Alambradas españolas que "cortan más que una lata de sardinas"
Las concertinas que Hungría instala para impedir el acceso de más refugiados sirios se fabrican en Cártama (Málaga)
DANIEL VIDAL
Sábado, 19 de septiembre 2015, 00:10
Cártama es un pequeño pueblo del valle de Guadalhorce, en la provincia de Málaga, rodeado por vastas extensiones de naranjos y limoneros, que no tiene ... más de 25.000 habitantes y cuya patrona es la Virgen de los Remedios. Y de Cártama sale, precisamente, uno de los remedios más drásticos que el gobierno ultraconservador de Hungría aplica para frenar la avalancha de refugiados, aparte de la dura legislación exprés, la aplastante presencia policial y las zancadillas de algunas reporteras: las cortantes concertinas que coronan los 175 kilómetros de la valla instalada en la frontera con Serbia llevan el sello made in Spain. Son las mismas que colocó el Ejecutivo español en los cercados de Ceuta y Melilla. «Tiene mayor nivel de persuasión que otras», según la web de la empresa que las fabrica, European Security Fencing, y se emplean en lugares que requieren «niveles de seguridad medio-alto, como pueden ser fronteras, centrales eléctricas o refinerías, entre otros muchos».
El origen del nombre
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PARA SABER MÁS
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La alambrada con las cuchillas denominadas concertinas toma su nombre de un instrumento musical inventado por Carlos Wheatstone en 1829. La concertina es muy similar al acordeón, y la única diferencia es que tienen botones en ambos lados, pero no en la parte final. La forma alargada y su capacidad para retroceder después de expandirse hacen que el alambre de estas cuchillas tenga una gran similitud con este instrumento musical, mucho más amable, sin duda.
Esta concertina, «una de las más suaves» de un catálogo con hasta once tipos, incorpora cuchillas de acero inoxidable de 22 milímetros de largo, 0,5 de grosor y 15 de ancho que producen «heridas graves» en las personas que tratan de atravesarlas, denuncian desde hace años diferentes ONG como Andalucía Acoge o Prodein. También la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) informó el 28 de agosto en Ginebra de que los asilados presentan «cortes de consideración» después de cruzar las alambradas.
También hay otras opiniones, como la que defendió en su día el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz: «No son agresivas» y solo pueden causar «erosiones leves, superficiales». En la empresa que las fabrica y las distribuye por todo el mundo el discurso va por los mismos derroteros. El modelo 22, ese con el que se encuentran decenas de miles de sirios, iraquíes y afganos en la frontera de Hungría, «corta menos que una lata de sardinas», comparaba hace un par de años la dirección de Security Fencing, la única compañía europea que facilita este tipo de alambradas y que cuenta con clientes como la OTAN, los ministerios de Interior español y francés, Marruecos, Túnez, Argelia, Turquía, Grecia o Rumanía, además de multinacionales como Repsol o Endesa e instalaciones como aeropuertos y centrales nucleares. La concertina made in Cártama, sin embargo, se emplea mayoritariamente en el cerramiento de centros penitenciarios. En el caso de Hungría, ellos la venden, pero no la instalan. Eso les toca a los presos de las cárceles magiares.
Más pedidos
Hay otras empresas similares en Estados Unidos, China y Suráfrica pero, según datos de la propia firma malagueña, «el 100% de las concertinas elaboradas en Europa proceden de nuestra fábrica». Por lo tanto, los kilómetros de punzantes alambradas que Hungría quiere seguir colocando, ahora en su frontera con Rumanía, seguirán saliendo de Cártama, que no deja de recibir pedidos a medida que la crisis migratoria, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, se hace más insostenible. El conflicto humanitario, sin embargo, no parece despertar mucho resquemor en los responsables de la compañía, que ayer finalmente no contestaron a los preguntas de este periódico. Al menos en lo que tiene que ver con sus concertinas: «El destino final que el cliente realice no nos incumbe ni tampoco es de nuestra competencia», declaró recientemente un portavoz. Eso sí, desde la empresa también dejan claro que la finalidad de la concertina «no es ni cortar ni pinchar a nadie. No es un elemento para hacer daño a las personas, sino para disuadir». Aunque ya ha quedado demostrado que unas cuchillas, por muy hirientes que resulten, no consiguen detener a unos inmigrante que ya ha arriesgado su vida en varias ocasiones. Al menos, este tipo de concertina no está electrificada (también disponible en el catálogo de la empresa malagueña) y no tiene los pinchos más peligrosos, en forma de punta de flecha o mucho más afilados que los del famoso modelo 22. A 46 euros cada bobina de 10 metros, que se pueden adquirir por internet, el pedido de Hungría a European Security Fencing para su muro de hasta cuatro metros con Serbia le salió al gobierno de Viktor Orbán por unos 800.000 euros, euro arriba euro abajo. Un pico que en estos momentos de crisis se rifaría cualquier empresa. Aunque fuera necesario encomendarse a la Virgen de los Remedios.
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