El enemigo en casa
Bergoglio vive su momento más difícil desde que se estrenó en San Pedro. Los cardenales más conservadores han pasado al ataque: «Hay quienes intentan ponerle palos en las ruedas, pero les va a salir el tiro por la culata. Son ellos los que tienen que ir preparando el ataúd», advierte un estrecho colaborador del Papa
Darío Menor
Martes, 3 de noviembre 2015, 02:05
El obispo se quedó con cara de sorpresa cuando los guardias suizos le pidieron su documentación, bloqueándole el paso a la capilla de San Sebastián ... de la basílica de San Pedro, donde está enterrado Juan Pablo II. Acababa de terminar una ceremonia religiosa en el mayor templo de la cristiandad y el prelado quería rezar ante la tumba del Papa polaco.
Solo quiero pasar un ratito.
¿Tiene usted algún documento que le identifique como obispo?
Si le parece le traigo la bula del Papa con mi ordenación episcopal les espetó, informándoles del nombre de su diócesis para que buscaran en sus móviles la foto del titular y comprobaran que era él.
De acuerdo. Pase usted, pero póngase en un sitio donde no se le vea mucho.
Para muchos de los que forman parte de la Curia romana, ya sean cardenales, obispos, monseñores, guardias suizos, gendarmes o simples ujieres, el Vaticano es su territorio privado. Cultivan un sentimiento de propiedad que extienden a la Iglesia: no hay más formas de concebir la fe católica que la que ellos practican. Quien viene de fuera es visto con suspicacia, como un ladrón en potencia. Jorge Mario Bergoglio ha vivido esta realidad con crudeza en este atribulado mes de octubre. Ha sido, tal vez, su momento más difícil desde que fue elegido Papa en marzo de 2013.
El Sínodo de los obispos sobre la familia, concluido el pasado domingo, ha desvelado cuán fuerte es la resistencia en una parte de la jerarquía a la idea de Iglesia que Francisco trata de poner en marcha. Las tres semanas de reuniones, en las que 270 prelados de todo el mundo han debatido sobre cuestiones que se les atragantan, como las uniones homosexuales o la situación de los divorciados vueltos a casar, han servido de piedra de toque para medir la aceptación interna a su pontificado.
Los mayores enemigos los tiene en casa. «Todos los escándalos que han ido saliendo durante el Sínodo están relacionados y provienen del Vaticano. Hay quienes intentan ponerle palos en las ruedas al Santo Padre, pero les va a salir el tiro por la culata. Lo único que consiguen es reforzarle, pues la gente reza aún más por él. Son sus enemigos los que tienen que ir preparando el ataúd». La advertencia la daba un estrecho colaborador del pontífice el día en que un consorcio de tres diarios regionales italianos (Quotidiano Nazionale) aseguró que Bergoglio sufría un tumor cerebral benigno. La supuesta noticia apestaba a conspiración. Pese a los intentos del director del medio por subrayar su autenticidad, nadie en la Santa Sede le dio más valor que el de un intento más por tratar de desacreditar a Francisco.
Esta información tenía dos aspectos aparentemente secundarios que llaman la atención. El primero, que el tumor estuviera precisamente en el cerebro. ¿Qué podemos esperar de una mente enferma?, parece que tratan de decir sus enemigos. El segundo, que el portavoz vaticano, el jesuita Federico Lombardi, actuase con una inusitada rapidez al lanzar un fulminante desmentido la misma noche en que se publicó la primera edición de los diarios de Quotidiano Nazionale. Con ese gesto parece claro que el Vaticano sabía que iba a salir la noticia del supuesto tumor, lo que refuerza la tesis de que partió desde dentro de las Murallas Leoninas.
Las tensiones en esta primera parte del pontificado tienen dos bandos bien definidos, aunque no siempre muestren el rostro. Por un lado están aquellos que tratan de mantener sus estructuras de poder. Por otro, quienes comparten la idea de Francisco: conseguir una Iglesia de puertas abiertas que sale en búsqueda de los que se han alejado. A la eficaz imagen de hospital de campaña que utiliza el Papa se opone la idea de la comunidad cristiana encastillada, donde solo se admite a los puros.
Obispos con olor a oveja
«El Vaticano ya no es una corte y no va a volver a serlo nunca más», cuenta un alto prelado muy cercano a Bergoglio. El Pontífice quiere obispos con «olor a oveja», que salgan a la calle y traten de responder a los problemas de la gente común. Desde el principio de su pontificado predicó con el ejemplo, como demostró al renunciar a vivir en el Palacio Apostólico: un «embudo invertido», con un espacio amplio dentro pero al que resultaba muy difícil acceder. Prefirió la Domus Santa Marta, una residencia donde se encuentra continuamente con gente y resulta fácil abordarle.
«Para hablar con Benedicto XVI teníamos que ir a las audiencias generales de los miércoles y esperar a los saludos del final para decirle en unos minutos lo que teníamos que contarle», recuerda el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y líder del C-9, el consejo de purpurados que asesora a Bergoglio en el gobierno de la Iglesia y en la reforma de la Curia. «Ahora podemos acceder mucho más fácilmente al Santo Padre. En las reuniones previas al último cónclave se percibía un gran deseo de que al Papa le llegara la información sin filtro, para que no se repitiera lo ocurrido con el caso Vatileaks», la filtración de una serie de documentos secretos que involucraban al Vaticano en actividades corruptas.
