Vodka en el Capitolio
Las memorias del excongresista Patrick Kennedy repasan los coqueteos del clan con la bebida, los calmantes y sus problemas mentales. Él rellenaba las botellas de agua del trabajo con alcohol
JULIA FERNÁNDEZ
Jueves, 15 de octubre 2015, 00:38
Patrick Kennedy (Massachusetts, 1967) está de nuevo de resaca. No es que el sobrino de John F. Kennedy haya vuelto a beber lleva cinco años ... limpio, es que ha pasado una semana de locos promocionando su libro y eso provoca los mismos síntomas que un exceso de copas la noche anterior. El excongresista y heredero de esta gran dinastía acaba de publicar unas memorias que no han gustado mucho a sus parientes: se titulan A common struggle (Una lucha común) y de momento solo están disponible en inglés a través de la editorial Blue Rider Press. En ellas cuenta los problemas mentales y de adicción a diversas sustancias que han salpicado al clan. Un tema espinoso del que habla por primera vez un miembro del mismo. «Siento que estoy rompiendo el código de la familia», reconoce.
No es la primera vez. Ya traspasó esta línea roja en 2006, cuando trató de explicar por qué había estrellado de madrugada su Ford Mustang verde del 97 contra una barrera de seguridad del Capitolio. Aunque los agentes que lo asistieron trataron de ser discretos, la noticia corrió como la pólvora y al día siguiente tuvo que dar una rueda de prensa. Esa noche, Patrick mezcló dos fármacos que le habían recetado para dormir y se despertó a las dos y media totalmente desorientado. Se vistió y condujo hasta la sede del Congreso todo lo rápido que pudo y sin luces: llegaba tarde a una votación. O eso creía él. Reconoce que por la mañana no se acordaba de nada. En su cabeza solo había «luces de colores centelleantes y unos policías golpeando el cristal de la ventanilla del coche».
Ya bebía a los 13
No era la primera vez que se pasaba con las dosis de medicamentos que tenía prescritos. Cinco meses antes había ingresado en la Clínica Mayo para tratar su «adicción a los analgésicos», que definió como una «enfermedad crónica». En realidad, el hijo pequeño del senador Edward (Ted) Kennedy y su primera esposa, Joan Bennet, hacía años que arrastraba este tipo de problemas. A los 13 ya bebía bastante. «El alcohol estaba en todas partes. Había fiestas continuamente... No me lo encontré de golpe», confiesa. Sus padres también empinaban el codo. Junto a sus hermanos, Kara (fallecida de un infarto con 51 años) y Ted Jr. (que perdió parte de la pierna derecha a los 12 por un cáncer de huesos), trataba de ocultar las borracheras continuas de la madre. «El alcohol me ayudaba a sentirme libre, a vivir de espaldas», reconoció ella después de rehabilitarse. Sin embargo, ahora no le ha gustado nada que su vástago desempolve el tema. «Ni le he ayudado, ni me ha dado una copia del libro», aclara. El coescritor, Stephen Fried asegura, en cambio, que tuvieron varias reuniones. Otro que tampoco está contento es Ted Jr. y eso que él no sale mal parado: «Es un retrato injusto e inexacto de la familia».
Patrick ya se esperaba estas críticas, porque los Kennedy siempre han intentado ocultar sus pecados con la ley del silencio, aunque fueran vox pópuli, como en el caso del cabeza de familia: sus devaneos con el alcohol eran la comidilla del Senado día sí, día también. El excongresista explica en el libro que su padre nunca admitió que bebía demasiado. Ni siquiera cuando el clan le sentó «en una enorme silla de gamuza azul» para hacerle entrar en razón. «Se puso en pie, abrió la puerta y salió».
«Siempre seré un adicto»
Por eso no es de extrañar que montara en cólera cuando Patrick se confesó ante los medios en 2006. «¡Cómo te atreves a hablar de la familia de esta manera!», le reprochó. Nadie salió en su defensa, a excepción de sus primos Anthony y María Shriver (la mujer de Arnold Schwarzenegger). De 2006 a 2009, Patrick luchó con todas sus fuerzas para superar las recaídas y también empezó a tratarse el trastorno bipolar que tenía diagnosticado. El 22 de febrero de 2009 superó la prueba de fuego: el cumpleaños del cabeza de familia, al que hacía más de un año que le habían detectado un tumor cerebral. No bebió ni un sorbo.
Ese día supo que podía dejar atrás el infierno que le llevó a rellenar las botellas de agua del Congreso con vodka y a poner Oxycontin (un analgésico opiáceo muy adictivo) en tubos de aspirinas. Al año siguiente, abandonó su carrera política y en 2011 se casó con su novia, Amy Petitgou, después de demostrarle que estaba limpio. Ahora se levanta cada mañana para nadar una hora antes de ir al despacho, se toma la medicación para el trastorno bipolar y sigue los doce pasos de la rutina de Alcohólicos Anónimos. ¿Que si está curado? «Siempre seré un adicto. Pero un adicto en recuperación».
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