no son sino formas de excluir a las mujeres». La ginecóloga granadina inició hace un año un estudio para analizar la sangre de más de un centenar de voluntarias de todo el país, recolectada gracias a la copa menstrual. Su objetivo es averiguar por qué es cada vez más abundante y prolongada.
Arte en rojo
Este movimiento no pretende solo «visibilizar» la regla, sino reivindicarla, frente a quienes solo les produce asco o vergüenza. «Imagínate que durante un mes estás preparando una cena magnífica para unos invitados y, a última hora, estos se excusan y no pueden venir. ¿Tirarías la comida?», se pregunta Adriana Castells, aludiendo al valor nutritivo de esta sustancia, que cuando se produce la concepción sirve de alimento al embrión y, cuando no, se desprende del útero. Rica en células madre, la sangre menstrual «no es basura»: puede ser reutilizada como fertilizante para la tierra y base para productos cosméticos. Y cada vez hay un movimiento más activo de creadoras que la utilizan para pintar cuadros. Siempre en rojo.
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