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Ascenso y caída del bróker con sotana

Ascenso y caída del bróker con sotana

Lucio Ángel Vallejo era un triunfador: enriqueció a la diócesis de Artorga con una sicav, se mandó construir una casa que ganó un premio de arquitectura

antonio Corbillón

Lunes, 9 de noviembre 2015, 11:20

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El traje de obispo que encargó a un sastre romano seguirá apolillándose en un armario del apartamento que comparte con su anciana madre en Largo del Colonnato, detrás de la plaza del Vaticano. Pero ya nunca lo vestirá. Lucio Ángel Vallejo Balda, el monseñor sin episcopado, siempre ha querido ir más rápido que ese gran paquidermo que es la Iglesia católica. Quería imprimirle a todo más ritmo que el que aplica el Papa Francisco I en sus reformas, pero en su propio beneficio. El resultado: se ha salido de la autopista vaticana hacia el poder terrenal. «Iba lanzado. Un hábil conversador, amante de contar y de que le contaran. Demasiado ambicioso», resume un vaticanista que recorría los mismos pasillos que Vallejo y que solo acepta hablar desde la confidencialidad.

El cura riojano, que dio el salto a Roma hace cuatro años, después de cautivar al entonces todopoderoso monseñor Rouco Varela por su «gestión empresarial» en el obispado de Astorga (León) y de la Jornada Mundial de la Juventud 2011 en Madrid, repasa ahora sus errores en la misma celda en la que penó el mayordomo de Benedicto XVI. El traidor Paolo Gabriele, implicado en el escándalo Vatileaks, propició la renuncia del pontífice alemán. Si los fiscales vaticanos confirman los cargos que pesan sobre Vallejo Balda podrían caerle ocho años entre rejas.

Lo que ya no le quita nadie es el honor de ser el primer religioso que prueba las mazmorras del minúsculo estado vaticano, acusado de filtrar documentos y grabaciones de las reuniones de la comisión de asuntos económicos de las que era secretario. Se ha convertido para los vaticanistas en el nuevo corvo (cuervo), la garganta profunda del Vatileaks 2, cuyo reflejo ya puede leerse en las estanterías italianas en forma de dos libros: Avaricia, de Emiliano Fittipaldi, y Vía Crucis, de Gianluigi Nuzzi, los periodistas que se han beneficiado de sus revelaciones. El ambicioso prelado era hace mucho la comidilla de las esferas vaticanas por imponer como miembro de esa comisión económica a una única mujer. Una letrada y lobista llamada Francesca Chaouqui. Conocidos como la extraña pareja, ella cantó de plano tras ser detenida: «No he traicionado al Papa. Fue el monseñor quien me metió en ese lío, y ahora se las toma conmigo», soltó a sus interrogadores esta hermosa mujer de 33 años.

Vallejo Balda no sabía inglés, ni alemán, ni siquiera dominaba el italiano, pero «manejaba como nadie el doble lenguaje vaticano», afirman en su entorno. Todo parecía sonreírle hasta que en febrero de 2014 filtró a la prensa que iba a ser el número dos de la Secretaría de Economía. El cargo llevaba aparejado un obispado. Pero Francisco Iya había tomado nota de sus excesos, como la fiesta que montó en la azotea de San Pedro durante la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Allí se gastó 18.000 euros en invitar a 150 vips a los que dio la hostia en vasos de catering como si fueran gintonics. Ahora, parece que el rencor y la venganza le llevaron a filtrar el uso que el Vaticano hace de sus dineros. Lo que ha servido, por ejemplo, para saber a cuánto cotiza llegar a santo con el pago de sobornos incluido: unos 500.000 euros. O que la flor y nata de los cardenales habita viviendas de 500 metros cuadrados.

Lucio Ángel Vallejo se planteó exportar al Vaticano sus particulares métodos de trabajo que tanto éxito le habían dado en otra ciudad romana y bimilenaria como Astorga. A su obispado llegó como primer destino con 26 años, en 1987. Al poco, ya era el ecónomo más joven de España. Y se marchó en 2011 siendo el más veterano. En medio desarrolló en dos décadas una labor que transformó su diócesis, un territorio de 11.500 kilómetros cuadrados, 960 parroquias y 1.500 templos.

Hasta que le han pillado, cualquier astorgano que visitaba la ciudad eterna no podía dejar de presentar sus respetos a don Ángel, que se presentaba como «un pequeño trozo de mi diócesis en Roma». Ahora nadie le nombra. El actual obispo de Astorga, Camilo Lorenzo, guarda silencio. «Le conozco, pero no hablaré». Desde la Oficina del Opus Dei (allí es don Lucio) tampoco: «Estrictamente no es un miembro de la orden». Pertenece a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, una asociación de presbíteros no integrada en su estructura.

El palo de Gescartera

Sus veinte años en Astorga han dejado el rastro de un hombre de dos caras. Un doctor Jekyll y míster Hyde que monopoliza todas las conversaciones, pero del que apenas hay pronunciamientos públicos. «Un personaje siniestro que creía estar por encima del bien y del mal», resume un veterano exconcejal socialista que compartió con él agrias diferencias. Pero que no deja de reconocer que «revolucionó el obispado, llevó internet a todas las parroquias y puso a producir los bienes de la diócesis». Y aún le quedó tiempo para acudir como cura a trece parroquias de la comarca de la Cepeda. «Si no es por Vallejo, las iglesias se habrían caído, aunque el dinero nunca lo ponía él», aseguran los vecinos.

Un gestor autodidacta con «visión mercantil y moderna» que ha derivado en apelativos como el bróker con sotana o galáctico monseñor. Desde su despacho seguía los vaivenes de la Bolsa mientras se convertía en uno de los más voraces impulsores de la matriculación en los Registros Civiles de ermitas, casas rectorales cementerios y fincas parroquiales sin dueño, aprovechando la vigente Ley Hipotecaria franquista. En Astorga calculan «al menos» 300 expedientes de este tipo, lo que acabó en conflictos legales y vecinales que no le hicieron temblar el pulso. En San Andrés de Montejos, pedanía de Ponferrada, las tierras gratis total arañadas al vecindario derivaron en un buen negocio por la venta del terreno a un constructor.

Tampoco le echó para atrás su primer patinazo en 2001: invirtió 340.000 euros de su sicav (artefacto financiero para tributar solo el 1% de sus beneficios) Vayomer (Y Dios, dijo en hebreo) en Gescartera. Tras aquel escándalo financiero, tardó ocho años en recuperar el dinero, pero lo hizo con creces. Rebautizó a la sociedad como Naujirdam y llegó a gestionar 7,13 millones de euros de su diócesis en 2009.

Con el tiempo fue el mejor ejemplo de religioso 2.0: no se despegaba de su iPad y su iPhone y repetía siempre la palabra «modernizar». Con ese espíritu se presentó ante una arquitecta leonesa con un libro de Le Corbusier abierto por la página donde aparecía la casa de Ginebra que diseñó para sus padres. Vallejo Balda tiene ahora una reproducción en Celada de la Vega. La Casa de Descanso. Merecedora del Premio de Arquitectura de Castilla y León en 2007, solo pagó 41.480 euros. Pero no el impuesto municipal.

Aunque mantenía relación con Astorga, últimamente se dejaba ver más por su villa natal de Villamediana de Iregua, donde conserva casa. Tomás Santolaya, su exalcalde, le considera «gente buena, abierto, agradable e inteligente».

Sus correos electrónicos siempre acababan con un «rezad por mi». Falta le hará.

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