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antonio corbillón
Domingo, 27 de marzo 2016, 12:17
Álvaro Cárdenas es un cura aperturista que percibe a su alrededor los efectos de lo que él llama «un ateísmo reductor que nos ahoga». Para luchar contra él, ha decidido «asaltar los cielos» desde su parroquia de la Asunción de Nuestra Señora en Colmenar del Arroyo, a 60 kilómetros de Madrid. Desde hace casi dos años, todos los primeros sábados de mes ofrece su iglesia para que alguien con alguna relevancia social relate en público las dimensiones de su conversión. El boca a boca ha logrado que tenga tal éxito que esos sábados se llena de gente. «Salen todos impresionados. Hay mucho drama en esta sociedad y, si le quitamos el cielo a la gente, le quitamos la esperanza», reflexiona Cárdenas.
A este párroco de la diócesis de Getafe le preocupa lo mismo que a miles de curas en España. Siente impotencia ante un país en el que se ha impuesto una apostasía silenciosa que vacía las iglesias. En el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), todavía el 70,9% de los españoles se reconoce católico. Pero solo el 14,2% va a misa los domingos y festivos. Más de la mitad de los que creen (55,7%) no cruzan nunca el umbral de un templo. Y solo dos de cada cien lo hacen más de una vez a la semana. Yeso que, en el último año, se percibe un cierto rebrote de religiosidad.
La idea se la propuso al padre Cárdenas la escritora María Vallejo-Nájera. Ella se definía como «una frivolona educada en el catolicismo convencional». Desde 2001 es «una neoconversa» que cuenta su experiencia, escribe libros religiosos y empuja su fe.
Este vaivén, el permanente choque de fuerzas entre «el proceso de secularización frente a un retorno muy floreciente de la fe» también lo percibe el filósofo y teólogo Juan José Sánchez Bernal. Pero lamenta que esa vuelta «no vaya acompañada de una fe adulta, seria y convencida». Este investigador social habla de una religiosidad del mercado, una versión «a la carta en la que cada uno coge lo que quiere de las estanterías del supermercado de las creencias». En cualquier caso, un tiempo en el que todos necesitan creer en algo, «hasta el punto de que hay mucha gente en busca de una religiosidad atea. Porque, ¿para qué nos sirve tanta religiosidad banal si no transforma a las personas?», se pregunta Sánchez Bernal.
No es el caso del último invitado del padre Cárdenas en Asaltar el Cielo, el icono de la Movida madrileña Fabio McNamara. Fabio de Miguel en su DNI. En el Madrid transgresor de los ochenta, era lo más. Todos se subían a la ola de este ángel negro que hacía surf sobre los convencionalismos de la sociedad. Víctima de las drogas y el sida, explicó su resurrección en la parroquia de Colmenar del Arroyo hace unos días, como si fuera un testimonio de la Cuaresma. McNamara se dio cuenta en 1999 de que todo a su alrededor eran suicidios, sobredosis y muerte. «Comprendí que o te salva Dios o no te salva nadie», explica camino de cumplir los 60. Resulta impactante que se pueda dar un giro tan grande a una vida. De ser la quintaesencia del pecador (gay, drogadicto...) a defender que «ahora Satanás trabaja con más fuerza que nunca para borrar a Dios de las almas y de todos los sitios, para que parezca que no existe». Su receta redentora es «ser justo, ser casto y ser verdadero; no tener dos caras y dejar que Dios te guíe».
No es el único descarriado de aquella España alegre, urbana y desinhibida que vuelve al redil de las creencias. Su amigo Mario Vaquerizo, marido de Alaska, tuteló el regreso de McNamara de sus propias tinieblas. A su manera, con ese discurso tan de andar por casa que tiene, el cantante de las Nancys Rubias también se reivindica como católico para «desear a los demás lo que también quiero para mí».
En todo caso, McNamara ha vuelto a situarse en la punta de lanza de una nueva transgresión: la de asumir en público sus creencias. Cada vez más personas relevantes reconocen la importancia de la fe en su existencia. Gente que paga, incluso, con el rechazo en su entorno. El actor Santi Rodríguez (Siete vidas, El Club de la Comedia) pone orden a su ajetreada vida «con una oración, que me salva de muchos apuros». Se considera una Biblia andante, porque en su tablet «nunca faltan los deberes de rezar del día a día». El suyo es otro rostro público que fue atacado en las redes sociales en 2013 por confesarse «profundamente creyente» y sospecha que no le llaman de algunos programas de televisión por ello. «Duermo igual de tranquilo», avisa.