A muchos les vino a la memoria aquel escándalo cuando, a mitad del Sínodo, salió a la luz la carta firmada por trece cardenales en la que advertían a Francisco de que la asamblea estaba preparada para llegar a conclusiones marcadas de antemano. Entre los firmantes había nombres de peso, como el purpurado alemán Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el antiguo tribunal del Santo Oficio), o el australiano George Pell, prefecto de la Secretaría para la Economía. Los dos se oponen de forma frontal al acceso a la comunión para los divorciados vueltos a casar, el punto más conflictivo.
Müller habría tenido además un encontronazo con el Papa por no aprobar su forma de trabajar. Bergoglio no sigue los procedimientos habituales: llama por teléfono y envía cartas libremente, organiza comisiones independientes para tratar los más diversos temas y se informa a través de una red de personas de confianza, sus antenas. Un rumor que circula por el Vaticano asegura que el cardenal alemán, guardián de las normas del catolicismo, le habría echado en cara que no pasara por el filtro de la Doctrina de la Fe el texto final de Laudato si, su encíclica ecológica. Bergoglio reaccionó negándose a recibirle durante varias semanas.
Müller también habría mostrado su perplejidad cuando Francisco simplificó hasta el extremo el proceso canónico para alcanzar la nulidad matrimonial. Incluso habría tenido sobre su mesa un informe reservado que denuncia los supuestos errores del documento magisterial del Papa, que según un sector de la Curia instaura el «divorcio católico». «Müller es como un niño grande, se opone en algunas cosas al Santo Padre pero no tiene maldad. Otros son diferentes. Hay quienes piensan que este pontificado no durará mucho y que hay que aguantar. Mientras tanto tratan de obstaculizar todo lo que pueden», denuncia un estrecho colaborador de Bergoglio.
La misiva de protesta de estos cardenales estuvo rodeada por una polémica posterior, pues varios de los firmantes aseguraron no haber suscrito el documento. Sí lo hizo e cardenal Jorge Urosa, arzobispo de Caracas: «Es una carta absolutamente privada que no quería provocar ningún escándalo ni va dirigida contra nadie. Pretendía simplemente promover un mejor desarrollo del Sínodo», se justificó. El texto mostraba a Francisco las quejas de varios padres «por algunas cosas que se habían anunciado a última hora». Entre ellas estaba la composición de la comisión encargada de redactar el documento final. Sus miembros no fueron votados en la asamblea, sino designados por el Papa, quien eligió a prelados de su máxima confianza.
Este hecho fue criticado por varios portales y blogs de internet que atacan habitualmente a Francisco y se hacen eco de las acusaciones de los eclesiásticos más refractarios a sus reformas pastorales. «Tendría que hablar menos y hacer más. Tampoco estaría mal que concretase mejor lo que nos pide», se queja un prelado. Entre los opositores está el australiano George Pell, quien le dio la razón a los medios que pintaban el Sínodo como un choque entre cardenales. En una entrevista con Le Figaro, dijo que el corazón de la batalla estaba en la Iglesia alemana, donde se enfrentaban los purpurados «kasperianos y los ratzingerianos». Los primeros seguirían las tesis del teólogo Walter Kasper, partidario de una mayor apertura con los divorciados, mientras que los segundos preferirían dejar las cosas como estaban con Ratzinger. Las palabras de Pell provocaron una escena tan poco habitual como llamativa: un cardenal hablando mal de otro. Al purpurado Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y presidente del poderoso episcopado alemán, le produjeron «tristeza y turbación» estas declaraciones. Kasper fue un pasito más allá y le acusó de «deslealtad» por meter en el ajo a Benedicto XVI.
Los arrumacos de Charamsa
Los escándalos relacionados con el Sínodo se produjeron antes incluso de que se iniciaran las reuniones. En la víspera de la asamblea, el monseñor polaco Krzysztof Charamsa, que trabajaba en la Congregación para la Doctrina de la Fe, provocó un terremoto con su salida del armario: dio una rueda de prensa para anunciar su homosexualidad y cargar contra la supuesta homofobia del Vaticano. Para lograr un mayor efecto presentó a los medios a su novio catalán, con arrumacos incluidos ante las cámaras.
Con su gesto, Charamsa pretendía que la cuestión de los gais estuviera presente en la asamblea. No tuvo éxito: el documento final del Sínodo remacha que el matrimonio está formado por un hombre y una mujer y habla de la homosexualidad como si fuera casi una enfermedad. Incluso en los sectores más aperturistas persiste la mentalidad de que los homosexuales son víctimas de la cultura contemporánea o han sufrido abusos sexuales durante su infancia, lo que explicaría su conducta.
Después del follón Charamsa y de la carta de los cardenales, Francisco pidió perdón en una audiencia general por los últimos escándalos, sin especificar cuáles. El Papa es, en cualquier caso, responsable en parte de la caja de los truenos abierta: fue él quien invitó a los obispos a debatir con libertad. Aunque, como reconoció en su discurso de clausura, algunos se han pasado utilizando métodos «no del todo benévolos».
También les animó a que hablasen claro, algo que una parte de la jerarquía eclesiástica sigue siendo incapaz de hacer. La mejor muestra la dio uno de los grupos de trabajo en lengua italiana del Sínodo, que llegó a afirmar que la sexualidad es una «expresión de la tensión sinfónica entre eros y ágape». Una frase para enmarcar, propia del nivel superior del vaticanés, el idioma que solo saben hablar los curiales y con el que casi nunca dicen nada de interés.
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