A tiros en el Índico

La causa del incidente pudo ser un problema personal. Pero el origen remoto hay que buscarlo en el desgobierno de Somalia, que propició los ataques de grupos paramilitares armados con kalashnikov y metralletas contra pesqueros y mercantes en aguas del Índico. A pesar del despliegue militar aéreo y naval de la Operación Atalanta, la potente flota congeladora española que opera en la zona no tardó en sufrir sus efectos. En abril de 2008 el Playa de Bakio estuvo seis días secuestrado y los corsarios lo liberaron a cambio de 1,2 millones de dólares que pagó el armador. Peor lo tuvo el Alakrana, 47 días de extrema tensión bajo el poder de los bucaneros y un rescate de 4 millones que apoquinó el Gobierno de Zapatero.

Solo un mes después, la primera promoción de vigilantes marítimos de Segur Ibérica, adjudicataria del servicio, aterrizaba en Puerto Victoria: medio centenar de exmilitares, escoltas y seguratas, autorizados por una modificación legal a emplear armas de guerra: un fusil de asalto HK G36 por cabeza y dos ametralladoras MG 42 por buque. Con sueldos de 4.500 euros y más voluntad que experiencia.

Narciso (nombre ficticio) era uno de aquellos pioneros. Ex cabo primero del Ejército, este valenciano ha pasado 5 de sus 52 años embarcado como jefe de seguridad en atuneros y mercantes en el Índico. Fue el antecesor del fallecido José Manuel Marchante en el Txori Gorri entre 2009 y 2011, los años de máximo riesgo: pocos días después de la liberación del Alakrana, el atunero de Bermeo (Vizcaya)fue perseguido en aguas de Seychelles por un esquife somalí. Aunque eran más rápidos, al cabo de 20 minutos los piratas abandonaron, quizá disuadidos por la presencia de agentes armados. «Actuaron con calma y profesionalidad. Da tranquilidad tenerlos a bordo», aseguró el entonces patrón, Ronan Auffret, en alusión al equipo comandado por Narciso.

La vida a bordo de estos gigantes es dura. La tripulación unos 30 marineros, la mayoría vascos y gallegos, el resto africanos busca bancos de atunes mirando al horizonte. Cuando las gaviotas denuncian su presencia, ponen rumbo a la zona y echan las redes de cerco, el momento más peligroso, con el barco parado. Entonces los vigilantes hacen las guardias de tres horas de dos en dos.

«Yo he llegado a estar 63 días sin tocar tierra recuerda Narciso. Es normal que haya roces. Si les pasa a los pescadores, que están acostumbrados... Siempre les decía a mis hombres que, si tenían algún conflicto con la tripulación, me lo contasen a mí». Como jefe del equipo, procuraba aliviar las tensiones: «Por las tardes, nos sentábamos los que estábamos fuera de servicio para tomar un café, hablar o ver una película. La idea era que, si tenían algún problema, no se les fuera la cabeza».

Pero incluso con esas medidas, no siempre se pueden evitar los disgustos. «A mí se me murió mi padre estando embarcado y no pude volver a casa. Hay que asimilarlo», recuerda Narciso, que tiene tres hijos de los que ha pasado muchos meses alejado por su trabajo. «La primera vez que embarqué, el mayor tenía 10 años».

Aparte del estrés, la concentración de testosterona y el calor insufrible, que afectan a la convivencia, los atuneros son barcos grandes y relativamente cómodos. «Y en el Txori Gorri se come muy bien», apostilla el vigilante.

Conducta «inestable»

Algunos medios han informado estos días de que Marchante había solicitado a la empresa que desembarcara a su compañero, por su conducta «inestable», y pensaba retirarle las armas. Narciso admite que, si la bodega del buque no está llena de pescado, muy grave tiene que ser la situación a bordo para que el patrón autorice ir a tierra. Recuerda haber tenido un hombre lesionado durante semanas sin poder llevarlo a un hospital. En otra ocasión, el mercante en el que trabajaba se dirigía a puerto y canjeó a un vigilante por otro de un pesquero aquejado de una fuerte depresión: acababa de ver cómo dos tripulantes eran literalmente partidos por la mitad por el cable del cabrestante.

La patronal vizcaína de armadores atuneros (Anabac) y Segur Ibérica han rehusado explicar por qué las condiciones laborales de los vigilantes del mar han empeorado en los últimos años. ¿Es que ha desaparecido la amenaza de los piratas? Ataques sigue habiendo, pero menos, porque casi todos los barcos llevan seguridad, coinciden las fuentes. ¿Pagan ahora menos los armadores o la empresa de seguridad ha aumentado su margen de beneficio? Silencio.

Un representante del sindicato vasco de seguridad privada Cispe confirma que los salarios han caído, los horarios se han ampliado al reducirse los equipos de cuatro a tres hombres por barco y los requisitos de contratación se han relajado. Profesionales con amplia experiencia como escoltas antiterroristas no consiguen el puesto. «Quizá están sobrecualificados aventura. Hay agentes que embarcan una vez y no vuelven: no les merece la pena. Por eso hay más gente nueva, sin experiencia». Al parecer, Juan José V. C. fue legionario hace 20 años.

Antes Segur Ibérica confiaba la formación específica a GM, una empresa de Alicante. En el curso de Protección Marítima, los aspirantes aprendían teoría clasificación de naves, armamento, orientación y navegación y eran sometidos durante una semana a un entrenamiento físico «bestial», en palabras de su director, Gaspar Segarra, con natación y buceo, socorrismo y prácticas de combate nocturno en el mar. «Era una formación muy exigente porque el trabajo es muy exigente», resalta este exmarino. Pero en 2014 la empresa de seguridad empezó a impartir su propio cursillo de dos días a 500 euros, que pagan los candidatos y prescindió de GM.

«Todos nuestros trabajadores cumplen con los requisitos legales y la normativa vigente», señaló el martes Segur Ibérica en un comunicado. La sección sindical de CCOOen Sevilla ha pedido explicaciones «urgentes» a la empresa.

Los sueldos llegaron a alcanzar los 5.000 euros más un plus de 300 para los jefes y ahora están en 2.700, según Narciso, que milita en Alternativa Sindical. Solo en contactar con la familia a través del teléfono por satélite se l iba un buen pellizco. Por eso hace dos años regresó a su puesto anterior como vigilante armado en una fábrica de Valencia, donde, con sus 19 años de antigüedad en la empresa, gana 1.500. Cansado del mar, decidió echar el ancla.