Famosos y religión
Famosos como Antonio Banderas, cofrade en Málaga, o políticos como Federico Trillo (Cartagena) o ministros como el de Interior, Jorge Fernández Díaz, que condecora a vírgenes. Un presidente de Gobierno como Rajoy que no ha dejado de apelar a un Ejecutivo «como Dios manda». Rostros conocidos, desde Tamara Falcó, con una aplicación de la Biblia en su móvil, a Anne Igartiburu, Paloma Lago. Futbolistas como Jesús Navas, cuyas botas rezan «Dios es amor». Curas roqueros como el padre Javier Sánchez que da su misa con una guitarra eléctrica... Cada vez que un rostro famoso defiende su fe en público, la Iglesia saca pecho y siente que reconquista terreno.
14,2%
es el porcentaje de los españoles que se declaran católicos (todavía el 70,9% de la población) y acuden a misa al menos una vez a la semana. Aunque en 2015 se ha detenido la abrupta caída e incluso ha habido un rebrote, en las últimas dos décadas las creencias religiosas han bajado un 1% cada año.
La iglesia en cifras
La BBC católica (bodas, bautizos y comuniones) aún alcanzó los 550.000 actos litúrgicos en 2015, aunque los matrimonios civiles superan ya de forma clara a los católicos (54.119). Las 23.098 parroquias y sus 19.163 sacerdotes todavía son capaces de realizar nueve millones de eucaristías anuales, ayudados por 106.512 catequistas.
7,29
millones de ciudadanos pusieron la X en la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta, lo que ha permitido alcanzar un cifra récord por primera vez se llevará más de 250 millones de euros del erario público. También ha subido el número de españoles que le dan su confianza
Es precisamente en el sector de las artes y de la literatura donde suele ser más duro este nuevo «salir del armario», como ya lo llaman algunos sociólogos. «Mi mundo es ateo o al menos agnóstico. Solo distingo entre los ateos beligerantes y los agnósticos modositos», se sincera el escritor Juan Manuel de Prada. Dos décadas después de irrumpir con su Premio Planeta (La Tempestad, 1997), De Prada no solo no se resigna al «sambenito» de «autor católico», sino que lo vive «cada vez de forma más intensa».
Lo mismo le ocurre al veterano empresario teatral Enrique Cornejo, que se codea con un mundo, el del espectáculo, con fama de irreverente. Cornejo es de los que se persigna «al salir de casa y cada vez que me subo a un tren». También de los que ha construido su emporio, una de las mayores sociedades del sector en España, gracias «a la fortaleza y el sosiego de mis creencias». Junto al teatro, lo primero que busca en sus continuos viajes es una iglesia en la que recogerse, «algo indispensable para mí». Muestra «respeto, aunque también cierta pena», hacia esos descreídos alejados de Dios: «También es verdad que no he encontrado a nadie que sea agnóstico por creencia, sino por pose».
Fútbol y misa
Hoy, Domingo de Resurrección, acaba la Semana Santa, un tiempo en el que las procesiones reconquistan las calles de España. A medio camino entre la fe y el turismo, estos días ha vuelto a reinar la religiosidad frente al laicismo habitual del resto del año. Un camino que «España ha recorrido en 40 años, mientras Europa ha necesitado dos siglos», resume Alejandro Navas, sociólogo de la Universidad de Navarra. Cuatro décadas de libertad religiosa que el escritor De Prada ve así: «El laicismo radica se inició sin prisa pero sin pausa. En el principio de libertad religiosa ya está metido este veneno. Pero la supuesta libertad religiosa de Occidente es el traje de los domingos de odio al católico».
Domingos que aún son de misa y fútbol. Hace unos años, el vicesecretario de Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal, Fernando Jiménez Barriocanal, aseguró que «no existe ningún otro acontecimiento (la celebración de la eucaristía) que desplace a 10 millones de personas todas las semanas, ni el fútbol». Fue criticado por caer en una comparación tan pedestre. Y, además, no se percató de que el hincha de fútbol toma las calles y los estadios y airea su bufanda y su afición. Mientras que el católico vive su fe con discreción: ya no deja huellas en las calles más allá de estos días que clausuramos hoy.
Pero los estadios también son, a menudo, un lugar propicio para casar ambas realidades. Javier Irureta, futbolista internacional y entrenador de éxito con el Deportivo de La Coruña, recuerda sus tiempos de jugador del Athletic, cuando «antes de salir a jugar siempre rezábamos un padrenuestro». O en el Atlético de Madrid, cuando las visitas a la iglesia en las concentraciones de El Escorial eran claves en su preparación de los partidos: «Nunca faltaba a misa el día del choque. Siempre sentí que me ayudaba». Por sus equipos también han pasado musulmanes y hasta judíos, «y esa llamada a Dios, sea cual sea, nos ayudaba a superar el estrés deportivo». Esa carrera de hombre templado y respetuoso tiene mucho que ver con sus creencias: «Te sientes más seguro de ti mismo». Ahora, lo contempla todo desde el retiro laboral y comprende como nadie a esos futbolistas que se santiguan cada vez que saltan al campo o meten un gol. «Son de los míos, aunque algunos se exceden», concede Jabo Irureta.
