Cuando el mejor amigo es un clon
Millonarios como la diseñadora Diane von Fürstenberg encargan copias genéticas de sus perros. Pagan 90.000 euros a una compañía coreana, aunque los cachorros nunca podrán ser idénticos a la mascota original
carlos benito
Martes, 22 de marzo 2016, 02:08
En el mundo de los perros también hay clases sociales, tan marcadas como en el de los humanos, y Shannon pertenecía o pertenece, porque por ... ahora nadie ha confirmado su fallecimiento a la élite más consentida. La simpática Jack Russell terrier, mascota de la diseñadora Diane von Fürstenberg y su marido, el magnate de la comunicación Barry Diller, estaba acostumbrada a descansar en su descomunal caseta de estilo neoclásico, a pasearse por la cubierta del yate más grande del mundo y, en general, a que cada ladrido suyo se convirtiese de inmediato en ley. Tampoco podía faltar en su biografía el nuevo colmo del privilegio canino, ese destino exclusivo y un poco inquietante que está al alcance de poquísimos chuchos: sus dueños la han clonado en dos cachorritas, Evita y Deena, que ya corretean por jardines, vastas mansiones y fotos de Instagram.
Clonar un perro cuesta 100.000 dólares, algo menos de 90.000 euros: es una cantidad prohibitiva para casi todo el mundo, pero no tanto para familias como la de Diane y Barry, cuya fortuna se estima en 3.200 millones de euros. Sooam, la empresa surcoreana que se encarga de fabricar estos duplicados, ha entregado ya más de setecientos clones, que como evidencian las cabezas dispares de Evita y Deena no son copias exactas. La apariencia externa de un animal no es solo producto de la genética, ya que en cuestiones como las manchas del pelaje intervienen también ciertos procesos estocásticos (es decir, que funcionan al azar), y además estas crías también heredan material mitocondrial de la perra a la que se extrajo el óvulo. «El animal resultante se parece genéticamente en un 98% a la mascota fallecida y en un 2% a la perra que ha donado sus óvulos para completar el proceso de clonación. En el mejor de los casos, lo que se obtendrá es un animal que, en su apariencia exterior, nos recordará al anterior. Y no necesariamente se comportará como aquel, dado que su forma de proceder dependerá de todo lo que ha aprendido, de experiencias difícilmente reproducibles», puntualiza Lluis Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología.
Detrás del exitoso negocio coreano de clonación está el científico más conocido de este campo, que también es el más controvertido. El doctor Hwang Woo-suk acaparó titulares en 2004 y 2005, cuando anunció que había logrado obtener células madre humanas mediante clonación y reconstrucción. Se convirtió en una superestrella: en su país le otorgaron el título de Científico Supremo, lanzaron un sello en su honor e incluso le regalaron diez años de viajes gratuitos en primera clase de Korean Airlines. Pero los titulares no tardaron en cambiar drásticamente de tono, al descubrirse que, entre otras irregularidades, Hwang Woo-suk había falseado los resultados de sus experimentos, hasta el punto de que las células multiplicadas de sus imágenes eran un simple copiapega de Photoshop. Fue relegado a la condición de paria y apartado a un rincón muy oscuro de la comunidad científica, pero aquel desbarre ético no puede oscurecer sus logros en el terreno de la clonación animal.
Su equipo fue el primero que, también en 2005, consiguió clonar un perro. Cada especie de mamífero plantea dificultades específicas a la hora de afrontar este proceso, y la tarea de Hwang Woo-suk y sus ayudantes no resultó nada fácil: tuvieron que implantar 1.095 embriones en 123 perras y solo consiguieron dos cachorros, de los que uno murió de neumonía con pocas semanas de vida. Solo quedó Snuppy, un galgo afgano gestado por una Labrador retriever. Tras el escándalo de los embriones humanos, el científico coreano fundó Sooam y se concentró en los perros, aunque también trabaja con vacas y cerdos. En 2007, triunfó donde otros se habían estrellado una y otra vez: obtuvo cuatro copias de Missy, un cruce de border collie y husky que una firma estadounidense había tratado de clonar durante años con un coste de millones de dólares.
Para las fuerzas especiales
Por fin, en 2008, la compañía asiática dio el salto a la clonación comercial de mascotas, que pronto habría de revelarse como una generosa fuente de fondos: el primer perro clonado para un particular fue Lancelot, el Labrador de una pareja de Florida que se impuso en la subasta organizada a tal efecto. Pagaron 100.000 euros. Desde entonces, los estadounidenses constituyen la principal clientela de Sooam, aunque la compañía ha sabido disparar su popularidad en el Reino Unido a través de un concurso: Rebecca Smith, una socióloga londinense, se ganó la clonación gratuita de su dachshund Winnie y obtuvo un cachorrito salchicha al que bautizó como Mini-Winnie.
«No solo nos dedicamos a investigar la clonación de los perros, también curamos los corazones rotos», dice uno de los eslóganes de Sooam. En la empresa coreana son habituales los mensajes de personas destrozadas por la muerte inesperada de su mascota, que se declaran dispuestas a lo que sea para conseguir una copia genética: el primer paso, por cierto, es refrigerar el cadáver envuelto en toallas húmedas, sin congelarlo, y hay un plazo de cinco días durante el que se puede extraer material celular con garantías. Gran parte de la clientela se compone de ricos para los que 90.000 euros son calderilla, pero también hay quienes se gastan todos sus ahorros o incluso piden créditos, convencidos de que perpetuar de algún modo la relación con su perro merece cualquier esfuerzo. Algunos adoptan a las hembras que han gestado a sus nuevas mascotas.
Más allá de consolar a los propietarios afligidos por la pérdida, Hwang Woo-suk y su equipo aplican sus conocimientos a algunos perros especiales. Clonaron al heroico Trakr, el pastor alemán que rescató al último superviviente de las Torres Gemelas, han trabajado para las fuerzas especiales de Corea y Estados Unidos y también han tenido éxito con el cotizadísimo mastín tibetano, la raza más cara del mundo: los antojadizos potentados chinos han llegado a pagar millón y medio de euros por un cachorro, una cifra que convierte las tarifas de Sooam en una opción ventajosa. Además, la firma ha logrado clonar coyotes, utilizando como madre subrogada a una perra, y sigue avanzando en la modificación genética del ganado porcino y vacuno.
La clonación de mascotas ha sido objeto de críticas desde distintos frentes: el proceso implica gran cantidad de intentos y requiere la utilización de muchos animales, entre donantes y gestantes, en una instrumentalización del sufrimiento animal que muchos consideran frívola. Y su precio mueve a sombrías reflexiones sobre la cantidad de perros (y de personas) que podrían sobrevivir con lo que cuesta el capricho del clon, tantas veces acompañado de expectativas irrealizables. El investigador Lluis Montoliu no encuentra justificación a estas prácticas: «Éticamente, sería por lo menos discutible la autorización de este tipo de experimentos en Europa. Los que nos dedicamos a estudiar enfermedades humanas con el uso responsable y limitado de animales no entenderíamos que se aprobaran permisos para clonar perros cuando la finalidad no es el beneficio de la humanidad, sino satisfacer la voluntad de alguna persona adinerada. Hay muchas otras maneras de obtener una mascota, como esa gran cantidad de perros abandonados que se convierten en vagabundos o acaban en alguna entidad».
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