Se cumple ahora medio siglo del final del Concilio Vaticano II (1966), donde lejos de temer la secularización, se defendían sus ventajas para la convivencia. Pero la cosa no se detuvo ahí y la sana laicidad se ha llenado de anticlericalismo. «Vamos siempre detrás del cura, con el cirio en la mano o con el garrote. Hemos pasado de clericales a comecuras sin transición», insiste el sociólogo Alejandro Navas, que no encuentra en España «la madurez necesaria para normalizar el hecho religioso». El padre Cárdenas sí parece haber sabido diagnosticar y buscar una opción en Getafe para apuntalar una fe cada vez más frágil. «Sin ese encuentro con los que han recibido la ayuda de Dios (como Fabio McNamara), la fe no tiene anclajes», insiste.
«Los católicos deberíamos ser más proactivos. La aconfesionalidad es del Estado, no de la sociedad», reclama María Lacalle, directora de la Fundación Carmen de Noriega, especializada en la mejora de la formación de los curas. En su último estudio propone una «mayor profesionalización» en la puesta en escena de la misa. El 81% de los creyentes tiene en cuenta la forma y el contenido de la homilía para elegir iglesia. O para dejar de acudir a ella. «Si no aprovechamos esos diez minutos de formación, provocamos rechazo», avisa Lacalle. Frente a la ortodoxia de manual de su predecesor, Benedicto XVI, el Papa Francisco propone que ese rato de arenga litúrgica tenga un objetivo: recuperar el pulso de cada pastor con su rebaño.
Radicales en política
Lacalle también es una firme defensora del papel de las tradiciones de la Semana Santa. Apoyo que va mucho más allá de su atractivo popular y económico. «Demuestra un fondo de religiosidad que se diluye el resto del año. No hay que despreciar estos días como fuente de catequesis», insiste. Pero la mayoría de los ciudadanos ha optado por el silencio y no habla de las creencias ni en familia. Aún no hemos llegado al punto de Francia, donde es ilegal preguntar en público a alguien por su religión. En todo caso, cada vez que un personaje con tirón en la calle confiesa su fe, en la cúpula de la Iglesia sienten un profundo alivio.
Y más aún cuando llega de entornos que parecen todavía más alejados. «Entre nuestros vecinos europeos no hay ese cainismo, ni esa intolerancia. Nos falta dar menos bandazos y un poco de serenidad», reclama Navas. En este proceso, los expertos conceden especial importancia a ese nuevo escenario que Juan Manuel de Prada define como «la auténtica religión de nuestra época: la religión democrática».
Si el padre Cárdenas busca adeptos para Asaltar el Cielo, un partido como Podemos sueña con «asaltar los cielos» de la política. Con un hondo apego a las calles y lejos de los altares, sectores de la Iglesia temen que sea el «brazo armado» del último arreón anticlerical. Pero de momento, solo han crucificado a su número tres, Sergio Pascual, costalero de la Virgen de las Angustias de Sevilla. Antes de dejar el cargo, Pascual, diez años bajo las andas de la Hermandad de los Estudiantes, tuvo que luchar contra la línea dura del partido que quería desterrar la Semana Santa de su ciudad. Un contradiós en los aledaños de Triana. «A mí no me extrañaría que, con el tiempo, acaben relegadas a la periferia de un procesionómetro», se teme Juan Manuel de Prada.
Pero no son cruzadas ateas todo lo que bulle en Podemos. Su responsable del Área de Laicidad y Libertad de Conciencia, Luis Ángel Aguilar Montero, es de la quinta del 57, la misma que McNamara. «Es la fe la que me ha llevado a comprometerme políticamente por la defensa de las personas marginadas», aclara a los que ven en Podemos un nuevo azote. Tiene tan claro que «el Reino de Dios y una sociedad verdaderamente socialista en la Tierra» son casi un clon, que está implicado en todo tipo de plataformas cívicas (Stop Desahucios, ATTAC, Plataforma Afectados por la Hipoteca...). Aunque su Jesucristo, «auténtico, laico y comprometido con la causa de los últimos», no parece el mismo ante el que se arrodilla el obispo de su tierra, Albacete. Por eso hace 39 años que no pisa la catedral.
Religiosidad alternativa, tradicional o a la carta, en el fondo se trata de lo que predica el cura Álvaro Cárdenas: «Hay que dar una oportunidad a la gente frente a un cielo que cada vez parece más cerrado».
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